VER 2014

Memorias colectivas del paisaje urbano/

Entre la transformación y la preservación

Paulina Terra

Artículo | Revista

Resumen

La planificación urbana se enfrenta a la decisión de encaminar los procesos de transformación en la ciudad a través de la renovación o la preservación de la memoria. Este dilema es abordado desde una óptica donde la memoria es leída desde el patrimonio, y donde (dependiendo del valor que posee) se toma la decisión de transformarlo o de preservarlo. Esta decisión se realiza en un contexto de asimetrías de poder donde priman los discursos y los intereses económicos, dejando la preservación de la memoria colectiva contenida en ciertos tejidos o elementos que se inscriben en el paisaje urbano para sus habitantes. Este artículo analiza tres formas de preservación de la memoria colectiva: por continuidades, por fragmentos y por signos. El examen de estas formas permite vislumbrar que la activación del patrimonio se traduce en un proceso no exento de conflicto, debido a que suele primar la toma de decisiones “desde arriba hacia abajo”, lo cual es revertido cuando el desequilibrio de poder es más horizontal y se activan espacios o elementos significativos para los habitantes en relación a su memoria colectiva.

Palabras Claves

Paisaje urbano, memoria colectiva, activación patrimonial.

Abstract

Urban planning faces the processes of renovation in the city through renovation or preservation of memory. This dilemma is approached from a perspective in which memory is understood in terms of heritage, and which) it is decided whether to transform it or to renew it, according to its value. This decision is taken in a context of power imbalance, where there is a primacy of discourses and economic interests, leaving the preservation of collective memory for the inhabitants in certain elements embedded in the urban landscape. This article analyses three forms of preservation of collective memory: through continuities, fragments and signs. The examination of these forms leads to the realization that the heritage activation is reflected in a process not without conflict, due to the primacy of a “top-to-bottom” decision making –which is reversed when the power imbalance is more horizontal, and some meaningful spaces or elements are activated in relation to the inhabitants’ collective memory.

Keywords

Urban landscape, collective memory, heritage activation.

1. Introducción

La problemática para la planificación urbana respecto de la transformación de la ciudad a través de procesos de renovación, o bien de la preservación de la memoria, es abordada generalmente desde una óptica en donde la memoria es leída desde el patrimonio, considerándose como un bien físico que existe en la ciudad y que posee un valor intrínseco, y en donde dependiendo del valor se toma la decisión de transformarlo (es decir, reemplazar lo existente por una nueva infraestructura, edificación, servicio) o bien de preservarlo. En el primer caso, la decisión de renovación se toma al considerarse que el valor no es lo suficientemente importante para ser preservado, poseyendo más valor el proyecto a ser construido, o bien que el valor de cambio supera al valor de uso; y en el segundo, la preservación se adopta cuando existe un reconocimiento del valor de uso, buscándose no sólo el mantenimiento del valor del patrimonio por su significancia identitaria y/o histórica, sino que especialmente el conducir hacia su valorización económica como activo dentro de la ciudad –o bien porque el valor de cambio justifica su preservación.

Esta forma de abordar la problemática de qué se preserva y qué se renueva en la ciudad desconoce que la ciudad es, de acuerdo a Lefebvre (1974), una producción social en donde operan diversas prácticas, relaciones, experiencias sociales, que se despliegan tanto por los deseos de acción de cada habitante como por las posibilidades de éstos de realizar dichos deseos, siendo la ciudad a su vez un producto que interviene en la producción; es decir, que opera lo construido, las relaciones y dinámicas existentes, en cómo se va reproduciendo y transformando la ciudad. Esto es especialmente evidente cuando hablamos de memoria individual y colectiva respecto de un espacio, y reflexionamos cómo dicha memoria es capaz de hacernos sentir cierta emotividad sobre un espacio, llevándonos a desear transformarlo o preservarlo, dialogando entonces el espacio presente con el espacio pasado (rememorado e imaginado), con nuestros recuerdos, experiencias y con un sentido y un significado que le otorgamos a ese espacio y que tienen relación con nuestra identidad. Esta idea se relaciona entonces con que si bien existen edificaciones, tejidos urbanos, plazas, entre otros, que fueron construidos por arquitectos de renombre, (en donde han ocurrido hechos históricos de importancia o bien que son espacios en donde se realizan festividades locales, por mencionar algunos ejemplos), éstos no necesariamente tienen relación con lo que un individuo o colectivo reconoce como un espacio de preservación de la memoria.

Por otra parte, el valor de estos espacios no sería intrínseco, sino que sería el resultado de un proceso de puesta en valor por parte de ciertos agentes urbanos, poseyendo algunos más poder que otros para poder efectuar dicha valoración o activación del patrimonio, tal como plantea Prats (1997). Los espacios de preservación de la memoria, entendidos a través de su activación como patrimonio urbano son, bajo esta premisa, una producción social que está en permanente construcción y valorización, y no un bien acabado que debe o no ser preservado de acuerdo a sus características propias.

Partiendo entonces de la base de que el patrimonio urbano es activado, se plantea que la problemática de la transformación o preservación del patrimonio debería estar centrada en los procesos de articulación por parte de ciertos actores para la activación del patrimonio o su renovación, en donde los actores acuden a ciertos argumentos y a ejercicios de poder para realizar una u otra acción. Estos procesos pueden desencadenar conflictos debido a la diversidad de miradas sobre qué se considera valioso y qué no, sumándose a esto la complejidad entre el valor de uso y/o de disfrute estético y el valor de cambio que puede otorgarse al patrimonio urbano.

Una forma de abordar la problemática de la planificación urbana respecto de la transformación o preservación de la memoria por medio de su patrimonialización es a través de la forma en que ésta se da en relación al paisaje urbano, debido a que es en éste en donde se puede evidenciar de forma visible dicha relación.

Las relaciones entre la preservación del paisaje urbano y la preservación de la memoria no siempre son claras, ya que depende de quiénes valoricen ciertos atributos, y cómo permanecen dichos atributos en la imagen de la ciudad. Muchas veces los valores activados no se condicen con lo que la ciudadanía determina como elementos significantes; otras, una excesiva preservación lleva a perder el patrimonio intangible que poseía lo patrimonial al convertirse en escenarios turísticos banalizados. Al encontrarse la ciudad en permanente movimiento y transformación la principal cuestión radica en qué valorar y cómo valorar, para que dicha transformación no se torne en un ejercicio que desconozca que ciertos espacios poseen sentido para personas y colectivos y cuyo único objetivo sea la rentabilidad del espacio.

