16/07/2014

Poema de Beirut

Mahmud Darwish

archivo | Blog

Manzana del mar, narciso de mármol
mariposa de piedra, Beirut
imagen del alma en el espejo.
Descripción de la primera mujer, perfume de nubes.
Beirut, de fatiga y oro,
de Alandalús y Damasco.
Plata, espuma, mandamientos de la tierra en plumas de palomas.
Muerte de una espiga,
exilio de una estrella entre mi amada y yo
Beirut. Jamás he oído a mi sangre pronunciar
el nombre de una amante
que duerme en mi sangre… duerme…

De una lluvia sobre el mar aprendimos el nombre.
Y del sabor del otoño y las naranjas
de los que llegan del Sur, como nuestros antepasados
venimos a Beirut para venir a Beirut…
De lluvia, hemos construido nuestra choza.
El viento no corre y nosotros tampoco.
Cual clavo hincado en la arcilla,
el viento cava nuestro refugio
y dormimos como hormigas en sus hormigueros.
Cantamos en secreto:

Beirut es nuestra jaima.
Beirut es nuestra estrella.

Estamos prisioneros en este tiempo lánguido.
Los invasores nos entregaron a nuestra gente
y apenas habíamos mordido la tierra cuando nuestro protector
se abatió sobre las bodas y el recuerdo.
Y repartimos nuestras canciones entre los guardias.
De un rey en el trono a un rey en un féretro.
Prisioneros en este tiempo lánguido,
no hemos hallado, casi definitivamente, más que nuestra sangre,
no hemos hallado lo que hace al sultán popular ni al carcelero afable,
no hemos hallado nada que muestre nuestra identidad,
excepto nuestra sangre escalando los muros…
Cantamos en secreto:

Beirut es nuestra jaima.
Beirut es nuestra estrella.

Ventana abierta al plomo del mar,
una calle y una moaxaja nos roban.
Beirut es la imagen de la sombra.
Más bella que su poema,
más sencilla que la charla.
Nos seduce con mil comienzos abiertos
y alfabetos nuevos.

Beirut es nuestra única jaima.
Beirut es nuestra única estrella.

¿Nos hemos tendido en sus sauces para medir unos cuerpos
que el mar ha borrado de nuestros cuerpos?
De nuestros primeros nombres hemos venido a Beirut
buscando los confines del Sur y un recipiente para el corazón derretido…
¿Nos hemos tendido en las ruinas para pesar el Norte con la medida de las cadenas?
La sombra se ha inclinado hacia mí, me ha roto y me ha dispersado.
La sombra se prolonga…
Que los árboles que viajan de noche nos lleven de noche por el cuello
cual racimo de muertos abatidos sin razón…
Hemos venido de un país privado de su país,
de la mano del árabe literal y de una fatiga…
cual ruinas de esta tierra que se extiende del palacio del emir a nuestras celdas
y de nuestros primeros sueños a… leña.
Danos un muro para que podamos gritar: ¡Beirut!
Danos un muro para que podamos ver un horizonte y una ventana de llamas.
Danos un muro para que colguemos Sodoma,
dividida en veinte reinos para vender petróleo… y árabes.
Danos un muro para gritar en la península de Arabia:

Beirut es nuestra última jaima.
Beirut es nuestra última estrella.

Un horizonte emplomado se ha esparcido por el horizonte.
Senderos de conchas huecas… no caminos.
Del océano al infierno, del infierno al Golfo,
de la derecha a la derecha y al centro no he visto
más que un patíbulo con una cuerda para dos millones de cuellos.

¡Beirut! ¿Dónde empieza el camino a las ventanas de Córdoba?
Yo no emigraré dos veces ni te amaré dos veces.
En el mar, no veo más que el mar…
pero revoloteo por mis sueños e invoco a la tierra
para que sea el cráneo de mi alma fatigada.
Quiero caminar para caminar
y caerme en el camino hacia las ventanas de Córdoba.

