1. Es un terreno eriazo enorme frente al hospital Sótero del Río, en Puente Alto. Es un paisaje inusual para lo que es Santiago, con tierras de secano donde crecen muchas plantas catalogadas como maleza. Ha estado siempre abierto, flanqueado por una larga fila de eucaliptos y con un pequeño bosque por el otro extremo. En invierno es un paisaje verde y en verano es uno amarillo. En ambos casos, su naturaleza está matizada con lotes de basura. Todos estos años ha pertenecido, en la práctica, a los pájaros y a los vagabundos.
2. Ayer atravesé el eriazo como atajo para llegar a un supermercado. Casi al salir, vi a un grupo de trabajadores. Cavaban hoyos y tenían a un lado un montón de pilares metálicos. Dos se quedaron mirándome. Uno de ellos me habló: quiso saber de dónde era. Debí poner cara de desagrado, porque el tipo no era una autoridad ni nada. Un hombre vestido con buzo, casco y chaleco de seguridad fosforescente. Para salir del asunto, indiqué hacia mi casa y le dije que vivo en ese barrio. Entonces cambió de actitud. «Creí que eras de esta gente que vive aquí a la mala», se explicó, y me contó que el terreno va a ser cerrado para que se construya un nuevo hospital Sótero del Río, frente al original. Sabía que esto iba a pasar, pero creí que sería años después. «Todos los que viven aquí se tienen que ir, se les acabó el recreo». Era el caso común del trabajador que no gana mucho y detesta a quien no trabaja y menos aun se endeuda. Le consulté si sabía cuándo comenzarían las obras. Reconoció que no lo sabía. «Pero va a ser luego», agregó.
3. Ese trabajador quería amenazarme si resultaba uno de quienes viven allí a la intemperie. La situación me asqueó, entre otras razones, porque el eriazo fue uno de los incentivos para que con Karina eligiéramos nuestra casa. Hasta hoy nos ha servido para pasear a nuestras perras Ale y Yuna. Me gusta, es nuestra versión del tópico latino del lugar ameno. Casi todos los días lo recorremos un rato. Me gusta también que exista para los demás. No lo digo sólo por su paisaje, sino porque es un espacio de cierta ilicitud. Está la gente que se instala allí en viviendas que parecen un juego de niños, armadas a base de palos, pitillas, letreros de campañas políticas, restos de muebles, sobras de techumbres y cubiertas de plástico. Suele ser discreta y algunos hasta son en cierto grado asustadizos, conscientes de que no les conviene molestar, podrían ser echados. Aunque también hay algunos un poco violentos (uno se puso furioso conmigo por alimentar a su perro). Lo feble de sus instalaciones a veces los obliga a dormir de día y permanecer vigilantes por las noches. Cuando puedo, los saludo con una mezcla de cortesía y temor, esperando ser reconocido por si alguna vez tengo algún problema al pasar de noche por el sector. También están quienes usan el lugar para celebrar y hacer fogatas. Y están las incursiones de parejas algo ebrias, escapadas de alguna fiesta, y los muchachos que practican cruising. En el pequeño bosque es común encontrar colchas y condones usados. Incluso en algunas noches, y esto es un poco excéntrico, llega un grupo de diabladas, de música nortina, que se queda tocando y bebiendo hasta el amanecer. A veces me desvelan, son indeseables. Por la mañana, y nosotros siempre sacamos a nuestras perras a esa hora, quedan los rastros de lo festejado: botellas, cajas de vino, cajetillas de cigarros, ropas perdidas y hasta ebrios tirados al sol.