Para poder comprender las decisiones que se toman en la ciudad respecto de la preservación de la memoria, se proponen tres formas de preservación patrimonial que quedan impresas en el paisaje urbano: a través de continuidades (tejidos históricos), de fragmentos (elementos históricos) o bien a través de signos (cuando el espacio es totalmente renovado pero se elaboran gestos para relevar la memoria histórica). Estas tres formas dan diversos resultados respecto de cómo se concibe la preservación patrimonial y cómo ésta queda inscrita en el paisaje urbano. Sin embargo, lo que se desea relevar es que más allá del paisaje resultante, lo importante es la forma en la cual se lleva el proceso tanto de patrimonialización como su posterior devenir en el cambio constante de las ciudades. Para ello se aborda la reflexión a partir de qué entendemos por paisaje urbano; luego se problematiza sobre la relación entre paisaje urbano y memoria y sobre paisaje urbano y procesos de planificación territorial, para luego analizar tres casos en donde se ha buscado (con distintos resultados) la preservación de la memoria a través de la patrimonialización que queda integrada en el paisaje urbano: la preservación de cascos históricos en ciudades europeas (continuidades), la de elementos y edificaciones en el barrio del Poble Nou en Barcelona (fragmentos) y finalmente, la creación de un mural para conmemorar la vida de una mujer afroamericana en la ciudad de Los Ángeles, Estados Unidos (signos).

2. ¿Qué entendemos por «paisaje» y por «paisaje urbano»?

Para comprender cómo el paisaje se articula con las nociones de preservación histórica, de memoria y de identidad, y cómo hoy esta búsqueda de preservación es recogida por la planificación urbana, se propone a continuación una definición de paisaje urbano cultural.

En primer lugar, desde la ecología, Romani (1994) propone que el concepto de paisaje adquiere una noción sistémica, en donde diversos elementos, artificiales o naturales, entran en interacción, generándose una dinámica de acciones e interacciones. Este dinamismo y la permanente transformación del sistema dan por resultado una agregación de elementos y de huellas de distintos procesos históricos con una impronta espacial en el territorio.

Pero, ¿en qué se diferencia un sistema territorial de un paisaje? Si bien ambos se presentan como unidades homogéneas, el paisaje tiene por principal condición la percepción, el carácter subjetivo con que el ser humano asimila un entorno a través fundamentalmente de la visión, otorgándole por lo tanto un carácter emocional. Tiene, por lo tanto, una cualidad estética valorada, debido a que «la mirada paisajista, en efecto, es siempre una mirada estética, en el sentido amplio de la palabra, que indica una conexión inescindible entre forma percibida y sentido» (Aliata y Silvestri, 2001: 10). Además, el paisaje tiene por condición la apreciación a través de una visión panorámica, lo que obliga a quien lo percibe a «estar ahí», lo cual «se disfruta mirando, oliendo, escuchando, recorriendo» (Aliata y Silvestri, 2001: 10), pero también en un ejercicio en donde el pensamiento acompaña a la contemplación visual. Los límites del territorio pueden ir más allá de lo visible, mientras que en el paisaje el límite está dado por la visualidad: hasta donde el ojo sea capaz de percibir desde un punto de observación.

El paisaje, al ser una construcción social habitada y significada por una población, posee una valoración de su cualidad estética necesariamente social, siendo los colectivos, comunidades o grupos de personas que habitan un espacio quienes perciben ciertos atributos de ese lugar. Es así como la Carta Europea del Paisaje (2000) define a este como «cualquier parte del territorio tal como la percibe la población, cuyo carácter sea el resultado de la acción y la interacción de factores naturales y/o humanos».

El paisaje urbano, en primer lugar, siempre será cultural, ya que se deriva de las prácticas culturales de una sociedad sobre la ciudad, dejando una impronta física que posee un carácter visual, una imagen, la cual podemos denominar «paisaje urbano» y que se posee además un carácter intangible como «elaboración intelectual que realizamos a través de ciertos fenómenos de la cultura» (Maderuelo, 2010: 1). En este paisaje, debido a que la ciudad es eminentemente medio construido, tendrá preeminencia la arquitectura del lugar y los modos de vida que allí se desarrollen y que sean visibles para el habitante y la interpretación, valoración y significado de forma individual o colectiva del mismo.

Una de las principales diferencias con los otros tipos de paisaje corresponde a la escala con la cual se estudia. Ante paisajes abiertos, como pueden ser los agrícolas o de naturaleza, el paisaje urbano en cambio es inmediato, cambia en una vuelta de esquina y el punto de vista de quien los recorre es más estrecho. Posee además una complejidad distinta, dada la cantidad de elementos presentes y por ser resultado de la densa interacción entre los habitantes de la ciudad. Las visiones panorámicas sirven de aproximación para delimitarlo, pero es en el recorrido «a pie» en donde verdaderamente es posible de comprender el paisaje urbano en su magnitud.

3. Paisaje urbano y preservación de la memoria

Es innegable que el paisaje es una aglomeración de señales del tiempo, de épocas que han pasado y del pasado reciente. Es como un palimpsesto, en donde el territorio se borra y se reescribe, pero en donde también quedan huellas de forma voluntaria o involuntaria, tal como en las antiguas tablas de arcilla en donde se escribía y reescribía. Este ejercicio, el de borrar o conservar ciertas huellas, responde por una parte a la necesidad de preservar algunos gestos de la Historia que tienen sentido para un colectivo, en donde la valoración por parte de ciertos agentes con mayor poder es clave para dicha preservación, formándose alianzas estratégicas entre actores, o bien como resultado de conflictos en donde el colectivo hace frente ante una destrucción inminente. Por otra parte, estas huellas pueden ser vestigios que simplemente van permaneciendo en el espacio debido a la falta de interés por la renovación de dichos espacios para los agentes que buscan la rentabilidad del suelo o bien debido a que estas huellas imprimen un carácter único al espacio, tornándolo atractivo y por lo tanto ideal para invertir en él. Finalmente, estas huellas pueden ser borradas debido a las fuerzas de renovación que actúan en la producción del espacio, reescribiendo el territorio cuando éstas no poseerían un carácter transable en el mercado de valores.

El carácter sistémico de un paisaje urbano denota entonces el sentido de permanente transformación del mismo (en donde la ciudad alberga tejidos y monumentos con valor patrimonial), pero también de zonas de épocas pasadas que no han sabido o querido acoplarse a la ciudad posmoderna y que sufren procesos de deterioro a causa de que no se sitúan en la red de la globalización.

Debido a que el paisaje es este conjunto de capas históricas, permanecerían aquellos elementos de ese pasado que se desea rescatar y se borrarían en cambio aquellos que se desea eliminar. Por lo tanto, lo que permanecería en la ciudad, como proceso voluntario de activación de ciertos valores, tiene relación con un rescate de la memoria histórica más que de la representación histórica en sí misma. La memoria es una elección; no se recuerda todo, sino que se elige qué recordar y qué olvidar, debido a que «la memoria no puede retenerlo todo; si pudiera, nos aplastarían los datos» (Lynch, 1972: 42). Y en esta selección el recuerdo además es modificado, subjetivado por las emociones y por el punto de vista de quién lo desea activar.

Una de las cualidades del paisaje es que éste puede ser fuente de identificación para una persona o un colectivo. El carácter emotivo, ligado a la estética visual del lugar, puede hacernos sentir pertenecientes a un lugar o bien reconocer ciertos gestos vinculados a nuestra persona.

