Se conocieron por casualidad en el cine. Él había llegado de la granja a pasar ese día. Iba muy rara vez a la ciudad, salvo cuando tenía que comprar mercancías que no podía encontrar en su tienda local y eso ocurría quizá una vez o dos al año. En esa ocasión, se había encontrado a un conocido a quien no había visto hacia años y se dejó convencer para quedarse esa noche en la ciudad e ir al cine. Casi le divertía haber accedido: todo eso parecía muy lejos de él. Su camioneta de la granja, con montones de sacos de grano y dos trillas, se quedó delante del cine, con aire desplazado y de estorbo; y Mary miró por la ventanilla de atrás esos objetos desacostumbrados y sonrió. Le gustaba la ciudad, se sentía a salvo en ella y unía el campo a su niñez, por aquellas pequeñas dorps en que había vivido, y el modo como estaban rodeadas por millas y millas de nada; millas y millas de veld.
A Dick Turner le disgustaba la ciudad. Cuando llegaba a ella desde el veld que conocía tan bien, a través de esos feos suburbios dispersos que parecían salidos de un catálogo de construcciones; feas casitas pegadas de cualquier modo al veld, sin relación con el duro y pardo suelo africano y el árido cielo azul; casitas íntimas pensadas para pequeños países íntimos –y luego la parte comercial de la ciudad, con las tiendas llenas de modas para mujeres elegantes y absurdos alimentos de importación-, se sentía incómodo e inquieto y con inclinaciones criminales.
Sufría claustrofobia. Quería escaparse; o escaparse o destrozarlo todo. Por eso, siempre se escapaba cuanto antes a su granja, donde se sentía en su casa.
Pero hay millares de personas en África a quienes se puede trasladar en peso de su suburbio y ponerlas en una ciudad del otro lado del mundo sin que apenas noten la diferencia. El suburbio es invencible y fatal como las fábricas, y hasta la hermosa Sudáfrica, cuyo suelo parece ultrajado por esos lindos y pequeños suburbios que se extienden sobre él como una enfermedad, no puede escapar. Cuando Dick Turner los veía, y pensaba cómo vivía la gente en ellos, y cómo la cauta mentalidad suburbana estropeaba su país, sentía ganas de maldecir y de destrozar y de asesinar. No podía aguantarlo. No ponía en palabras esos sentimientos: había perdido la costumbre de urdir palabras, viviendo como vivía, en la tierra el día entero. Pero ese sentimiento era lo más fuerte que conocía. Notaba que podría matar a los banqueros y financieros y magnates y empleados –todos los que construían lindas casitas con jardines con setos llenos, sobre todo, de flores inglesas.
* Doris Lessing, escritora británica, ganadora del Premio Nobel de Literatura en 2007, publicó en 1950 la novela Canta la Hierba (The Grass is Singing). En ella discute el colonialismo y el racismo en Rhodesia (hoy Zimbabwe), así como las revoluciones nacionales que estaban ya incubándose y que estallarían por todo el continente en los años siguientes.
** El fragmento de Canta la Hierba aquí presentado fue tomado desde la edición producida por el Instituto Cubano del Libro en 1969.
*** Las imágenes fueron tomadas desde el sitio Under African Sun (http://underanafricansun.com/Africa/SouthernRhodesia.htm)