OTO 2006

Un estado de la mente hecho ciudad/

Entrevista a Rodrigo Fresán

Manuel Tironi

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Resumen

La cita fue frente a La Pedrera. Lo primero que me pregunta es si me molestaría acompañarlo a La Central a comprar un libro que necesitaba (Lolita, versión original). Buen arranque: ¿puede haber mejor panorama que comprar libros con un escritor? Sobre todo cuando ese escritor es Rodrigo Fresán, lector compulsivo y POPmoderno y autor de un buen puñado de libros de culto, tales como Historia argentina, Vidas de santos, Trabajos manuales, Esperanto, La velocidad de las cosas, Apuntes para una teoría del lector, Mantra y Jardines de Kensington.

Nos sentamos en un café de la Eixemple a que Fresán –que tiene como inspiración a Marcel Proust y a The Twilight Zone en partes iguales- me explicara qué entiende por la conexión ciudad-literatura. Obviamente, con un entrevistado que define su estilo como “irrealismo lógico” y que se declara a sí mismo fan del “monólogo confesional”, la conversación se fue transformando en un juego de espejos borgeano, donde todo estaba relacionado con todo: Copito de Nieve, las momias de Guanajuato, Bob Dylan, Iowa City, la Patagonia, Bolaño y el peyote. Bienvenidos a Canciones Tristes.

1. Esa nómade vida urbana

 

Manuel Tironi (MT): Si Martín Mantra es el D.F. y J.M. Barrie es Londres [1], ¿cómo sería el personaje para Buenos Aires o para Barcelona?

Rodrigo Fresán (RF): Para Barcelona probablemente sería Copito de Nieve [2]. Es un proyecto con el cual alguna vez he jugueteado, escribir la novela de Copito de Nieve. Luego salieron varias cuando murió, así que lo he dejado medio de lado –aunque tengo un cuento con Copito de Nieve que ha salido en la revisión de Vida de Santos que es lo único que he escrito que transcurre en Barcelona. Sí, probablemente sería Copito de Nieve, que fue mi primera referencia a Barcelona de niño. O sea, no tenía idea ni lo que era el boom ni de la agencia Balcells, mi primera preocupación pasaba por Copito.

Y personaje de Argentina, bueno, sería el Federico Esperanto de la novela Esperanto o en “Alejo y el aprendiz de brujo” de Historia Argentina. De todas maneras, mis personajes no transcurren en Londres, Barcelona, México o Buenos Aires, sino que se mueven en una especie de ciudad tipo Twilight Zone que es Canciones Tristes, un sitio que aparece en todos mis libros.

Figura 1.

Figura 1. William Faulkner sitúa gran parte de sus obras literarias en el ficticio condado de Yoknapatawpha, supuestamente localizado al noroeste del Estado de Missisipi. Entre dichas obras se cuentan «El ruído y la furia» (1929), «¡Absalón, Absalón!» (1936) y «A rose for Emily» (1973). Arriba, el mapa del condado, dibujado por el propio autor.

 

MT: ¿Y cómo es Canciones Tristes? En alguna parte decías “Canciones Tristes c’est moi”.

RF: Canciones Tristes surge de una necesidad de casi cualquier escritor –le pasa a Faulkner con Yoknapatawpha County, o a John Cheever con Shady Hills o Bullet Park o esos barrios suburbanos- de inventarse un lugar donde trascurran exclusivamente tus cosas. Aunque parezca mentira, inventarte una ciudad o inventarte un barrio o inventarte un país, siendo un lugar imaginario, vuelve mucho más sólidas tus ficciones, porque sabes que es un lugar estrictamente tuyo y donde tú escribes la ley y la rompes.

Canciones Tristes, ya desde el nombre, evidentemente tiene una especie de sonoridad con Buenos Aires –pero no lo es. La inspiración original de Canciones Tristes es una ciudad-pueblo de la Patagonia , Viedma, donde yo iba todos los veranos. Mi padre nació ahí. Mi tía también. Está a 60 kilómetros de una zona llamada La Lobería, una zona de acantilados, y esa atmósfera aparece en Canciones Tristes. Las primeras apariciones de Canciones Tristes son claramente patagónicas. Incluso en Esperanto también aparece la Patagonia. Pero luego me di cuenta que Canciones Tristes está también contaminada por Buenos Aires. ¿Has estado en Buenos Aires?

 

MT: Sí.

RF: Es como el primer parque temático del mundo. Una ciudad psicótica donde una avenida parece España, otra Francia, otro barrio parece Inglaterra. Entonces, inspirado en esa especie de urbanismo esquizofrénico que es Buenos Aires, se me ocurre la idea que Canciones Tristes podía ser una ciudad que no tiene porqué estar sujeta a un lugar o territorio, sino que podía moverse por todo el mapa. Por eso va mutando a lo largo de mis libros; hay una Sad Songs cuando está en Inglaterra o una Chansons Tristes cuando está en Francia, incluso a veces es un campo de concentración en Alemania, otras veces es un suburbio de Hollywood. A mí me gusta esa idea: no tanto que mis personajes viajen, sino que viaje la ciudad que los contiene. Una especie de ciudad nómade.