Beirut es testigo de mi corazón.
De sus calles, emigro, y de mí, colgado en un poema infinito.
Digo: mi fuego no muere…
palomas en sus edificios, paz en sus escombros…
Cierro la ciudad como si fuera un libro y porto la tierra menuda,
como un saco de nubes.
Me despierto y, en la ropa de mi cadáver, me busco.
Nos reímos: todavía estamos vivos, como los gobernantes.
Gracias al periódico que no ha anunciado
que yo había caído allí por descuido…
Abro pequeños caminos para el aire,
mis pasos y los amigos pasajeros,
el pérfido panadero y la imagen nueva del mar.
Gracias, Beirut de brumas, gracias, Beirut de ruinas…
Mi alma se ha roto.
Lanzaré mi cadáver para que las invasiones me vuelvan a matar
y los invasores me entreguen al poema…
Porto el lenguaje sumiso cual nube por las aceras de la lectura y la escritura:
«Este mar nos deja sus oídos y sus ojos» y regresa al mar por el mar.

… Y yo porto la tierra de Canaán,
cuyas tumbas se han disputado los invasores pero no los narradores.
De una piedra nacerá el Estado de gueto
y de una piedra crearemos el estado de los amantes.

Improviso la despedida.
Las pequeñas ciudades se ahogan en expresiones similares,
la herida crece sobre la lanza y se alternan en acompañarme hasta el fin de este canto… Desciendo por la escalera que no conduce al refugio ni a las bodas,
asciendo por la escalera que no conduce al poema…
desvarío un poco para que vengan la lucidez y el verdugo…
Grito: natividad, tortúrame para que grite, natividad…
Por las invocaciones, cabalgo hacia Damasco con la esperanza de tener una visión.
Siento vergüenza del eco de las campanas que me llegan oxidadas,
le grito a Atenas: ¿cómo te puedes derrumbar en nosotros?
Luego, susurro en las tiendas beduinas:
mi rostro no está completamente maduro y mis venas rebosan trigo…
Le pregunto al último islam: ¿en el comienzo fue el petróleo o la ira?

Deliro. Tal vez parezca extraño a los míos.
Que los poetas se inquieten menos por mi lenguaje
y yo lo limpiaré de ellos y del pasado…
No he hallado en las palabras más utilidad
que su deseo de cambiar de autor…

Adiós a lo que veremos al alba
que nos desgarrará dentro de poco,
a una ciudad que nos retornará a otra ciudad
para que se prolonguen nuestro éxodo y nuestra sabiduría.
Adiós a las espadas y a las palmeras,
a una paloma que volará de dos corazones
consumidos de pasado, a un techo de tejas…
¿El combatiente ha venido por allí, como un obús en la guerra?
¿Su estallido ha roto las tazas de té en el café?
Veo ciudades en papel armado de reyes y uniformes caqui,
veo ciudades que coronan a sus conquistadores.
Unas veces Oriente es la antítesis de Occidente
y otras es la imagen y la mercancía de Occidente…
Veo ciudades que coronan a sus conquistadores
y exportan mártires para importar whisky
y las últimas novedades del sexo y la tortura…
¿El combatiente ha venido por allí,
como un obús en la guerra?
¿Su estallido ha roto las tazas de té en el café?
Veo ciudades que cuelgan a sus amantes
en ramas de hierro y dispersan los nombres al alba…
Al alba viene el guardián del único ídolo.
¿De quién nos despediremos, salvo de esta cárcel?
¿Qué tienen que perder los prisioneros?

Caminamos hacia una canción lejana,
hacia la libertad inicial
y, por primera vez en la vida,
palpamos la belleza del mundo…
Este alba es azul y el aire es visible y comestible, como los higos…
Ascendemos.
Uno, tres, ciento y mil en el nombre de un pueblo dormido a estas horas.
Al alba, al alba, concluimos el poema y ordenamos la confusión en los cajones del alba. Bendita sea la vida.
Benditos sean los vivos sobre la tierra, no bajo el yugo de los tiranos.
¡Viva la vida! ¡Viva la vida!

Luna sobre Baalbek y sangre en Beirut.
Dime, preciosa, quién te ha convertido en una yegua de zafiros,
dime quién te ha arrojado a dos ríos en un ataúd.
Ojalá tuviera tu corazón para morir en el momento de mi muerte.

