16/04/2014

Valparaíso patrimonio urbano/

Ni fetichismo, ni naturalización

Pía Montealegre

Blog | columnas

Muchas cosas ha dejado en evidencia el incendio de Valparaíso. Para los planificadores urbanos, la falta de estructura e infraestructura y la porfía de las políticas públicas que hacían de la tragedia una muerte anunciada; también, que nuestra concepción de regularidad y orden social reducida a un número de carné y un título de dominio resultan absolutamente insuficientes para construir ciudad.

Nos ha evidenciado que Chile tiene favelas y muchas. Una miseria urbana que no sólo hemos aceptado sino a la que asignamos un valor de patrimonio; porque lo otro que reveló el incendio es que nos importa un bledo la jurisdicción de la declaratoria de la Unesco: para los chilenos, Valparaíso es patrimonio no sólo por piezas sino de mar a cerro, aunque el 99,9% sean construcciones plebeyas, precarias y relativamente recientes. Celebramos la forma de vida y la identidad del puerto, y en eso demostramos bastante más sofisticación que muchos especialistas en patrimonio. Visitamos los cerros y los mostramos orgullosos a los turistas. Y como no, si en la pobreza hay belleza. Quién desconozca la fruición estética que despierta la miseria del tugurio puede revisar cómo el slum tourism prolifera con auténtico interés por las favelas de Río de Janeiro, Mumbai, Nairobi, Jakarta o Ciudad del Cabo. El paisaje de la barriada fascina porque tiene una orgánica háptica, una variedad, una ambigüedad y una fuerza abrumadoras. Es la antítesis de la alienación racionalista y muestra la distopia de la modernidad; las porosidades que fascinaron a Walter Benjamin y Asja Lacis recorriendo los arrabales de Nápoles. Fue en las favelas de Río donde los académicos tuvieron la epifanía de la sustentabilidad en 1992, y reconocieron el valor de las redes sociales, descubrieron la estructura que subyace al caos.

Nos conmovemos con la garra de los porteños prestos a levantar sus casas al día siguiente de la tragedia, especialmente de aquellos que tenían poco más que un lugar en el cerro. Pero no por ello debemos perder el miedo –inconcebible– a la pobreza, ni dejar de horrorizarnos ante la posibilidad de que los cerros devastados vuelvan a germinar espontáneos como una pira de madera y pastizales. Corremos el riesgo de confundir la puesta en valor del patrimonio plebeyo con naturalizar, legitimar e incluso cristalizar la miseria. Reconstruir no puede ser sin planificar, no puede volverse una irresponsable celebración de la precariedad que confunde con cultura lo que es falta de oportunidad; porque como bien recordaba una pobladora a una periodista, los pobres no han elegido ese pintoresquismo como forma de vida.

El incendio nos revela que hemos sido cómplices políticos de un fetichismo arquitectónico y una naturalización de la pobreza. La misma miseria a la que le damos la espalda encandilados por la millonaria pirotecnia de año nuevo, mientras Valparaiso duerme en un polvorín (porque las condiciones se repiten en otros cerros: el incendio fue tan solo una macabra muestra). La misma miseria que reconocemos como parte de la identidad de Valparaíso y que hemos permitido que se abandone para adquisición y engalanamiento de palacetes y ascensores. Esperemos que la evidencia siniestra del incendio no nos permita avalar más despilfarro en pirotecnia urbana, fachadismo y mejoras cosméticas, sabiendo que los cerros se escurren por la lluvia sin muros de contención y las casas se queman sin cortafuegos. Esperemos que la consideración de patrimonio urbano y sus fondos se extiendan de una vez a lo que todos comprendemos como Valparaíso patrimonial. Que se resguarde la ciudad y su forma vida como primera prioridad, y que sepamos postergar por un tiempo el fetichismo arquitectónico de un fragmento.

Valparaíso por Francois: https://www.flickr.com/photos/fifichat/

Valparaíso por Francois: https://www.flickr.com/photos/fifichat/

* Pía es Arquitecta, Máster en Desarrollo Urbano y Doctoranda en Arquitectura y Estudios Urbanos PUC-Chile, además de editora de Revista Bifurcaciones.