Quiero mostrar, la Semblanza
de Santiago del treinta y ocho,
cuando, lleno de ilusiones,
llegué a la Estación Mapocho.
Al salir de la estación
con los bultos y paquetes,
muy difícil de avanzar
a través de tanta gente.
Todos hablaban muy fuerte
ofreciendo sus servicios,
vendiendo sus mercancias,
o parientes indecisos.
Es lo primero que ví
al poder fijar la vista,
al frente de la Estación
los carros y la garita.
¡De la sorpresa, al asombro
unos vehículos ‘raros’
todos cubiertos de gente
colgando de todos lados!
Después me pude enterar,
que ‘góndolas’ se llamaban,
y que, en varios recorridos
a la gente transportaban.
Al costado norte, había un puente,
una mole, de metal y de concreto,
el que hubimos de cruzar,
buscando la calle Prieto.
Cuando cruzamos el puente,
observé otra maravilla,
niños colgando del puente
con agilidad de ardillas.
Después, supe que esos niños
vivían bajo el puente,
otras gentes sin hogar,
y también los delincuentes.
Al otro lado del río
la Iglesia de los Carmelitos
más la piscina escolar
y un gran concierto de gritos.
Gritos de los comerciantes,
cargadores y chiquillos,
mucha gente compradora
que iba a los ‘baratillos’.
Al frente, donde se encuentra
hoy día la Vega chica,
el ‘depósito’ que guardaba
gran cantidad de tranvías.
Presidía ese lugar
el Teatro Balmaceda
Donde actuaban los artistas
del país, y los de afuera.
Gran cantidad de pensiones
restaurantes y cafés:
algunos calmaban el hambre,
los otros para la sed.
Toda la vida giraba
alrededor de la Vega,
con sus miles de pilastras,
almacenes y bodegas.
En ese tiempo recuerdo,
los puentes sobre el Mapocho,
todos con arcos de fierro
más angosto y más estrechos.
De cuatro puentes seguidos
tan sólo hoy queda uno,
hacia abajo, Vivaceta,
hacia arriba, Pío Nono.
Para mí, que venía
de una pequeña ciudad,
Santiago de aquellos tiempos
era una inmensa ciudad.
No podría, aunque quisiera,
precisar los límites urbanos;
estaban muy entremezclados
los terrenos de labranza,
y asentamientos humanos.
Además que no entendía,
ni siquiera hoy entiendo,
entre lo urbano y lo rural
sus límites no comprendo.
Si tuviera que trazar
una línea circundante,
sería de ‘Lo Poblado’
que existía en ese instante.
De la Plaza Chacabuco,
donde ‘giraban’ los carros,
un poquito más al norte
y también en ambos lados.
Hacia arriba, Recoleta,
con los faldeos del cerro
rodeados de potreros,
y además los cementerios.
Hacia abajo Vivaceta,
al puente Manuel Rodríguez
doblando por Balmaceda
hasta los ferrocarriles.
Carrascal a Tucumán,
hasta salir a Mapocho,
llegando al Cerro Navia,
más allá eran ‘barbechos’.
Samuel Izquierdo, hacia el sur
subiendo por Jota Pérez,
y la calle Buenos Aires
separa los Campos Verdes.
Pasadito de San Pablo
comenzaban los potreros,
el bravo canal ‘Zapata’
y los hornos ladrilleros.
Regresando a Matucana
atravesando la ‘Quinta’,
aproveché los jardines
descansando a la sombrita.
Desde ahí pude observar
el trencito en miniatura,
los paseos, el museo,
la Escuela de Agricultura.
Majestuosa es su estructura
la gran Estación Central,
donde llegaban los trenes
del campo a la capital.
Pero sigo caminando
hasta la ‘Pila del Ganso’
hay más casas para abajo,
algunas, pero no tanto.
Velásquez, Cinco de Abril,
algunas ‘casitas locas’,
me tuve que devolver,
y con ‘el credo en la boca’.