… De un edificio sin sentido a un sentido sin edificios,
hemos encontrado la guerra…
¿Es Beirut un espejo para que lo rompamos y penetremos en sus fragmentos
o nosotros somos espejos que quiebra el aire?
Ven, soldado, háblame del policía:
¿Has llevado mis flores a la ventana?
¿Has transmitido mi silencio a los que amo y al primer mártir?
¿Tus muertos han muerto en ti por mí y por el mar
o me han atacado y me han arrancado de la mano de una mujer
que preparaba el té para mí y la flauta para los combatientes?
¿La iglesia ha cambiado tras vestir a su obispo con uniforme militar
o ha cambiado la presa?
¿Ha cambiado la iglesia o hemos cambiado nosotros?

Las calles nos rodean.
Saca a Beirut de Beirut y repártela entre las ciudades.
El resultado: un espacio para el refugio.
Posa a Beirut en Beirut y sácala de las ciudades.
El resultado: una taberna…
Caminamos entre explosiones
– ¿Nos acostumbraremos a esta muerte?
– Nos acostumbraremos a la vida y al deseo insaciable.
– ¿Conoces a todos los muertos?
– Conozco a los enamorados por sus miradas
y veo a las asesinas satisfechas con sus encantos y sus ardides.

… ¿Nos inclinaremos para que pase la bomba?
Nos acordamos de los primeros días de la guerra.

– ¿Nuestro poema ha sido en vano?
– No, no lo creo.
– Pero entonces, ¿por qué la guerra precede al poema?
– Pedimos a la piedra el ritmo pero éste no viene,
y los poetas tienen divinidades antiguas.

Pasa una bomba. Entremos al bar del hotel Commodore.
El silencio de Rimbaud me encanta,
al igual que sus cartas en las que habla de África.
– Yo he perdido a Cavafy.
– ¿Por qué?
– Me dijo: no te marches de Alejandría buscando otra.
– Yo he encontrado a Kafka dormido bajo mi piel,
adaptado a la túnica de la pesadilla
y al policía que llevamos dentro.
– Libradme de mis manos.
– ¿Qué ves en el horizonte?
– Otro horizonte.
– ¿Conoces a todos los muertos?
– Y a los que nacerán…

Nacerán bajo los árboles, nacerán bajo la lluvia,
nacerán de las piedras, nacerán de estallidos,
nacerán de espejos, nacerán de rincones,
nacerán de derrotas, nacerán de anillos,
nacerán de capullos, nacerán del comienzo,
nacerán de la narración, nacerán sin final.

Nacerán, crecerán y los matarán.
Y nacerán, nacerán, nacerán…

Explica lo siguiente: Beirut (mar-guerra-tinta-lucro)

El mar: blanco o emplomado, verde en abril, azul,
pero si se enfada, enrojece todos los meses.
El mar: se ha inclinado hacia mi sangre
para ser la imagen de los que amo.

La guerra: destruye nuestra obra de teatro
para que la representemos sin texto ni guión.
La guerra: memoria de los primitivos y de los civilizados.
La guerra: comienza en la sangre.
La guerra: se acaba en el aire.
La guerra: hace un agujero en nuestra sombra
para pasar de una puerta a otra.

La tinta: está destinada a la lengua literal,
a los oficiales, a los espectadores de nuestras canciones
y a los que se rinden ante el paisaje
del mar triste.
La tinta: hormigas negras o un maestro.
La tinta: nuestro istmo seguro.

El lucro: derivado de la guerra interminable,
desde que nuestros cuerpos se han vestido con el arado,
desde la primera cacería de antílope
hasta la aparición de los socialistas en Asia y en África.
El lucro: nos gobierna, nos expulsa de los utensilios y de las palabras,
roba nuestra carne y la vende.
Beirut: zocos en el mar, economía que destruye la producción
para construir restaurantes y hoteles…
un Estado en una calle o en un apartamento,
un café que, como el girasol, torna hacia el sol,
descripción de la migración y de la belleza libre,
paraíso de los minutos, un asiento en la pluma de un pájaro,
montañas que descienden al mar, mar que asciende hacia las montañas,
gacela degollada con el ala de un gorrión
y un pueblo que no ama la sombra.
Beirut: calles en los barcos.
Beirut: puerto para la unión de las ciudades.