Es así como ciertos barrios albergan nuestros recuerdos de niñez y, al visitarlos, hacen sentido respecto de quiénes somos y de nuestra historia personal. También existen en la ciudad elementos con cargas simbólicas que hacen referencia a nuestra historia como colectivo: edificios históricos, espacios públicos preeminentes, calles que recorrimos de forma reiterada en el pasado o en donde se desarrollan tradicionalmente actos cívicos, entre otros. Por el contrario, también podemos encontrar elementos identitarios impuestos desde la administración, en donde se sitúan en el espacio público monumentos a antiguos héroes de guerra que deberían significarnos como identidad de país, pero que raramente notamos en nuestro día a día y que difícilmente sabemos quiénes fueron y qué representan (Lynch, 1972).

En la construcción y renovación de la ciudad una de las formas de preservación de la memoria colectiva es a través de la patrimonialización de tejidos, edificios o elementos significantes. Si bien en el ideario común de las personas la noción de patrimonio se encuentra como algo que posee valor según sus características intrínsecas, Prats (1997) establece que el patrimonio no es algo que exista de forma natural, sino que más bien responde a una construcción elaborada según los criterios e intereses de agentes sociales con el poder de realizarlo.

El patrimonio, por lo tanto, no existe por sí mismo, sino que debe ser valorizado, activado, para que se constituya como tal. Un patrimonio valorizado pasa a formar parte de un paisaje urbano como un elemento que pretende rememorar un tiempo histórico, ser memoria de un colectivo y apelar a una cierta identidad, pero que también puede responder a un ejercicio estético en donde se preserva aquello que es distintivo y único, atractivo para la vista y que, por ello, puede ser comercializable. En este último caso, se preserva aquel paisaje urbano que permita atraer a público (generalmente turistas) e inversiones (Harvey, 1996). Tal como afirma Choay (1992: 194) respecto de la valorización de un patrimonio construido, «este término clave, que pretende ser tranquilizador, resulta en realidad inquietante por su ambigüedad. Remite a los valores del patrimonio que se desea que se reconozcan. Pero contiene también la noción de plusvalía. Plusvalía de su interés, de su agrado, de su belleza, ciertamente. Pero también plusvalía de su atractivo, de obvia connotación económica». La valorización y la plusvalía del patrimonio a través de la preservación de un paisaje urbano único pasan entonces a estar ligados en una búsqueda de ganancia económica.

Otras formas de valorización de la memoria colectiva en la ciudad que dejan una impronta en el paisaje corresponden a intervenciones en el espacio, buscando traer al presente un pasado remoto o próximo sin la necesidad de preservar el tejido o el fragmento físico, recurriendo a la remembranza de aquello que existió a través de diversas iniciativas –tales como actividades educativas, intervenciones culturales u otros tipos de manifestaciones más permanentes, como podría ser la instalación de placas conmemorativas. En el primer caso, la relación entre paisaje y preservación de la memoria adquiere un carácter más efímero cuando la intervención es temporal, alterándose el paisaje mientras dura dicha intervención y quedando en la memoria de quienes la presenciaron, pudiendo estos reconstruirla cada vez que se enfrenten al espacio alguna vez intervenido. En el segundo caso el carácter de la preservación de la memoria es más puntual, debido a que los gestos dialogan con el espacio transformado en el cual se inscriben, formando el ejercicio de preservación de la memoria parte material y permanente del paisaje urbano.

4. Preservación o transformación del paisaje urbano como acción de la planificación territorial

La relación entre paisaje urbano y planificación territorial resulta siempre compleja: por una parte se renueva, se reconstruye; por otra, se debe elegir qué permanece, qué elementos deben ser activados como valores patrimoniales, y los métodos con que ello se realiza. En definitiva, la problemática central es sobre el quién decide cómo se transforma la ciudad y su imagen, y bajo qué criterios, tensionándose desde criterios más participativos hacia otros «desde arriba hacia abajo», en donde los agentes públicos toman las decisiones desde el poder central.

Esta tensión ha desencadenado desde la emergencia de la preservación del patrimonio como un interés colectivo un permanente conflicto entre quienes toman las decisiones sobre la ciudad y la ciudadanía. Desde las grandes reformas con el urbanismo higienista de París y Barcelona hasta nuestros días, pareciera ser que la ciudadanía posee visiones muchas veces contrapuestas respecto de las del sector público. En los últimos años se ha buscado la reducción de esta brecha mediante la incorporación de la participación ciudadana en los procesos de planificación, intentando bajo estos medios llegar a un consenso respecto de la imagen que adquiere la ciudad, la cual no es más que la visibilidad de transformaciones más profundas que las meramente estéticas.

Además de la búsqueda por parte de los agentes a la generación de plusvalía a través de la preservación patrimonial, en contraste con el valor de uso de los ciudadanos respecto del patrimonio, otro posible fundamento de los conflictos y tensiones que se producen hoy entre la planificación y los ciudadanos frente a la patrimonialización de tejidos históricos, o la renovación de barrios con carácter patrimonial, puede deberse al cómo se analiza la imagen urbana. Al respecto, Olwig (1996) presenta dos formas de interpretar el paisaje: la primera, desde una visión panorámica, y la segunda, desde un punto de vista personal. Podríamos tomar esta noción y aplicarla a que la planificación urbana posee una noción panorámica y el ciudadano –el habitante del paisaje a intervenir o preservar- posee una visión personal, por lo que se produciría un desajuste de miradas sobre la intervención de la ciudad, tensionándose por lo tanto las intervenciones sobre el territorio. La importancia entonces de la participación comunitaria radica en acercar ambas formas de interpretar el paisaje, contemplándola en los métodos de intervención.

5. Entre la transformación y la preservación de los paisajes urbanos: continuidades, fragmentos, signos

Los procesos de transformación de los tejidos urbanos se dan hoy en día debido fundamentalmente a presiones por parte de la ciudad posmoderna de entrar en las lógicas de ciudad neoliberal, conectada con la red global. Esta lógica lleva a que la ciudad tenga hoy más que nunca un proceso vertiginoso de reconversión permanente, en donde las decisiones de cómo llevar a cabo los procesos de planificación están orientados a qué renovar, qué preservar, hacia dónde y cómo crecer. El paisaje de la ciudad histórica o clásica, la ciudad moderna y la ciudad posmoderna entran en una dialéctica para conformar los nuevos paisajes, entendiéndose a la ciudad como una «suma de tiempos» (Borja, 2003: 27). El desafío consistiría en mantener la memoria de forma simultánea a proyectar la ciudad hacia el futuro. «Sin memoria y sin futuro la ciudad es un fantasma y una decadencia» (Borja, 2003: 27).

La necesidad por una renovación vertiginosa y permanente de la ciudad posmoderna lleva a que se den distintas modalidades para las transformaciones del paisaje urbano, las cuales pueden o no tener la voluntad de mantener ciertas referencias a la identidad del colectivo que habita en el territorio a intervenir, o simplemente al pasado reciente o remoto del mismo. Muchas veces se hace tabla rasa sin la participación de los habitantes sobre esta decisión, pudiendo desencadenarse conflictos con la comunidad debido a la destrucción del medio construido significado para el colectivo. En otras ocasiones, se recurre a la mantención de ciertos valores patrimoniales que sirvan de referencia para la comunidad residente, pero también para visitantes externos como estrategia de marketing y turismo urbano, con el fin de aumentar la atractividad de la ciudad, ante la necesidad de las mismas de integrarse a una red global competitiva.