Llegué por la calle Borja,
cargadores y ‘pionetas’
donde la vida se forja.
Habría que mencionar
Dos cosas muy importantes,
la maestranza San Eugenio,
la feria de los rumiantes.
Me fui por Ochagavía,
por el medio de la calle,
llegando harto cansado,
hasta el Callejón Lo Ovalle.
Viñas, maizales, trigales
y carretas con sandías,
por los caminos de tierra
de Ovalle y Ochagavía.
Seguí rumbo a Santa Rosa
buscando el límite urbano,
entre campos de labranza
y asentamientos humanos.
Vicuña la Estación Ñuble
paso nivel al Estadio,
siguiendo hasta Macul,
otra vez, campos sembrados.
Paso obligado Los Guindos,
buscando la referencia,
encontré el Canal San Carlos,
Tobalaba y Providencia.
En ese tiempo ya era,
un lugar muy exclusivo
donde la gente más pobre
se encontraba excluida.
Del canal a Plaza Italia,
treinta cuadras solamente,
en palacios y mansiones
vivían gentes pudientes.
Vicuña Mackenna fue,
Intendente de Santiago,
el ‘correteo’ del centro,
los sectores proletarios.
Sigue siendo un limitante
de dos sectores urbanos,
el centro con el oriente
en lo geográfico y humano.
Desde el puente Pío Nono,
como un tajo hacia lo alto,
que no logró penetrar
al pueblito de Puente Alto.
Y para completar la línea
imaginaria, y en serio,
me fui orillando el cerro
dirección al cementerio.
Vías de acceso
Para entrar o salir
del Santiago de esos tiempos
no existían carreteras,
sólo caminos polvorientos.
Por la calle Independencia
hacia el Valle de Aconcagua,
desde Calera hacia el norte,
y hasta la costa cercana.
Por la Cuesta Chacabuco,
bordeado de mora y yuyo
el camino que llevaba,
a las provincias de Cuyo.
Un camino serpeante
de San Pablo, por Barrancas,
cruzando cuestas y valles
empalmaba en Agua Santa.
Otro más hacia la costa
partía desde Cerrillos
matizado por hinojos,
y por matas de espinillos.
Talagante, Melipilla,
Casa Blanca y San Antonio,
además de otras variantes
por valles y promontorios.
Como un gran árbol caído
se extendía otro camino,
con variantes y ramales,
de muy diversos destinos.
Partía de San Bernardo,
o quizás de la Alameda
cruzando por tierra fértil,
grandes ríos y arboledas.
Otros caminos salen,
con destinos diferentes,
uno va por Las Vizcachas,
y el otro, pasa por Puente.
Además de los nombrados,
callejones y senderos,
unos gateando los bajos,
otros, escalando cerros.
Transportes
Las calles de la ciudad,
muchas de ellas empedradas
con adoquines y rieles,
y algunas asfaltadas.
En los barrios por supuesto,
no se invertía dinero,
¡para qué! Si lo habitaban,
solamente los obreros.
Por muchas calles corrían,
canales a tajo abierto,
arrastrando desperdicios
y también el excremento.
carretelas y camiones con productos,
que la tierra generosa ha entregado,
se sentían transitar de madrugada,
con su paso raudo a los mercados.
Llegaban repletos de alimentos
de todos los puntos cardinales,
con el fin de nutrir la gran ciudad,
por carreteras y caminos vecinales.
De Matucana a Garín,
por Mapocho hacia el poniente,
la plazuela Tropezón,
era un punto divergente.
Los “breques” que conocí
eran para ocho personas,
pero transportaban veinte
colgando de todas formas.
Los carritos que corrían
por San Pablo hacia el poniente
tenían un nombre pomposo:
el Ferrocarril Oeste.
Y desde la Plaza Italia,
en dirección hacia el campo
circulaba otro trencito,
al pueblito de Puente Alto.
El Cerro Santa Lucía,
paseo de enamorados,
que a través de tantos años,
no es mucho lo que ha cambiado.