Se ha vuelto contra nosotros y nos ha abandonado, dándonos la espalda.
Beirut, ¿traicionará otra nube a los que te miran?
Arquitectura que se amolda a los deseos de las nuevas castas,
musgo de los días entre el flujo y el reflujo,
desechos que vuelan desde los peldaños hacia el trono,
arquitectura de la descomposición y la composición,
mezcla de caminantes por las aceras precediendo al terremoto.

Ha girado volviéndonos la espalda.
Su arquitectura, en línea con el mundo,
mira hacia el nuevo mercado en el que se compra y se vende,
sube y baja según el precio del dólar y del lingote de oro,
que sube y baja según el precio de la sangre oriental.
No… Beirut es la brújula del combatiente…
Llevaremos a los niños al mar para que confíen en nosotros…
soberano es el rey nuevo y la voz de Fayruz,
repartida equitativamente entre dos comunidades,
nos guía hacia lo que convierte a los enemigos en una familia
y a Líbano en una espera entre dos etapas de nuestra sangrienta historia.

¿El camino se ha estrechado y de tus pasos nace la senda, compañero?
– Asediado por el mar y los libros sagrados.
– ¿Es nuestro fin? –
No. Persistiremos como las antigüedades, como un cráneo coronando los días,
persistiremos, como el aire y la mirada de los mártires,
persistiremos…
mezclando la noche con la barricada,
esperando lo que ignoramos,
ocultando el mundo árabe en un andrajo llamado unidad,
compartiendo la noche:
– Layla no me cree, pero yo creo a sus pezones cuando se agitan…
ella me seduce por su elegancia al caminar:
caderas de antílope, piernas de gacela,
alas de gorrión, resplandor de vela.
Cada vez que la abrazo,
llama a las balas perdidas.
– Soberano es el rey nuevo.
¿Hasta cuándo nos divertiremos con esta muerte?
– No sé, pero velaremos por un poeta en el recital.
– ¿A qué partido pertenece?
– Al partido de la defensa de los bancos extranjeros
y del asalto al parlamento.
– ¿Hasta cuándo se multiplicarán los partidos
y desaparecerán las clases sociales, compañero nocturno?
– No sé. Pero tal vez te mate o tú me mates a mí
si discrepamos en la definición de la feminidad.
– Ella es la brasa que viene de las piernas, nos quema.
– Ella es el pecho que respira las olas, nos ahoga.
– Ella son los ojos que destruyen la génesis del universo.
– Ella es el cuello que se puede beber.
– Ella son los labios llamando al astro salado.
– Ella es lo enigmático.
– Ella es lo evidente.
– Te mataré. Mi revólver está preparado.
Soberano es el rey, el revólver está preparado.
Beirut, forma para la forma, geometría de las ruinas…

Miércoles, sábado. La vendedora de anillos.
Barrera de inspección. Un pescador.
Riqueza. Lengua y anarquía.
Noche del lunes.
Ellos han subido las escaleras y se han llevado lo que han podido.
Quien no es de los nuestros es del bando de los árabes, de su raza.
Ganado. Martes. Jueves. Miércoles.
Ellos tomaron noventa guitarras
y cantaron en torno al banquete de asado humano.

Luna sobre Baalbek, sangre sobre Beirut.
Dime, preciosa, quién te ha convertido en yegua de zafiros.
Dime quién te ha arrojado a dos ríos en un ataúd.
Ojalá tuviera tu corazón para morir
en el momento de mi muerte.