4. Con la construcción del nuevo hospital, el antiguo sería demolido o vendido. Hace años se viene hablando en las noticias sobre ciertas fallas estructurales peligrosas que obligarían a cerrarlo. Tras el terremoto del 2010 no tuvo daños graves, que obligaran a cerrarlo. Tampoco se mostraron aquellas fallas. Es cierto que el hospital a menudo es un desastre y que es insuficiente para la población. Pero entonces ¿por qué no lo amplían? En sus terrenos hay espacio de sobra para levantar un edificio. Por lo dicho, cabe sospechar que estamos ante una especulación económica: sería un negocio para un ministerio o para una inmobiliaria, no lo sé. El del eriazo es un terreno con un claro potencial para ser un parque. Tiene dimensiones parecidas al Quinta Normal, pero, siendo honestos, nadie va a considerar esa posibilidad para Puente Alto. Con la desconfianza que hay hacia la gente de la comuna, incluso ellos prefieren allí un hospital. No es porque la consideren la única ubicación posible, pero saben que si no es el hospital, se construirá algo peor, seguramente blocks de departamentos. Son, a fin de cuentas, prácticos. Además, hay otras personas que no soportan la existencia del terreno vacío. Lo reducen a un simple foco de vicios y delincuencia.
5. Quienes pasan de noche por fuera del eriazo, en auto o por la línea 4 del metro, deben quedar intrigados al divisar las fogatas, y supongo que imaginan qué harán aquellos arrojados allí, si acaso no participan en escenas sórdidas o deprimentes. Quienes pasan de día deben ver, en cambio, un paisaje grato, un respiro entre tanto pavimento. Es un efecto llamativo, que la intemperie, ese vacío, ese aparente puro espacio y tiempo, junte a lo llamado apolíneo y a lo dionisíaco. La palabra campo, lo sé porque está en mi apellido, significa mucho y nada. Es como decir extensión, territorio, despliegue o espacio. ¿De qué? De cualquier cosa. Tan vaga es, que se ocupan indistintamente los términos campo adentro y campo afuera. No hay fronteras claras en la intemperie. Es un ir de un lugar a otro, cada uno rodeado por abismos de olvido. Un eriazo así de grande, aunque sea contenido por la ciudad, ya no es parte de ella. Tampoco corresponde a lo que se llama campo. Un eriazo así es lo que podamos imaginar que es.
6. Sus otros habitantes son queltehues, gorriones, loicas, tordos, tórtolas, aguiluchos, tencas y zorzales. Hay otros pájaros cuyo nombre ignoro y que son como unos loros grises con pico negro. No vuelan, sólo aletean unos cuantos metros a la manera de las gallinas. Creo que esconden los huevos de sus crías bajo tierra, entre arbustos y malezas. Me agradan: tienen un carácter burlón. Les gusta cruzarse en el camino de mis paseos con mis perras y provocarlas. Ellas sienten el instinto de perseguirlos, y con Karina nos vemos obligados a afirmar con fuerza sus arneses. Son una presencia constante, los pájaros. Una mañana, tras un incendio en los faldeos de la cordillera, yendo a mi trabajo me sorprendió que había aterrizado allí un grupo enorme de bandadas de distintos pájaros. La escena tenía algo de surrealista o de peste bíblica. Lo cierto es que el eriazo es tan suyo como de los vagabundos. Uno encuentra allí los restos de sus carroñas, o sus defecaciones, o las cáscaras rotas de sus huevos o sus crías muertas.
7. Los guardias del terreno, subcontratados por una compañía de seguridad, no saben cuándo comenzará la construcción. Sólo tienen órdenes de echar a la gente allí instalada. Entretanto, han llegado más trabajadores, también subcontratados, y se están ocupando de cerrar el costado que lleva a Vicuña Mackenna. Después cerrarán el que lleva hacia nuestra casa. Algunos ya vinieron cerca y cavaron los hoyos donde enterrarán los pilares de los muros. Será rápido: los ubicarán, les engancharán unas rejas hechas a la medida y derramarán cemento en los hoyos de los pilares. Sobre las rejas pondrán unas láminas metálicas y quedará todo clausurado. En el sitio fotografiado aquí debajo, en vez de un acceso al paisaje, habrá un muro metálico de color verde oscuro. Los que viven allí ya deben estar buscando otro refugio.
Nicolás Campos F. (Santiago,1983) estudió filosofía. En 2013 publicó «La distancia» y espera publicar pronto «Donde comienza un desierto», libro compuesto por dos nouvelles. En 2014 publicó una crónica en «Ciudad Fritanga», y actualmente prepara un libro de cuentos, «Te volverás un extraño».