06/08/2013

Una postal desde Erenhot

Andy Deemer

Blog | instantáneas

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Camino por Erenhot nutriendo mi fiebre con kebabs callejeros y una botella de cerveza Yanjung. Un poco más allá, dos perros pequeños atacan un vagabundo, le muerden los tobillos y él se marcha despacio, maldiciendo mientras otros ríen y el viento se levanta. Cubro mi rostro de la arena. Esto es Erenhot, o Erlian (二连), Erlianhaote (二连浩特), Eriyen o Ereen, un pueblo en la frontera chino/mongolesa con demasiados nombres a su haber.

Aquí, cada paseante se queda mirándome y cada niño grita un “hello” al pasar. Un extraño me toma una foto con su teléfono y alguien me pide que haga una pose, “y otra con mi amigo”, agrega. Entro a un restaurante y la mesa es rápidamente atestada de platos: repollo en vinagre, pan frito y un cerro de perro cocido coronado con su cabeza en una pica. Opto mejor por un dumpling del tamaño de un puño y un bol de agua caliente. Usando palitos, mezclo café instantáneo en el agua y lo tomo como sopa. “¿Qué es eso?”, pregunta un vecino, curioso, estirándose para examinar el caldo negro. Otros se detienen y gritan riendo, “你好” («hola»), para luego preguntar de dónde soy, dónde estudié chino, si sé leer, cuánto gano al año, si me gusta la comida china, si soy ruso y cómo aprendí a escribir con mi mano izquierda. Lo usual.

“Habla usted muy buen chino”, me dice un taxista antes de desviarse de la carretera y entrar trastabillando a un camino de tierra. “¡Es que hay un peaje más adelante!”, dice riendo, “así que le estoy ahorrando unos tres kuais”. “¿Qué lugar es éste?”, pregunto. El auto levanta una nube de polvo pero poco más adelante se podía ver un tanque camuflado y una hilera de blancos de tiro a nuestro lado. No entendí la respuesta, así que volví a preguntar. El taxista subió el pulgar y comenzó a disparar, “¡Pow! ¡Pow!”, rió. Era tierra militar, un campo de práctica. “No te asustes”, me dijo mientras reía un poco más, luego movió sus dedos hacia mí y repitió: “¡Tres kuais!”.

Erenhot es un pueblo feo. Está en medio del desierto de Gobi, y aunque casi todas las construcciones parecen nuevas, en realidad están a punto de caerse. La construcción funciona las 24 horas. Nuevos hoteles, edificios de departamentos, strip malls y bulevares de seis pistas se expanden en las arenas. Los caminos y veredas, sin embargo, están prácticamente vacíos y el poco uso de las flamantes nuevas edificaciones resalta su mala factura. Sólo 20.000 personas viven en esta ciudad en medio de la nada, y me confundo al pensar en qué se ganan la vida.

El desierto alrededor de la ciudad está moteado de estatuas de dinosaurios: por acá el luchador Stegosauri y un poco más allá dos Saurópodos. Pese a eso, no se siente como un destino turístico. El museo del dinosaurio fue demolido para construir un mall y el Parque de los Dinosaurios ahora es usado por vendedores y feriantes. La mayoría de las tiendas vende materiales de construcción. Esta no es una ciudad turística, más bien un lugar para putas y contrabandistas.

“¿Quieres cambiar dinero?”, me gritan unas ancianas en inglés, “¡Te damos buen precio!”. Unos tipos en jeans se me acercan para ofrecerme, por siete dólares, cruzar ilegalmente la frontera. Uno de ellos me ofrece, además, un tour por las mejores casas de puta de la ciudad: “Aquí hay mujeres chinas y mongolesas. Las chinas son muy baratas, sólo 100元 (~$15). Las mongolas un poco más caras, quizás 120元 o 130元. Este es un buen lugar,¡barato!”.

Un poco más allá, en la Calle de la Amistad (友谊街), me encuentro con grandes edificios que exponen cientos de entradas pequeñas a cocinas oscuras y camas sin hacer. Frente a cada puerta –incluso a las cerradas- una mujer grita mientras paso, “¡Hola! ¡Ven! ¡Ven!”. Apuro mi paso. “¿Quieres paopao?”, grita un hombre con voz burlona. No estamos hablando de un pasaje discreto, sino de la principal arteria de la ciudad.

El único otro extranjero con quien me topé en Erenhot estaba parando en mi mismo hotel. “¿Puede ayudarme?”, me pidió un día el recepcionista, en chino y por teléfono. “Hay un extranjero aquí y no sabe hablar. ¿Me puede usted traducir?”. Hacer de traductor entre los dos fue uno de mis mejores momentos en años. El lenguaje en Erenhot es confuso. Las tiendas usan ideogramas chinos, escritura mongola y cirílico mongol. Algunos lanzan algo de coreano, pinyin, inglés o ruso. Por aquí y por allá puede verse algo de soyombo. Las tiendas de souvenirs venden memorabilia falsa de la revolución cultural junto a cajas de cigarros falsificados y botellas de whiskey Jieka Daniels. Hay escaparates con sombreros de piel, estatuas de sirvientes negros del lejano oeste, muñecas matryoshkas de Osama Bin Laden y cajas de carteras de cuero. Un poco más tarde, me encontré con el extranjero en la ciudad. Llevaba una caja de cervezas y sonrió al verme. “¿Eras tú quien traducía por teléfono en el hotel?”, me preguntó en inglés. Venía llegando de Mongolia tras dormir dos días en una carpa en el desierto de Gobi. “Es genial estar de nuevo en una gran ciudad”, me dijo moviendo sus brazos con elocuencia. “¡Calles, autos, camiones, cerveza! ¡Tienen de todo aquí, absolutamente de todo!”. Supongo que sí, respondí sonriendo.

 

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* Este texto fue publicado originalmente en Asia Obscura, el blog personal de Andy Deemer, en Agosto de 2011. Agradecemos al autor su gentileza en permitirnos traducir esta instantánea al español.

** La traducción fue realizada por Ricardo Greene, director de Bifurcaciones.