Hemos incendiado nuestras naves
y hemos colgado nuestros astros en las murallas.
Nosotros, erguidos sobre las líneas de fuego, proclamamos:
Beirut es una manzana, el corazón no ríe
y nuestro asedio es un oasis en un mundo agonizante.
Haremos bailar a la plaza y casaremos a las lilas.
Hemos incendiado nuestras naves
y hemos colgado nuestros astros en las murallas.
No hemos buscado a los antepasados
en los árboles de las genealogías,
no hemos viajado fuera del pan puro
y de nuestra ropa de barro,
no hemos enviado la fotografía de nuestros padres
a las conchas de los lagos antiguos.
No hemos nacido para preguntar:
¿Cómo se ha producido el paso de lo inorgánico a lo orgánico?
No hemos nacido para preguntar…
hemos nacido sin importar cómo y nos hemos propagado,
como las hormigas por la estera,
luego nos hemos transformado en caballos de tiro…
Nosotros, erguidos sobre las líneas de fuego,
hemos quemado nuestras naves
y hemos abrazado nuestros fusiles.
Despertaremos a esta tierra
que se ha apoyado en nuestra sangre.
La despertaremos y, de sus células,
extraeremos a nuestros muertos.
Lavaremos sus cabellos con nuestras lágrimas blancas,
en sus manos,
verteremos la leche del alma para que se despierten
y les rociaremos los párpados con nuestras voces:
Levantaos, seres queridos,
regresad a casa, volved al viento que,
de nuestros costados,
ha arrancado el sur de la tierra,
volved al mar que no recuerda
ni a los muertos ni a los vivos.

Volved de nuevo porque no hemos seguido en vano vuestras huellas.
Aquí, nuestras naves se han quemado
y no tenemos una tierra,
salvo la vuestra, para defender sus curvas y su trigo.
Os defenderemos del olvido,
os protegeremos con las armas forjadas
para nosotros con vuestras manos.
Tejeremos para vosotros con un cráneo
y con una rodilla resbalada porque no tenemos una tierra,
salvo la vuestra,
en la que clavar nuestros pies…
Volved, que nosotros os protegeremos
«aunque seamos inmolados sobre las piedras».
No abandonaremos la plaza del silencio
que ha igualado vuestras manos.
La rescataremos y os rescataremos.
Aquí, nuestras naves se han quemado
y hemos acampado en el viento que,
aquí, se ahoga en vosotros.
Y aunque todos los ejércitos de la tierra
escalen este muro humano,
no abandonaremos la geografía de vuestra sangre.
Aquí, nuestras naves se han quemado.
De vosotros… de un brazo que jamás nos abrazará,
construiremos nuestro puente en vosotros.
El sol nos ha abrasado,
vuestras cajas torácicas nos han ensangrentado,
vuestros exilios han desgastado nuestras articulaciones
«y aunque seamos inmolados sobre las piedras»
no diremos «sí»
porque de nuestra sangre a nuestra sangre
se extienden las fronteras de la tierra.
De nuestra sangre a nuestra sangre
se extiende el cielo de vuestros ojos
y el campo de vuestras manos.

Os llamamos y el eco responde cual patria.
Os llamamos y el eco responde cual cuerpo de cemento.
Nosotros, erguidos sobre las líneas de fuego,
proclamamos que no abandonaremos la trinchera
mientras dure la noche.
Beirut es para lo absoluto
y nuestros ojos son para la arena.
En el comienzo, no fuimos creados,
en el comienzo fue el verbo y ahora,
en la trinchera,
aparecen los síntomas de la gestación.

Manzana en el mar, mujer de sangre amasada de arcos.
Ajedrez de palabras, resto del alma,
llamada de socorro del rocío,
luna quebrada sobre la mastaba de la noche.
Beirut, amatista que grita ardiendo viva en el dorso de palomas,
sueño que portaremos cuando queramos
y colgaremos en nuestros cuellos.
Beirut, azucena de escombros y primer beso.
Panegírico de lilas.
Abrigo para el mar y los muertos,
techo para los astros y las jaimas,
poema de piedra,
encuentro de dos alondras ocultas en un pecho…
Cielo amargo sentado, pensativo,
en una piedra, rosa sonora,
Beirut, voz decisiva entre la víctima y el sable.
Y un niño, perdido en todas las tablas de las leyes
y en los espejos,
que se ha dormido.

 

Beirut, en foto de Rabiem: https://www.flickr.com/people/rabiem/

Beirut, en foto de Rabiem: https://www.flickr.com/people/rabiem/

* «Poema de Beirut» fue escrito por Marwish a raíz de la Guerra Civil Libanesa, 1980. Traducción de María Luisa Prieto.