De manera simplificada se propone que se podrían catalogar las modalidades de mantención de valores patrimoniales como la preservación de continuidades, la mantención de fragmentos y la creación de signos en distintos lugares de la ciudad. La preservación de continuidades alude a la activación de tejidos con valor patrimonial, tales como cascos históricos o barrios tradicionales; la mantención de fragmentos se refiere a la conservación de ciertos elementos con valor patrimonial en un contexto renovado, teniendo por lo tanto un mosaico de elementos del pasado coexistiendo con la ciudad nueva; y la creación de signos consiste en la generación de elementos indicativos de un pasado que ya no está, en un territorio totalmente renovado pero que busca mantener conexiones con el pasado del mismo a través de signos en el espacio público.

Figura 1. Modalidades de transformación del paisaje urbano que busca la mantención de valores patrimoniales (elaboración propia).

Figura 1. Modalidades de transformación del paisaje urbano que busca la mantención de valores patrimoniales (elaboración propia).

5.1. Continuidades

La preservación de continuidades va generalmente hoy de la mano de estrategias de marketing urbano, en donde se mantienen valores patrimoniales que hacen a la ciudad en donde se activan estos valores distintivas del resto de ciudades, y teniendo por lo tanto una mayor atractividad –lo que incentiva la inversión y atracción de capitales. Es a su vez una estrategia de turismo cultural, en donde los tejidos urbanos son valorizados para atraer turistas, fomentándose la economía local.

Los agentes públicos urbanos ven, por lo tanto, una oportunidad de revitalización económica en la preservación de estos tejidos, a través de la declaración de zonas patrimoniales de cascos históricos y otras continuidades de tejidos como son los barrios tradicionales (antiguos barrios obreros o de la burguesía adinerada, balnearios aristocráticos costeros, entre otros).

Para analizar el proceso de valorización de uno de estos tipos de continuidad se trata a continuación la problemática de la activación de cascos históricos.

Figura 2. Ejemplo de conservación del casco histórico de Bologna como tejido urbano (fotografía de la autora).

Figura 2. Centro histórico de Bologna, Italia. Ejemplo de conservación del casco histórico de Bologna como tejido urbano (fotografía de la autora).

5.1.1. Cascos históricos en ciudades europeas

Las estrategias de valorización del paisaje urbano cultural mediante la activación de centros históricos como tejidos se dan a partir de los años ’70 en Europa, debido a los procesos de degradación a los cuales se estaban viendo afectados: pérdida demográfica, degradación ambiental y renovación indiscriminada, descaracterización del paisaje morfológico y social, entre otros (Fernández, 1994). Estas estrategias se han orientado hacia la dinamización de los centros para la atracción de inversiones y el mejoramiento de la calidad (muchas veces tan sólo física) del espacio.

El problema de la intervención pública urbanística sobre estos espacios consiste básicamente en que la renovación y rehabilitación, mediante la preservación del valor edificatorio, ha traído consigo otros tipos de procesos negativos, como la progresiva gentrificación y, por lo tanto, expulsión de la población residente, destruyéndose sus redes sociales y el patrimonio intangible de dichos espacios. Es decir, la planificación generalmente se centra en la mantención de los valores visuales, tangibles, de estos cascos, perdiéndose el valor intangible detrás de estos tejidos.

El valor de un centro histórico como referente patrimonial radicaría en su carácter simbólico y en su capacidad de representar simbólicamente una identidad, pudiendo ser convertido en un repertorio activado mediante la creación y difusión de un discurso sobre la versión de identidad que se quiere representar e imponer (Prats, 1997). Es decir, un centro histórico no puede ser considerado patrimonio hasta el momento en que esta noción sea explicitada por parte de quienes tienen el poder para realizarlo, y esta acción, la de la activación patrimonial, es la que en los últimos años ha llevado a gestores urbanos a utilizarla como eje de la renovación y rehabilitación de zonas en proceso de degradación.

El impulso por la protección de los centros históricos con valor patrimonial (urbano e histórico) nace en la época de Hausmann en Francia y con Ruskin en Gran Bretaña en el siglo 19, acompañados por la creación de proyectos de conservación en respuesta al aceleramiento del crecimiento de la ciudad industrial y la necesidad de ajuste de éstas a los nuevos tiempos (Choay, 2007). De esta forma, el urbanismo y la noción de protección no son términos antagónicos, sino que por el contrario, «la noción de patrimonio urbano histórico se constituye a contracorriente del proceso de urbanización dominante. Es el resultado de una dialéctica de la historia con la historicidad» (Choay, 2007: 164).

Esta dialéctica entre urbanismo y protección patrimonial toma relevancia al efectuarse un cambio de visión del patrimonio: éste comienza a ser tratado en su conjunto (tejido urbano) y no como la suma de sus partes (monumentos), integrándose a la ordenación territorial. Estas ideas se recogen en los postulados de Giovannoni, quien le otorga a los centros históricos de forma simultánea un valor de uso y un valor museal, en integración con el resto de la ciudad y no de forma aislada a ésta. Estos centros deben ser tratados, por lo tanto, no como objetos autónomos, sino como elementos y parte constituyente de los procesos de urbanización (Choay, 2007).

Figura 3. Manifestación de la disputa entre gestor público (Ayuntamiento y Junta) y vecinos por procesos de expulsión de población local de barrios patrimoniales (fotografía de la autora).

Figura 3. Barrio del Albaicín, Granada. Manifestación de la disputa entre gestor público (Ayuntamiento y Junta) y vecinos por procesos de expulsión de población local de barrios patrimoniales (fotografía de la autora).

La idea de Giovannoni toma hoy relevancia en cuanto a que la activación patrimonial de centros históricos responde en la actualidad a estrategias que se insertan en un proceso de reestructuración económica global y de competencia interurbana. La estrategia de revitalización urbana enunciada por Harvey (1996), que se puede aplicar a la valoración de centros históricos, se refiere a la explotación de las ventajas locales, que en este caso respondería a la activación de elementos atractivos presentes en un «pool virtual» de referentes patrimoniales posibles (Prats, 1997), a fin de mejorar el posicionamiento de la ciudad en el mercado. Esta estrategia suele ser a veces unidireccional, en cuanto a que deja de lado la idea de que el centro histórico forma parte del resto de la ciudad y de que es un «tejido viviente» que posee una dimensión social y que debe ser tratado mediante el respeto de las actividades a desarrollar, a fin de que sean compatibles con su morfología original –cayendo por el contrario en una suerte de «museificación», en donde el objetivo es la preservación de la estructura física y la instalación de actividades destinadas al turismo y comercio, desplazando muchas veces a las actividades previas y alterando las dinámicas propias de dichos centros (Choay, 2007). Estas actuaciones tienen por fundamento el lograr que las ciudades sean más atractivas en términos de imagen, valiéndose de un discurso orientado a la construcción de una identidad propia y distintiva (construida por los agentes que promueven la revalorización de ciertos espacios y, dentro de éstos, eligiendo qué tiene valor y qué no) para que sea promocionable en el extranjero. Los esfuerzos se concentran entonces en crear o mejorar una imagen de la ciudad que sirva como una estrategia de marketing. Así, se mercantiliza el contenido simbólico que poseen estos espacios, utilizando la imagen de la ciudad como algo que se puede «colocar y vender en el contexto global» (Benach, 2009: 2). La remodelación entonces de los centros históricos respondería a un «intento de representación visual», cuyo objetivo sería el aumento del valor de cambio de las propiedades (Zukin, 1995; en Benach, 2009: 2).

