En Roma, las estatuas hablan. No el Tritón de Bernini en la plaza Barberini, ni el Moisés de Miguel Ángel en San Pietro in Vincoli, ni el Neptuno de Pietro Bracci en la Fontana de Trevi, demasiado concentrados en representar su belleza. Existen otras estatuas, menos vistosas y casi sin rostro, que hablan, aunque los transeúntes no los escuchen decir una sola sílaba. Están repartidas por toda la ciudad y hace muchos años ya que todos olvidaron a quién representan; pero, de vez en cuando, algún caminante las reconoce y se detiene un momento a observar qué dicen.
Insisto, en Roma, las estatuas hablan.«Quod non fecerunt barbari, fecerunt Barberini”, “Aquello que no hicieron los bárbaros, lo hicieron los Barberini”, dijo hace cientos de años Pasquino, luego de que el Papa Urbano VII, de la familia Barberini, hiciera sacar el bronce del Panteón para usarlo en la construcción del baldaquino de la Basílica de San Pedro.
Pasquino no hablaba solo. Solía dialogar con Marforio en los siglos pasados. Una vez, refiriéndose a la costumbre de Napoleón de llevarse obras de arte de los países conquistados, Marforio preguntó: “È vero che i francesi sono tutti ladri?”. Pasquino contestó: “Tutti no, ma Bona Parte”. Pasquino y Marforio son dos de las “estatuas parlantes” del Congresso degli Arguti (Congreso de los ingeniosos), el modo que el pueblo romano encontró para rebelarse frente a la autoridad y los personajes públicos en el siglo XV.
Cuando Roma era gobernada por los Papas y no era fácil decir lo que se pensaba, una derruida estatua del siglo III A.C., el Pasquino, comenzó a satirizar los abusos de poder con carteles que aparecían colgados en su cuello o pegados a sus pies. Luego, se unirían a las burlas Marforio, el Babuino, el Facchino, Madama Lucrezia (la única mujer del grupo) y el Abate Luigi, esculturas que extraviaron su belleza en el tiempo, pero que con los años ganaron lucidez. Todos, aunque Pasquino siempre fuera el más celebre, criticaron gobiernos, esparcieron chismes, comentaron elecciones papales y se rieron del poder como sólo saben hacerlo los romanos. A tal llegó el filo de la lengua de Pasquino, o en realidad, del lápiz del autor de los escritos (llamados pasquinadas), que el Papa Adriano VI ordenó que la estatua fuese lanzada al Tévere. Alguien lo convenció de que no valía la pena castigar a un destruido pedazo de piedra. No por nada, la sátira como género literario nació en Roma.
Con los años, el Congreso degli Arguti fue perdiendo importancia, pero sus miembros siguen ahí, esparcidos por Roma, aunque están más silenciosos, opacados entre las obras maestras de Bernini, Miguel Ángel y Borromini, financiadas por los mismos Papas a los que se opusieron. Después de hablar por más de cuatro siglos, la mayoría prefiere el silencio. Sólo Pasquino, aislado en una esquina de la plaza bautizada en su honor, continúa burlándose de la autoridad de turno: Berlusconi. De vez en cuando llega algún turista a fotografiarlo o alguien lee con atención sus reflexiones escritas en romanesco, igual de punzantes que hace quinientos años. No se calla fácilmente a un romano.
Esta instantánea fue publicada originalmente en el número 9 de la revista, en el invierno de 2009, en co-edición con Universidad Nacional Andrés Bello UNAB. URL: [http://www.bifurcaciones.cl/009/Roma.htm].
Bárbara Bonati, periodista de la Universidad Católica de Chile.