De todas maneras también es cierto que Canciones Tristes no es una referencia urbanística muy tangible ni muy sólida, porque la mayoría de mis libros transcurren adentro de las cabezas de los personajes. Muy difícilmente vas a ver en mis libros a alguien que coja una taza de té o que gire sobre sus talones o que vaya de tal a tal lado. Son todos procesos mentales, lo que tienen que ver con los autores que a mí me interesan, que son los que yo llamo los “escritores del monólogo confesional”, que pueden ser Nabokov en Lolita o Marcel Proust en En busca del tiempo perdido o John Banville, para citar algo más reciente. Entonces Canciones Tristes es un estado de la mente hecho ciudad.

 

MT: Que es, finalmente, como uno habita cotidianamente la ciudad; una ciudad medio real, medio imaginada, pero siempre definida por nuestros estados de ánimo, algo así como un hábitat psicosomático.

RF: Sí, y en este sentido la profesión de escritor es bastante contradictoria. A menos que seas uno de estos action writers como pudo haber sido Jack London o Hemingway en algún momento, escritores vitalistas que primero tenían que vivir la acción para luego ponerla por escrito, el hábitat del escritor es muy ceñido, muy transferible, muy fácil de reproducir en cualquier lugar del mundo. Ahí hay una contradicción, porque la escritura es una profesión muy sedentaria pero de hábitos muy nómades: se está constantemente viajando, de algún modo u otro.

 

2. De México a Nueva York (con escala en Londres)

 

MT: Da la impresión que la literatura de Fresán es muy urbana: televisión, música pop, ciencia ficción. ¿Podría Fresan vivir en la campiña? O puesto de otra manera, ¿cuánto influye el lugar donde vives en tu literatura?

RF: Evidentemente mucho. Tal vez no tengo claro cuál es la influencia puntual. Yo soy una persona muy de ciudad. Probablemente el paradigma/arquetipo/Shangri-la absoluto sea Nueva York, ciudad a la que cada vez que voy, la sensación que tengo es que vuelvo a casa después de unas largas vacaciones.

Lo de la campiña es una suerte de chiste entre mis amigos, que dicen que si piso césped me sale una erupción cutánea. Hace algunos años atrás te hubiese contestado terminantemente que de ningún modo viviría en la campiña. Ahora, la verdad es que cuando van pasando los años se vuelve una opción más atractiva. Mi mujer es muy de campo. Nació en Guadalajara, su familia tiene tierras y monta a caballo, lo que para mí es una aberración, algo que jamás haré en mi vida. Cada vez que veo a mi mujer sobre un caballo empiezo a temblar, me transformo en una especie de Woody Allen, “¡no quiero ver, no quiero ver!”, y me tapo los ojos. Pero yo creo que a medida que van pasando los libros y los años, y a medida que vas poblando tu cerebro y tus ficciones, vas necesitando menos de una estructura urbanística alrededor. O sea, como uno está todo el tiempo electrificado, tal vez estaría bien tener un contexto unplugged, al menos por un tiempo. Supongo que la versión ideal de esa posibilidad la llevó a cabo Nabokov cuando se fue a ese hotel frente al lago Ginebra, donde tenía lo mejor del hotel y del servicio urbano con el lago Ginebra ahí al frente.

Figura 2. Desde 1961 a 1977, año de su muerte, Vladimir Nabokov vivió con su esposa Vera en un hotel en Montreaux, a las orillas del lago Geneve (Suiza). Durante ese tiempo ocuparon todas las habitaciones del sexto piso del hotel que daban al lago, incluyendo el último tiempo una habitación extra para guardar el exceso de libros.

Figura 2. Desde 1961 a 1977, año de su muerte, Vladimir Nabokov vivió con su esposa Vera en un hotel en Montreaux, a las orillas del lago Geneve (Suiza). Durante ese tiempo ocuparon todas las habitaciones del sexto piso del hotel que daban al lago, incluyendo el último tiempo una habitación extra para guardar el exceso de libros.

 

MT: Volviendo a Viedma, hay un tema que cruza toda la literatura fresaniana, que es el de la niñez. ¿Cuál es el paisaje de tu niñez?

RF: Mi niñez fue muy de interiores. Creo que debo haber ido cuatro veces a un parque o una plaza en mi vida; luego fui a un colegio al que entraba a las ocho de la mañana y salía a las seis de la tarde; y los fines de semana iba a la casa de mi abuela, con lo cual había un poco más de salidas, con mis primos a alguna plaza o algo por el estilo. Mis padres se casaron y se separaron entre ellos unas ocho veces, lo cual multiplicaba mucho los departamentos a donde ir. Y en el verano iba cerca de tres meses a Bielma, donde sí todo era más sauvage, más tarzanesco. Estaba la playa de Viedma, esas playas patagónicas enormes donde el mar esta cada vez más lejos… y sí, supongo que todo eso me influye. Creo que no podría definir un paisaje de mi niñez puntual, pero sí a mí en ese paisaje, con un libro leyendo. Con esto te quiero decir que los paisajes de mi niñez son mucho los paisajes de los libros que leía.