Figura 4. Centro Histórico de Florencia. Ejemplo de la banalización del entorno histórico a causa de instalación de comercio de baja calidad junto a edificios de categoría patrimonial (fotografía de la autora).

Figura 4. Centro Histórico de Florencia. Ejemplo de la banalización del entorno histórico a causa de instalación de comercio de baja calidad junto a edificios de categoría patrimonial (fotografía de la autora).

La activación patrimonial trae consigo el objetivo de la preservación de conjuntos de valor patrimonial insertos dentro del centro histórico. Esta preservación pasa, en la mayoría de las veces, por la preservación física del entorno, lo que puede desencadenar consecuencias negativas sobre los valores sociales y también urbanos, debido a que se presenta un rompimiento del tejido social y la proliferación de dinámicas que no estaban previstas para ese espacio (discordancia con la morfología del espacio). Al respecto, Choay (2007) señala problemas tales como la musealización de los centros históricos; la polémica inserción en los mismos de la arquitectura contemporánea; los problemas asociados a la autenticidad e integridad del patrimonio urbano, en relación con su rehabilitación para fines diversos a su uso primigenio; la impúdica exhibición y conversión del mismo en imagen y objeto de consumo y entretenimiento, por medio de diversas actuaciones que se engloban bajo el ambiguo término de valorización; o las transformaciones e impactos negativos que el aumento del turismo le provocan.

Respecto de los procesos de expulsión de la población originaria, Lynch (1972) postula que se pueden dar en un mismo espacio intereses históricos divergentes, en donde existe una población adinerada interesada debido a que ese espacio presenta «encanto» y porque se encuentra conectado con el pasado de su propia clase, albergando la esperanza de ocupar y restaurar el espacio; por el contrario, la población residente se encuentra empobrecida y habitando un lugar en degradación. El proceso de conservación llevado a cabo entonces por los intereses económicos trae consigo la expulsión de las clases pobres, convirtiéndose en una «estratagema para justificar el retorno de la burguesía» (Lynch, 1972: 49).

Hoy en día los actores relevantes en cuanto a los procesos de rehabilitación corresponden tanto a la inversión privada (gestores inmobiliarios) como a gestores públicos, dejando muchas veces estos últimos de lado la dimensión social al momento de efectuar dichos procesos, o bien no sabiendo cómo conducirlos para evitar la gentrificación del lugar. Las ideas de Lynch se mantienen por lo tanto vigentes, estableciendo que una rehabilitación ideal de estos espacios debería considerar a la población residente, otorgándoles la opción de que éstos puedan permanecer en el barrio o bien emigrar de forma voluntaria. «La restauración es injusta a menos que los residentes actuales puedan elegir entre quedarse en las estructuras renovadas o marcharse. Si hacen lo primero, la renovación es un asunto muy distinto pues los residentes ven valores distintos y una historia muy diferente en las viejas casas. A menudo fueron sus antepasados quienes construyeron esas hermosas casas, y en los años más recientes la historia de ese lugar ha sido, desde luego, suya» (Lynch, 1972: 49).

El riesgo de la preservación del paisaje urbano a través de la patrimonialización de las continuidades que sólo reconoce la materialidad del mismo consiste entonces en una posible progresión de pérdida de los contenidos simbólicos que lo hacían ser un lugar patrimonial (tangible e intangible), producto de la complejidad social, identificación ciudadana y densidad histórica que poseían (Benach, 2009).

5.2. Fragmentos

Otra forma de conservación de la memoria colectiva considerada como patrimonio es mediante la activación de fragmentos de la ciudad que tengan un significado especial para uno o varios colectivos. Esta forma de conservación permitiría la renovación del espacio urbano para adecuarlo a nuevos roles o funciones de la ciudad posmoderna, manteniendo además huellas de la ciudad histórica o clásica. Esta modalidad permitiría una convivencia entre el presente y el pasado sin que uno aplaste al otro, existiendo «gestos» en el espacio urbano que remitan a la identidad colectiva, pero en donde también exista espacio para el presente. De acuerdo a Lynch (1971: 42), «la afición a las antigüedades es posible solamente cuando la recogida de datos consiste esencialmente en retener lo significativo y rechazar lo no significativo».

Es, por lo tanto, un proceso de selección, en donde una planificación y gestión urbana adecuada debería tender hacia la preservación de lo significativo y eliminar lo no significativo para renovar. Algunos ejemplos de preservación de fragmentos consisten en la conservación de casas museo de personas ilustres, mantención de antiguas vías férreas en trazados de nuevas calles, edificios históricos y ruinas en medio de la ciudad, entre otros.

Respecto de estos procesos, podemos citar a continuación un ejemplo de proceso de planificación en donde se ha decidido la conservación de fragmentos para mantener la memoria sobre el pasado de los lugares que se están renovando, y que asumen nuevos roles.

5.2.1. El caso de la redefinición del Poble Nou

El Poble Nou es un barrio con un pasado industrial reciente, localizado en el norte de la ciudad de Barcelona, el cual se ha visto sometido desde la década del ‘90 a un proceso de redefinición por parte del Ayuntamiento hacia una convivencia de usos residenciales y terciarios. El objetivo de las acciones ha estado orientado hacia un cambio del rol histórico que ha tenido Poble Nou, como barrio contenedor de empresas manufactureras con presencia de clase trabajadora, en donde se combinaban usos industriales y residenciales, hacia un desarrollo de este territorio como polo de actividad económica, buscándose su configuración como una nueva centralidad en la ciudad. Las acciones más importantes han consistido básicamente en la construcción de la Villa Olímpica, en donde se contempló como actuaciones la creación de una nueva área residencial, la regeneración del frente marítimo, la reordenación del sistema de enlaces viales, la utilización como Villa Olímpica para los Juegos de 1992 y el lograr una función integradora del Poble Nou con el resto de la ciudad (Boixadós, 1992), y la transformación de la base económica, mediante la reconversión del suelo industrial a suelo orientado a actividades de las Tecnologías de la Comunicación e Información, mediante la implementación del Plan 22@.

Figura 5. Dibujo de paisaje sobre el rol industrial que poseía Poble Nou.

Figura 5. Dibujo de paisaje sobre el rol industrial que poseía Poble Nou. Antiguo tejido industrial del siglo XIX y XX, en donde prevalecían las fábricas y talleres.

