08/11/2013

siete postales

Natércia Pontes

Blog | instantáneas

Agende su visita con Medeiros

Medeiros está a su disposición. Carcasas de televisores a tubo se arruman en la puerta que da hacia los montes. Medeiros está bien, tiene buena salud. Juega sudoku, rezonga y estira el dedo del pie. Lo malo es que nadie entra allí. Una chica pasa como un perrito con su cadena. Una señora carga con mucho esfuerzo una bolsa de verduras. El jardinero del edificio de al lado, ensimismado, fuma un cigarro. Medeiros vuelve a rezongar. Pasó el camión del gas. Pasó el carro de frutas. Pasó un mamarracho en bicicleta. Pasó una motoneta vespa metiendo ruido. Medeiros juega con su lengua y su paladar. Aterrizó una parlanchina. Una amapola cayó. Un prospecto de madre de santo voló. Medeiros dibuja el número 8. Allá lejos una cabina de teléfono grita.

Agende su visita con Medeiros. Él está a su disposición.

 

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Ruego

Su hermano acampó por allá durante un tiempo. El departamento quedaba pegado a Minhocão [1] y los ventanales del living exhibían sus vidrios inmundos. Él intentó limpiarlo con un paño. La cocina estaba hecha pedazos: la rejilla del alcantarillado emanaba un olor fétido. En el piso de arriba, en el único cuarto donde se veía un colchón sin sábanas y gastado, una vela prendida a Nuestra Señora de Lourdes, la patrona de los enfermos.

 

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Astilla

Santa Paz de Liberdade [2]. La señora Ayumi y el señor Ryuu vigilan el fin del día en el reconfortante tic-tac del reloj plástico colgado en una de las paredes de su cocina.

El señor Ryuu mira con dificultad a los ojos de su mujer, como si el rasgado de sus párpados dañase accidentalmente su rostro. La señora Ayumi, discreta, sufre de constantes crisis de hipo, que trata con entusiasmados sorbos de un jugo en polvo de maracuyá.

La pareja de nisseis [3] mantiene una tienda de dulces hace ya treinta años y llevan casados ya 35. No tuvieron hijos, no viajaron, la señora Ayumi jamás estuvo con otro hombre; la casa y la tienda de dulces son ambas propiedades del pequeño matrimonio.

(El hipo súbito ataca y la señora Ayumi corre en dirección a la cocina. Un breve sorbo de jugo fluorescente resuelve el contratiempo. Ella, con la mirada petrificada en el reloj acompaña al segundero, como su fuera una cobra erguida para acometer su ataque. El vaso vacío cae de sus manos al piso frío de porcelanato. Suplicio)

Lo demás sigue como de costumbre. Ya es tarde y de noche, el señor Ryuu busca, bajo las frazadas, la piel seca de los muslos de su asustada y discreta mujer.

 

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La barraca de Nildo

Colocó la fuente hirviendo sobre la mesa. Los bichos tenían un tono rojo vivo, que pasaba por naranjos y rosáceos. Un olor verde a cilantro subía como humo. Bolas de leche de coco bailaban dentro al lado de otras de aceite de oliva, sin mezclarse entre sí. La fuente de plástico era vieja, así como las tablas y los palitos inmundos que servían para destrozar al bicho. Las peludas patas escapaban, algunas bien afiladas, erguidas en un vano intento de defensa, como si fuesen un cactus vencido.

“Amanda, llegó el cagrejo”

Un viento grueso movió los cabellos mojados de la niña. Pudo sentir en la comisura de su boca el gusto salado de una mecha engrudada. Sucia de arena, se dirigió a la mesa.

“Nildo se taimó”

Norma suspiró entre una chupada y otra. Karen, con los dedos grasosos y las uñas negras, estuvo de acuerdo:

“Ave María”

Un viento salado silbó entre las pajas que cubrían el techo de la barraca.

“¿Donde está Pedro?”

Amanda, concentrada en las vísceras grises del bicho –¿así son los pulmones? ¿entonces es así como soy por dentro?-, no escuchó la pregunta de su mamá.

Karen se paró acalorada, exaltada. Limpio sus manos en sus caderas desnudas.

“Hay Virgen Santa!”

“Pedro, Pedro. ¿Nildo, tu viste a Pedro?”

Apoyado en la baranda, Nildo se rascaba su barba con toda calma. Miró hacia el mar que se agitaba y crecía. Un brillo castaño se reflejó en sus ojos cuando miró hacia el estanque de agua:

“Lleva media hora allá, está bañándose a baldazos”.

 

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Aliento

Expedito, está adelante. Al frente de tu nariz grande. Un Goliat de gasa, una bola de cabello crespo atragantado en la garganta. Traga y siéntate derecho. La vida es así. La vida es así. La vida es así. Mira para allá arriba. Una nube se está formando. Parece que lloverá. ¿Cierro las ventanas? El edificio todavía está en construcción. Invadimos los escombros como ratones. A las ocho de las mañana empieza el traqueteo, la batucada en el punto más alto de la obra. A una hora u otra los caballeros avanzaran por nuestro living, con sus lanzas tiesas brillando. Nos daremos las manos, haremos una reverencia ante ellos, al borde de la nausea –con el corazoncito tiritando de miedo-. La vida es así. Siéntate, acepta mi mano en tu pelo crespo. Mira para abajo, mira para atrás. Deja de respirar. Vuelve y escucha la lluvia allá afuera. Cierra el ojo. Eso.