¡Vamos! Al parque a pesear,
a jugar en el pastito,
para “El 18” las fondas,
muy regadas con tintito.
En ese mismo lugar
desfilaban los soldados,
la gente los saludaba
porque eran muy respetados.
Otro lugar muy famoso,
por la calle Pío Nono,
nos servía para pasear,
para visitar los monos.
Además de otros animales,
que no quisiera nombrar,
(se pueden sentir tocados)
y me pueden apresar.
Las comunas
Conchalí, Renca, Barrancas,
tres aldeas campesinas
Maipú, Lo Espejo, Cisterna,
tal como lo eran sus primas.
La Florida, La Reina, Las Condes,
porque eran, sólo fundos
viñedos y plantaciones.
Algunas de las nombradas
tenían más importancia,
por ser entrada o salida,
o por su mucha abundancia.
En Ñuñoa, por ejemplo,
casas quintas y mansiones
uno que otro palacete,
chacras, villas y parrones.
Grupos de casas de adobe
patronales y de inquilinos
potreros de pastoreo,
galpones y algunos silos.
La gente de la comuna
reflejaban el paisaje,
unos con ropas sencillas
otros brillantes ropajes
Unos viajando de a pie,
otros en hermosos carruajes.
La ciudad no se hace sola,
la construyen nuestras manos,
es por eso que debemos
habitarla como hermanos.
Los cités y conventillos
atochados de personas,
los que fueron pesebreras
o en antiguas casonas.
En muchas de estas “viviendas”
convivían los humanos,
con variados animales,
entre desperdicio y guano.
El centro mismo de Santiago
lo he dejado para el final
pues para mí es lo importante
es la Clase Magistral.
Los centros del Gran Santiago
reflejan la historia entera,
en el mármol de sus muros,
o las piedras de cantera.
Las crisis y las bonanzas
están marcadas en sus casas,
en lo estrecho de sus calles
y monumentos de plazas.
El primer centro, el antiguo,
escuelas de arquitectura,
columnas y capiteles,
y el barro de su estructura.
Otra etapa muy marcada,
ladrillo de cal y canto,
grandes casas señoriales,
los portales y el abalastro.
Fierro forjado, empotrado
en sus puertas y ventanas,
servían de protección,
a las hembras castellanas.
Otro gran segundo centro
Cañadilla y La Cañada,
Lord Cochrane, por el oriente
y al oeste, Avenida España.
Bronce, madera importada,
portalones y palacios,
grandes casas señoriales
cocheras con amplios patios.
Milagro que fue posible
por el salitre y el cobre,
que produjo algunos ricos,
y fabricó muchos pobres.
Si al hacer esta semblanza,
me pasé del treinta y ocho,
no me lo tomen en cuenta,
la fecha no importa mucho.
Porque hoy, al medio siglo
que ya se está por cumplir,
a la gente sin recursos
nos cuesta igual subsistir.
Mezcla de aldea y ciudad
de pobreza y de riqueza
donde juntan los sueños
de pequeñez y grandeza.
Mezcla de aldea y ciudad,
Santiago del treinta y ocho
cuando senté mis reales
a orillas del Mapocho.
* Este texto fue publicado originalmente en el número 27 de la Revista Krítica (Segunda Época), Marzo – Abril 1987.
** René Tapia Zarza era dirigente poblacional de la Zona Oeste de Santiago. La crónica de los versos relatan su propia historia de vida, rememorando el Santiago del año en que se traslada a vivir en la capital. Zapatero y poeta, sus trabajos fueron rescatados por Raul Gonzalez (hoy investigador en la Universidad Academia de Humanismo Cristiano) y publicados por Gonzalo De la Maza (Universidad de Los Lagos), en ese entonces director de Krítica. A ambos agradecemos su gentileza por permitirnos publicar este trabajo, así como su disposición a comentar los pormenores del texto.
*** Las imágenes que acompañan el texto pertenecen a distintas ediciones de la revista Zig Zag de 1938.