Los objetivos del planeamiento de los últimos años respecto de este barrio se dirigen hacia la reorientación del mismo desde un rol metropolitano a uno europeo, a través del cambio de su vocación industrial hacia el de las tecnologías de la información y actividades compatibles con éstas, con el fin de aumentar su competitividad a escala continental, a través de «una serie de medidas específicas destinadas a la reutilización del suelo industrial por las actividades @, es decir, aquellas relacionadas con las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones, así como con la investigación, el diseño, la edición, la cultura, la actividad multimedia, la gestión de bases de datos y del conocimiento» (Narrero, 2003).

Figura 6. Chimeneas preservadas como memoria del pasado industrial de Poble Nou (fotografía de la autora).

Figura 6. Chimeneas preservadas como memoria del pasado industrial de Poble Nou. Chimeneas preservadas junto a antiguas edificaciones industriales rehabiliatadas, en conjunto con nuevos edificios residenciales (fotografía de la autora).

Por su parte, las asociaciones cívicas, en contraposición a lo planteado desde el sector público, proponían y siguen proponiendo una puesta en valor del rol industrial y de clase trabajadora tradicional, mediante acciones de valorización del patrimonio industrial existente y de reclamo frente al temor de una potencial gentrificación del barrio (si es que esto no ha ocurrido ya), desencadenándose por lo tanto un conflicto con la administración pública respecto de la renovación del barrio.

La puesta en valor del patrimonio industrial desde el sector público ha consistido en la preservación de elementos, tales como chimeneas o trazos de la vía férrea, en puntos del espacio público, y de edificios con valor estético, con el fin de que a pesar de que cambia el rol del barrio éste conserva gestos de su pasado, invitando a la memoria colectiva a que recuerde el mismo. Sin embargo, la reacción por parte de juntas de vecinos y colectivos asociados al barrio ha sido adversa. Estos grupos han considerado que no han sido suficientes estos gestos y ven amenazada su memoria barrial (Boixadós, 1992; Tatjer, 2008). El fracaso de esta iniciativa, y la permanencia por parte de los colectivos por hacer frente a cómo se ha decidido renovar podrían deberse a que, tal como postula Lynch (1972: 45), «lo que la gente quiere preservar no son los viejos objetos físicos en sí mismos sino las asociaciones a las que están familiarizados».

Figura 7. Avenida Icaria, al sur de Poble Nou. Trazos de vía férrea resignificados como paseo peatonal (fuente: Google Earth).

Figura 7. Avenida Icaria, al sur de Poble Nou. Trazos de vía férrea resignificados como paseo peatonal (fuente: Google Earth).

De esta forma, ha sido la sociedad civil la que ha propuesto medidas para mitigar la destrucción progresiva del patrimonio industrial del barrio, mediante acciones como el impulsar frente al Parlamento de Catalunya una «Proposición no de ley», la cual instó al Ayuntamiento a llevar a cabo un Plan de Patrimonio Industrial de Poble Nou, a iniciar un expediente de protección de Can Ricart (antigua fábrica textil construida a mediados del siglo 19 de diez mil metros cuadrados, la cual finalmente fue declarado Bien Cultural de Interés Nacional por parte de la Generalidad de Cataluña en 2009) y a crear un centro de Interpretación del Patrimonio Industrial de Poble Nou, entre otras acciones (Tatjer, 2008). Han sido, por lo tanto, los distintos colectivos que se han organizado en la búsqueda de una preservación más coherente con lo que ellos valorizan como patrimonio, quienes han planteado la necesidad de que además de que se considere una valorización material del patrimonio industrial por parte de las autoridades (incluyendo esto dentro de los planes urbanísticos), se consideren los valores intangibles, tales como la memoria histórica del barrio, la capacidad de innovación técnica y la adaptación de las empresas existentes a los cambios productivos.

Figura 8. Avenida Icaria, principios siglo XX. La antigua Av. Icaria como bulevar peatonal y de circulación vehicular (fuente: Ferrán Sala).

Figura 8. Avenida Icaria, principios siglo XX. La antigua Av. Icaria como bulevar peatonal y de circulación vehicular (fuente: Ferrán Sala).

El ejemplo más emblemático de la falta de una visión conjunta sobre qué se preserva y cómo se preserva en Poble Nou corresponde a Can Ricart, antigua fábrica que se ha convertido en un símbolo de resistencia para los colectivos que ven a los nuevos influjos de transformación hacia un nuevo rol ideado desde el sector público como una amenaza de su identidad barrial. Estas distintas visiones sobre qué preservar y qué transformar han desencadenado años de indecisión que, en el caso de Can Ricart, han ido destruyendo poco a poco un patrimonio físico cuya valoración es deseada por distintos colectivos, pero que frente a la falta de determinación pública (agravada por la crisis económica en España) ha caído en el abandono y en su deterioro. El devenir de Can Ricart en la última década ha incluido la ocupación de dichos colectivos que buscan su protección, la determinación de que allí se albergaría la Casa de las Lenguas (proyecto frustrado por la falta de financiamiento), el proyecto de localizar allí un centro de jóvenes o la cesión por parte del Ayuntamiento a la Universidad de Barcelona para destinarlo a estudios de comunicación audiovisual, biblioteconomía, documentación y formación de postgrado (lo cual aún no cuenta con financiamiento).

Probablemente el problema que se ha desencadenado en Poble Nou ante el impulso de su transformación, y que ha gatillado la organización de colectivos que rechazan dicho proceso, tiene que ver más con la amenaza que sienten estos grupos por el cambio de sus modos de vida, en donde su patrimonio industrial resulta un patrimonio doméstico con el cual se sienten seguros. Se ha reemplazado el tejido productivo por oficinas, centros de servicios, hoteles y viviendas de altos precios, trayendo consigo nuevas dinámicas al barrio. El cambio vertiginoso que ha sufrido la ciudad de Barcelona a través de sus procesos de renovación puede resultar traumático, por lo que la preservación de algunos edificios y elementos representativos del pasado reciente parece insuficiente ante el inminente cambio de vida que se les avecina. En este caso, la ciudad posmoderna se superpone a la moderna, dejando de esta última tan sólo huellas visuales, estéticas, pero anulando por completo sus funciones y dinámicas preexistentes.

Figura 9. Can Ricart. Antigua fábrica textil Can Ricart como símbolo de resistencia vecinal ante los procesos de transformación del Poble Nou (fuente: Marc Arias, La Vanguardia).

Figura 9. Can Ricart. Antigua fábrica textil Can Ricart como símbolo de resistencia vecinal ante los procesos de transformación del Poble Nou (fuente: Marc Arias, La Vanguardia).

5.3. Signos

Así como la ciudad puede preservarse a través de continuos o tejidos urbanos y a través de fragmentos del pasado, éste también puede ser rememorado mediante la instalación de signos o marcas físicas en el territorio que conmemoren hechos pasados, en donde los vestigios materiales ya no están, pero en donde a través de signos que marquen el lugar es posible traer el pasado al presente.