 

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 Sombra

En el depósito del señor B una sombra se refugia todas las noches. Ninguno de los funcionarios se percató de su existencia. El trabajo de estibador es flojo durante el día –los hombres escupen al suelo-, y de noche, cuando los portones son cerrados, la sombra surge entre los rincones y se acomoda entre los paquetes de lona, de los cuales desconoce su contenido.

La sombra no habla la lengua de los hombres, aunque su tamaño es como el de un hombre y su andar sea elegante como el de un caballero. Tampoco es un fantasma. Es la sombra de nadie. Este nadie tiene sentimientos; todas las noches, antes de acomodarse entre los paquetes sucios, llora una lágrima de polvo sin saber porqué.

La sombra está sola y recuesta su cabeza sobre un paquete duro. Las rejas del depósito crujen, algunos murciélagos gritan y la sombra solloza. Ella llora un poco hasta quedarse dormida.

Cuando un rayo de sol entra por un hueco en el tejado y los pajaritos ya están cantando con ganas, la sombra se disuelve como mancha en la pared, como polvo, como restos viscosos, todo antes que llegue el primer estibador a abrir los portones del depósito del señor B.

 

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La sonrisa, el coraje

Caminando en la tardecita por la Tucumán, junto a mi amigo Daniel fumábamos y mirábamos las vitrinas de las tiendas con la curiosidad con que lo hacen los niños. Habíamos almorzado hace poco y tenía dos objetivos para el resto del día: visitar la Bond Street y comprar unas flores para Malena. Daniel pidió para cuando vio que había un locutorio; quería llamar a Paulinho para decirle que estaba muriendo de saudades saudades un poco fingidas porque sólo hace una semana que estábamos allí y nos divertíamos como locos. Doblamos en la esquina y nos encontramos de frente con una papelería antigua. Pedí a Daniel que entráramos: hay algo en las papelerías que me llama o, quizá, hay algo en mí que llama a las papelerías. Una porteña rubia conversaba atrás del mesón con otra porteña igualmente rubia. Tenía el pelo tomado en la parte de arriba de su nuca y un lápiz con la tapa mordida sobre su oreja. Preguntaba a la otra chica si una webcam de cien pesos era barata, a lo que ella le respondía que si, que era baratísima. Daniel compró dos cuadernos con diseños y una agenda con tapa de cuadrillé. Salimos de la tienda y bajamos por la Tucumán en dirección a Callao con la sonrisa en el rostro y mucho coraje en el corazón. Nos sentíamos livianos y nos tomamos de las manos. Le dije a Daniel que algún día viviría allí; en el fondo no tenía mucha idea de lo que estaba hablando.

 

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* Natércia Pontes es escritora. Cearense de nacimiento y paulistana por adopción, es autora de Az Mulerez (edición de autor), Copacabana dreams (Cosac Naify) y compiladora de Semana (Hedra). Ha participado de las compilaciones O Cravo Roxo do Diabo: o conto Fantástico no Ceará (Edição do Caos), Viva Fortaleza (Terra da Luz), Iracemas: imagens de uma lenda (Edição comemorativa do Governo do Estado do Ceará), Metropolis (La Barca) y Assim você me mata (Terracota). Ha colaborado con los diarios brasileños Folha de S.Paulo, O Globo, O Povo y Diário do Nordeste, así como con las revistas Piauí, Aldeota, Ocas, Cronópios, Caos Portátil y Sítio (Portugal). Sus trabajos pueden conocerse en su sitio web http://www.natercia.org, así como en su blogs Estudo Onze y en el sitio de su casa editorial.

** Las fotografías son obras de Marcio Tavora, quien trabaja continuamente con Natércia Pontes en su blog Estudo Onze. Su trabajo puede conocerse en su flickr personal.

*** La traducción fue hecha por Rodrigo Millan, editor de Bifurcaciones. Agradecemos a Andrea Roca por su colaboración para la realización de esta tarea.

[1] Minhocão es la denominación de la Vía Elevada Presidente Costa e Silva, una autopista urbana de São Paulo, que une el centro de la ciudad con la zona de Perdizes. Esta vía expresa elevada es cerrada todas las noches, así como los días domingo, cuando es ocupada por los paulistanos para hacer deporte, pasear, conversar, y un largo etcétera.

[2] Liberdade es un distrito central de la ciudad de São Paulo. Allí reside la mayor comunidad japonesa residente en Brasil (inmigrantes y descendientes).

[3] El concepto nisseis hace referencia a la segunda generación de japoneses migrantes a Brasil, ya nacidos en el país.