En la última escena de la película una larga toma en plano picado, desde el barco que parte rumbo a Uruguay, observa cómo Buenos Aires se aleja lentamente. La joven que alcanza a subir a bordo es entonces la única que puede salir del laberinto mortal en que se transforma Buenos Aires, con la promesa de futuro y de vida que connota el niño por nacer.
Si la narración muestra claramente como los protagonistas son espacialmente excluidos, revela asimismo que la exclusión social no es menor, y que ambas se determinan mutuamente. El grupo integrado por los jóvenes funciona como una de estas «islas urbanas», al mismo tiempo adentro y afuera de la ciudad-sociedad. Los cuatro protagonistas varones forman parte de una sociedad que continuamente los expulsa hacia sus márgenes.
La situación de Sandra, la única mujer del grupo, no es la misma ya que la posesión de la casa familiar le otorga un estatuto social diferente. Aquí también se verifica una división entre los que están «afuera» y los que están «adentro». Los primeros son, además de los cuatro jóvenes, todos los personajes que aparecen en el prólogo de la historia, los que piden limosna, los que viven en la calle, los lisiados, los que limpian los parabrisas de los autos, etc.. Los que están «adentro» son los «ricos y famosos» que van a comer al restaurante asaltado por los protagonistas, los que suben a los taxis que roban los jóvenes, los que viven en las lujosas casas del barrio en el que detienen el taxi durante el segundo asalto. En esa misma escena, uno de los protagonistas frena el auto justo antes de que se estrelle contra la vereda, y el ruido alerta a los habitantes de una de las mansiones de la cuadra, quienes descorren las cortinas para observar lo sucedido. El joven dirige a su vez la mirada hacia las ventanas enmarcado por la ventanilla del taxi. El plano-contraplano que une ambas miradas evidencia la contraposición de dos mundos diametralmente opuestos, a la vez que la insatisfacción que ese estado de cosas provoca en ellos. En la escena mencionada el reencuadre generado por la ventanilla del auto y el marco de la puerta pone gráficamente en escena la separación que existe entre ambos espacios, ambos universos. Los Otros son quienes detentan todo lo que los jóvenes anhelan y son representados -ellos y sus posesiones- como inaccesibles.La inclusión de los nombres de dos conocidas pizzerías, ligadas al consumo de los sectores populares, delimita el espacio por el que circulan los protagonistas de la película, a la vez que evidencia la existencia de un consumo para pobres y otro para ricos (ya desde el título el filme alude a productos de consumo popular). En este sentido, el restaurante que asaltan se opone por un lado a la pizzería y por otro, en tanto espacio para el ocio, al local bailable. Resulta significativo que ambos -el restaurante y la bailanta– se ubiquen en el barrio de Once, reforzando la idea de una ciudad polarizada que incluye, en una misma zona, espacios de consumo para diferentes poblaciones. Asimismo, la música procedente de ambos lugares (la cumbia en la bailanta, la música suave del restaurante) remarca la contraposición y la existencia de un mercado amplio que en su afán de expansión contempla el gusto y la capacidad de consumo de diferentes sectores sociales. Volviendo a la configuración espacial del relato, el local bailable es otro de los espacios al que los jóvenes no pueden acceder. Como el ingreso les es negado, intentan subvertir la situación en el robo final, cuando entran a la bailanta pero para robar el dinero de la boletería. De esta manera, el relato conecta la exclusión con el delito.
El discurso de los jóvenes, una jerga propia que mezcla palabras del lunfardo con insultos y modismos adolescentes (que aparece en primer término en el título del filme), es otro de los factores que permite pensar la tensión adentro-afuera en relación al conjunto más amplio de la sociedad. El lenguaje los vincula y unifica entre sí, a la vez que los separa de los Otros, que son, entre otras cosas, los que hablan de manera «diferente». Es interesante señalar que la tonada del Cordobés, propia de su lugar de origen y que le confiere el apodo por el cual todos lo nombran, no funciona como un elemento disruptor en el plano discursivo de los jóvenes, sino que simplemente dota a su decir de una singularidad. El joven utiliza el mismo lenguaje que los otros tres pero teñido por el acento característico de su provincia natal. De esta manera, lo que prima por sobre las diferencias discursivas regionales es la presencia de un idiolecto que les otorga una identidad de grupo; de hecho, la pasajera del taxi a la que asaltan se presenta como cordobesa pero su modo discursivo la ubica ante los jóvenes en el lugar del Otro.
El personaje de Sandra se distancia del resto del grupo, como dijimos, por un lado porque conoce el accionar de los jóvenes y lo desaprueba, pero por otro porque su discurso posee un matiz levemente diferente, relacionado con su situación social. Sandra posee una casa familiar, y una situación familiar de la que voluntariamente quiere alejarse (su padre se revela luego como golpeador). Intenta modificar la vida que lleva, exigiéndole a su novio que deje de robar y busque trabajo. La intención del Cordobés -su novio- es que el asalto a la bailanta sea un episodio único, puerta de entrada para la vida nueva que desea y a la que finalmente no accederá. La narración indica que la exclusión aprieta su cerco, arrinconando a los protagonistas cada vez más cerca de ese borde que separa el «adentro» del «afuera» social.
El pasaje del ámbito de los robos menores al del delito «mayor» aparece puntuado por la presencia de la ley, representada en la figura de la policía. Construida en abierta oposición a la figura de los jóvenes, la institución policial encarna al Otro que establece de manera concreta el límite entre adentro y afuera. La figura de una sociedad que en términos generales, globales, expulsa a los jóvenes hacia sus márgenes, toma cuerpo en la figura de la policía, que funciona como el agente conductor de dicha expulsión.