En el caso de la utilización de signos en el paisaje urbano, la relación entre el territorio y el signo es distinto que cuando se preservan continuos o fragmentos: los signos aluden a un imaginario colectivo, en donde quien se relaciona con el signo debe acudir a su imaginación y al recurso histórico para trazar un paisaje imaginado, pretérito, del lugar en el cual se encuentra. El paisaje urbano del pasado es imaginado, encontrándose amparado en una memoria colectiva y en la historia del lugar, la cual al ser rememorada es resignificada. El paisaje urbano rememorado tiene, por lo tanto, una cualidad visible colectiva, al aludir a elementos físicos que se encontraban emplazados en el lugar en donde se erigen los signos (casonas, fábricas, ruinas, entre otros), los cuales son capaces de ser imaginados por el colectivo, pero también poseen una cualidad individual, debido a que cada persona rememora el pasado de forma selectiva y diferenciada y elige cómo imaginarlo.

Al enfrentarse a un signo localizado en el paisaje urbano, se requiere de un observador perceptivo y familiarizado con el lugar y con lo que el signo quiere indicarle y transmitirle; o bien, que el agente que decide la localización de un signo adopte una estrategia de comunicación en donde se explique lo que el signo señala.

En el primer caso se puede citar como ejemplo el nombre de una calle que señale algún evento histórico que haya tenido lugar en ese sitio, ante lo cual el transeúnte debe estar familiarizado con aquello que se busque rememorar, para que cuando circule por ese espacio sea capaz de rememorarlo y traerlo al presente, e imaginarlo en ese paisaje. En el segundo caso, se pueden citar las placas conmemorativas que indiquen puntualmente un lugar con algún hecho histórico de importancia, o que simplemente señalen el pasado de ese territorio y expliquen aquello que se quiere señalar, a través de recursos escritos, imágenes o intervenciones artísticas.

En el caso de la utilización de signos o marcas en el territorio, el proceso de renovación urbana es absoluto al no tener un valor de cambio en la ciudad posmoderna los vestigios del pasado que se borran, construyéndose sobre éstos y dejando indicaciones de lo que allí alguna vez existió. Esto se puede deber a que no se les otorgó un valor patrimonial en el momento en que se realizó la renovación, o a que simplemente ésta no fue activada por el sector público, el cual ve mayores ventajas en la renovación absoluta que en la preservación de un continuo o de fragmentos.

En relación a la búsqueda de preservación de la memoria colectiva a través de la intervención en el paisaje urbano por medio de signos indicativos de un pasado que ha sido borrado, se presenta como ejemplo la realización de un mural conmemorativo en el espacio público en la ciudad de Los Ángeles, Estados Unidos.

5.3.1. Intervenciones en el espacio público: el mural «El lugar de Biddy Mason: un pasaje en el tiempo»

En un esfuerzo por activar la memoria pública sobre la ciudad pasada en un contexto de multiculturalidad, en Los Ángeles, Estados Unidos, la corporación El poder del lugar (The power of place), en conjunto con la Agencia de Desarrollo Urbano de Los Ángeles, elaboran para el periodo 1986 – 1987 un proyecto que congregaba la historia con el arte público en el distrito comercial de esta ciudad, con el fin de relevar la historia de la comunidad afroamericana –especialmente de la mujer afroamericana- a través del «Proyecto Biddy Mason».

Figura 10. Mural “El lugar de Biddy Mason: un pasaje en el tiempo”. Mural con la vida de Biddy Mason, que incluye inscripciones, imágenes y mapas, realizado por la artista Sheila Levrant de Bretteville (fuente: Museo de Brooklyn).

Figura 10. Mural “El lugar de Biddy Mason: un pasaje en el tiempo”. Mural con la vida de Biddy Mason, que incluye inscripciones, imágenes y mapas, realizado por la artista Sheila Levrant de Bretteville (fuente: Museo de Brooklyn).

La Corporación organizaba, desde 1985, caminatas por lugares históricos referentes a la multiculturalidad de la ciudad, a través de sitios con significancia para la comunidad afroamericana, latina, asiática americana y para la mujer, quienes frecuentemente se han visto invisibilizados en las operaciones de preservación histórica –las cuales comúnmente se enfocan en la conservación de edificaciones de pasado aristocráticas, representando por lo tanto únicamente a la clase poderosa, en este caso, al hombre blanco y protestante. Uno de los lugares por donde pasaba la caminata era un sitio de estacionamientos en donde se había encontrado la casa de Biddy Mason, una esclava que obtuvo la libertad al llegar a California, y quien se convirtió en la matrona más importante del entonces pueblo de Los Ángeles en el siglo 19 (Hayden, 1994).

En 1986 y 1987 la Agencia de Desarrollo Urbano de Los Ángeles decide cambiar el uso de estacionamiento en donde se localizaba la casa de Biddy Mason por una edificación con fines comerciales. Esta agencia pública decide ponerse en contacto con la Corporación con el fin de invitarlos a formar un proyecto en donde se pudiera recuperar la memoria histórica de la comunidad afroamericana a través de la vida de Biddy Mason. Para ello elaboran el «Proyecto Biddy Mason», consistente en primer lugar de un taller comunitario para discutir sobre la importancia de la historia de la comunidad afroamericana y el rol de la mujer en la formación de la ciudad de Los Ángeles, componiéndose posteriormente de cinco etapas: una instalación dentro del nuevo edificio, un libro, un póster, un mural y un artículo en un periódico (Hayden, 1994).

Figura 11. Subdivisión de la calle Primavera, en las calles 3 con Broadway. Lugar donde Biddy Mason estableció su hogar una vez libre (fuente:  Public Art in the Bradbury Building Area).

Figura 11. Subdivisión de la calle Primavera, en las calles 3 con Broadway. Lugar donde Biddy Mason estableció su hogar una vez libre (fuente: Public Art in the Bradbury Building Area).

El signo que es de interés analizar corresponde a la intervención en el espacio público con el mural «Biddy Mason: Tiempo y Espacio», el cual en 25 metros de largo cuenta en paralelo la historia de Biddy Mason en conjunto con el desarrollo de la ciudad de Los Ángeles entre 1818 y 1891, buscando «una combinación de historia pública con arte público para conmemorar el lugar en donde no quedaba ninguna estructura histórica» (Hayden, 1994: 470). Este mural es inaugurado en 1989 e incluye inscripciones, imágenes y mapas del entonces pueblo de Los Ángeles en paralelo con la vida de Biddy Mason.

Lo interesante del signo en este caso es la búsqueda de traer al presente una parte de la historia de Los Ángeles, la cual desde su origen fue una ciudad multicultural, a través de una intervención artística. Esta parte de la historia había sido físicamente reemplazada por otros usos, pero a pesar de ello la historia perduró. En este caso, la valorización y activación del lugar en donde vivió Biddy Mason por parte de colectivos, en conjunto con la administración pública, dio como fruto el poder erigir allí un signo que rememorara e imaginara ese pasado que fue borrado en sus huellas físicas.

La importancia del gesto que tuvo el sector público de aliarse con una corporación sin fines de lucro consiste, de acuerdo a Hayden (1994), en el relevamiento de la historia que usualmente no forma parte de las estrategias de preservación, a través de mostrar la vida de una mujer afroamericana y otorgar importancia a una identidad que está comúnmente invisibilizada, como son las minorías étnicas, las clases menos privilegiadas y la mujer en la ciudad.

El espacio público, con este signo o marca en el territorio en donde se muestra la historia de Biddy Mason, adquiere a su vez vitalidad, atractividad y una capacidad de integración de la comunidad. Tiene por lo tanto un doble valor, al servir de memorial que permite traer a la luz la historia afroamericana de la ciudad, pero también como un elemento atractivo en el espacio público que es capaz de congregar a la comunidad.

Es importante también notar cómo a través de la vida de una persona aparentemente común se puede reconstruir la historia de una ciudad. El mural consta de mapas en donde se traza la calle en donde vivió Biddy Mason, la calle Primavera, la cual se transformó posteriormente en el distrito comercial de Los Ángeles, y de vistas panorámicas de la ciudad en los mismos años de vida de esta ex esclava.

En este caso, la instalación del signo tuvo por objetivo valorar una parte de la historia de Los Ángeles que usualmente es invisibilizada por los relatos hegemónicos, al ser la historia de una mujer afroamericana. La potencia entonces del gesto al relevar dicha historia se traduce en un esfuerzo por abrir la historia de la ciudad hacia otros relatos que quedan fuera de la «historia oficial» de la formación de la ciudad. Lo interesante es que este gesto se concreta de forma material en el espacio público, como una necesidad de que forme parte permanente del paisaje urbano para que quienes circulen por allí necesariamente lo observen, lo que pone en relevancia el rol de la preservación de la memoria de forma material e integrada a la ciudad del día a día, a pesar de que el patrimonio físico se haya destruido. Es más, en este caso podría ser incluso más potente el gesto de la construcción del mural (como intervención artística) que la preservación misma de la casa de Biddy Mason.

Figura 12. Dibujo de una vista de Los Ángeles  en 1890. Paralelos entre el desarrollo de la ciudad de Los Ángeles y la vida de Biddy Mason (fuente: Public Art in the Bradbury Building Area).

Figura 12. Dibujo de una vista de Los Ángeles en 1890. Paralelos entre el desarrollo de la ciudad de Los Ángeles y la vida de Biddy Mason (fuente: Public Art in the Bradbury Building Area).

6. Conclusiones

La transformación cada vez más acelerada que viven nuestras ciudades hoy trae consigo el dilema sobre qué elementos físicos preservar. Si consideramos a la ciudad como un proceso de producción social en donde se presentan ciertos desequilibrios de poder para efectuar dicha producción, podemos considerar que quienes tienen el mayor poder serán quienes decidan qué es patrimonio, y por lo tanto qué se preserva y qué se renueva, a través del discurso del valor intrínseco de lo patrimonial. El argumento propuesto es pasar de esta óptica en donde el patrimonio posee un valor en sí mismo (el cual es reconocido por la administración pública y expertos o académicos, y que dependiendo de ese valor es deseable o no de ser preservado), a una óptica en donde se considera que el patrimonio es el resultado de un proceso de activación en donde operan discursos e intereses en donde no siempre se considera si es o no significativo en relación a la preservación de la memoria colectiva, sino que muchas veces prima la rentabilidad económica que esa activación pueda traer consigo.

Esta óptica nos permite entender de mejor forma cómo los procesos de activación patrimonial suelen ser conflictivos cuando prima, por una parte, el objetivo de la rentabilidad económica, pasando el patrimonio a ser un elemento de valor de cambio que permite una mayor atractividad, debido a que otorga singularidad y goce estético al paisaje urbano, y por otra pero de forma relacionada, cuando priman los procesos desde arriba hacia abajo, tomándose las decisiones sobre qué patrimonio activar desde la administración pública en conjunto con privados, dejando de lado en el proceso de activación a los habitantes de los espacios a ser activados.

Ahora bien, ¿por qué se producen conflictos en estos procesos de activación o de falta de activación patrimonial? Una posible respuesta es que se debería a que las personas que habitan ciudades que se encuentran en permanente transformación ven cómo su espacio vivido, el cual contiene tanto memoria personal como colectiva, así como también una carga emocional e identitaria, es producido a partir de decisiones en dónde no poseen mayor participación. Estas decisiones quedan impresas en el paisaje urbano, resultando muchas veces dolorosas para quienes habitan dichos espacios.

El argumento entonces es que ninguna forma de patrimonialización es válida en sí misma, ya sea por la preservación de continuidades, fragmentos o signos, es decir, preservar más no es necesariamente mejor, sino que el valor radica en que se activen aquellos espacios o elementos que sean significativos para los habitantes en relación a su memoria colectiva. Este valor radica en que el espacio posee cargas simbólicas y emocionales que nos dan sentido respecto de quiénes somos como individuos y como colectivo, lo cual queda expresado de forma visible en el paisaje urbano.

Esto puede ser observado a partir de los casos analizados, en donde la preservación del tejido (en el caso de cascos históricos) termina frecuentemente por banalizar dichos espacios, debido a que operan estrategias de marketing urbano en donde la población residente usualmente es desplazada a causa de la creciente gentrificación y en donde se pierde el patrimonio intangible, funcionando como verdaderos escenarios en donde prima la estética física de las fachadas. En el caso de la preservación de fragmentos en el barrio del Poble Nou se puede notar que el gesto de la administración pública de preservar ciertos elementos referentes a su pasado fabril no fue suficiente para que los habitantes de dicho barrio sintieran que existía una preservación de su memoria colectiva, debido a la profunda alteración física pero también del rol de su barrio, y por lo tanto de sus dinámicas sociales, económicas y culturales. Ante esto la población se ha organizado y ha intentado patrimonializar una antigua fábrica, siendo esta movilización un símbolo de su resistencia ante el proceso de renovación propuesto desde la administración pública. Finalmente, en el caso de la preservación de un signo, como fue la creación del mural de Biddy Mason, se puede decir que la memoria colectiva fue efectivamente relevada y activada a través del mural, debido a que la administración pública supo acoger a tiempo las demandas de la población frente al deseo de erigir allí un elemento físico que quedara inscrito en el paisaje urbano y que sirviera de conmemoración a un hecho histórico que para ellos era importante de ser rememorado.

Cuando la actuación de preservación de memoria se efectúa entonces de forma conjunta con los habitantes, pudiendo el desequilibrio de poder que frecuentemente se da en la producción del espacio urbano adquirir un carácter más horizontal, permitiéndole además dejar una impronta física en el paisaje urbano que sea evidencia de la importancia del relevamiento de dicha memoria, es que podemos aseverar que ese proceso logra construir una mejor ciudad para todos. «Por eso las políticas urbanas que favorezcan la mezcla, la heterogeneidad cultural, social y funcional harán de la recuperación urbana una realidad ciudadana y no un simulacro esteticista de la ciudad, como ocurre tan frecuentemente cuando las políticas urbanas responden al negocio privado y al miedo público o son fruto de una operación turística museística» (Borja, 2003: 175).

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Paulina Terra, Facultad de Arquitetura, Diseño y Estudios Urbanos, P. Universidad Católica de Chile. E-mail: pterra@uc.cl. Recibido el 21 de agosto de 2014, aprobado el 14 de octubre de 2014.