02/04/2013

Voces de la Vereda: Etnografía y Estudios de Raza (primera parte)/

Mitchell Duneier y Les Back

Por Les Back

Blog | entrevistas

Resumen

Reproducimos acá la primera parte de la entrevista de Les Back a Mitchell Duneier, originalmente publicada en 'Ethnic and Racial Studies', en el 2006. Les Back (Goldsmiths, Inglaterra) viaja a Nueva York a conversar con Mitchell Duneier (Princeton - CUNY, Estados Unidos) sobre su extraordinaria etnografía "Sidewalk". La conversación se mueve entre muy distintos temas, como los desafíos metodológicos de la etnografía, la ética del investigador, y los conflictos de raza y clase en la Nueva York de finales de los 90s.

El vuelo BA175 de Londres a Nueva York toca tierra puntualmente. Una vez abajo, la fila de pasajeros transatlánticos serpentea por el hall de inmigración siguiendo las líneas dibujadas en el piso. Llegamos a un alto, y mientras esperamos el control de visas, decido invertir mi tiempo re-leyendo Sidewalk, la extraordinaria etnografía de Mitchell Duneier. Es la historia de homeless neoyorkinos que se ganan la vida vendiendo libros de segunda mano en mesas informales dispuestas a lo largo de la Sexta Avenida, que corre a través del enclave artístico de Greenwich Village, conocida casa de escritores y artistas de la talla de Jane Jacobs o Bob Dylan. Los vendedores son coleccionistas expertos que acechan los cubos de basura y rescatan revistas de moda descartadas y tratados de teoría cultural para venderlos a peatones y librerías locales. Su derecho de transar material impreso está protegido por ley, pero la prohibitiva legislación urbana de Manhattan les hace casi imposible encontrar un lugar donde descansar o incluso donde ir al baño. Es la paradoja de las ciudadanías desiguales en Estados Unidos, la nación más rica del planeta, donde los derechos fundamentales y humanos son proclamados para todos pero negados a algunos.

Las filas de inmigración se mueven sin que lo note. Estoy perdido en la Sexta Avenida, paseando por la extraordinaria evocación que hace Duneier de la vida de sus calles y aceras y del vívido retrato de personajes públicos como Hakim Hasan. De pronto, voces irritadas y un tosido camuflado me fuerzan a sacar mis ojos de la página. Miro al suelo: estoy pisando la línea amarilla. Es mi turno y la gente me mira con impaciencia. Tomo mis maletas y me muevo. “Debe ser un libro realmente bueno”, me dice el oficial de inmigración afroamericano al acercarme. Le digo que es un gran libro. Me pregunta qué me trae a Nueva York. “Estoy aquí para entrevistar al hombre que escribió este libro. Es un sociólogo y ha escrito sobre personas que venden libros en las veredas de Greenwich Village”. “Mmm”, murmura asintiendo con la cabeza mientras revisa mi pasaporte. Me pide que mire a la cámara y que ponga mis huellas dactilares en una pantalla. Luego del ataque de las Torres Gemelas, esto se ha vuelto parte del ritual del viaje a Estados Unidos. “¿Usted también es escritor?”, me pregunta. “Bueno, trato. Trato”.

 

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Primera parte: un encuentro con (el Nueva York de) Mitch Duneier

 

Nueva York brilla, toda vestida como un gran árbol de Navidad. Al caminar por Park Avenue, inmediatamente impacta la vista cuán anchas son las aceras: cuatro losas de piedra donde es posible encontrarse con conocidos y extraños, comprar o vender, y también buscar refugio. Recuerdo de inmediato uno de los cuentos más reveladores del libro de Duneier: el de la familia Romp. En la época próxima a la navidad, Billy, su esposa y sus tres hijos pasan casi un mes viviendo en una pequeña camioneta en la calle Jane, vendiendo árboles navideños. Es una clásica historia estadounidense: la panadera francesa le entrega a la familia panes frescos, un vecino les da electricidad extendiendo una línea desde su sótano y otros residentes dejan las llaves de sus departamentos con invitación a que se tomen una ducha caliente, se afeiten o tomen una siesta (ver Romp y Urbanska, 1998). Duneier contrasta esta parábola de temporada de Buenos Deseos con los vendedores que viven en la acera todo el año. La hospitalidad otorgada a los Romp es un efecto parcial del privilegio que les da su blancura. Los vendedores, en contraste, son afroamericanos y son vistos como una ocupación permanente y no deseada, una presencia humana que los inmobiliarios gentrificadores quieren sacar y limpiar lo antes posible.

Al día siguiente salgo a encontrarme con Mitch en su departamento en West 11th Street. Es un día soleado y hay guirnaldas de Navidad atadas con cintas rojas fuera de los elegantes y tradicionales departamentos de piedra rojiza neoyorquinos. Una arreglada pareja blanca pasea su perro con manicura y pasa delante de un vagabundo durmiendo en una cama de cartón; completamente cubierto por lo que parece ser un montón de trapos para protegerse del frío, en el borde de su cama improvisada pueden verse un par de viejas zapatillas y media botella de Coca-Cola, llena de orina. Es una recepción al menos curiosa. Paso por su lado y los relatos de Duneier cobran vida. Mitch me está esperando afuera de su departamento en la esquina de la calle 11 y Bleeker. Tiene una figura imponente y poco más de cuarenta años, una mata de pelo rizado de color marrón y lleva lentes de carey. El itinerario para el día ya está fijado y Mitch es un anfitrión generoso y atento. Nacido en Long Island y criado en los suburbios, forjó su reputación en su galardonada primera etnografía urbana Slim’s table (Duneier, 1992), un estudio sobre los trabajadores afroamericanos de Chicago  a la que muchos le atribuyen el resurgimiento de la etnografía urbana en los EE.UU.

Howard S. Becker señaló que Sidewalk era “una obra maestra del trabajo de campo”, y caminando por las calles de Nueva York con Mitch es fácil saber por qué es un gran etnógrafo: hay una suerte de inocencia sobre él, de una apertura que lo transforma en un comunicador fascinante. En un par de cuadras muestra una capacidad extraordinaria para hablar con personas, entrar en confianza con extraños, conectarse con ellos a través del carisma y el humor y sin ni una pizca de condescendencia. Mitch es profesor de Sociología en la Universidad de Princeton, en New Jersey, y trabaja medio tiempo en el centro de graduados de CUNY, donde co-fundó el Taller de Etnografía Urbana, un taller de reflexión etnográfica que se reúne cada jueves. El sueldo de este segundo trabajo lo dona al programa de doctorados de CUNY, que es precisamente el lugar de nuestra primera parada.

El Centro de Graduados de CUNY se encuentra en un viejo edificio de departamentos bajo la sombra del Empire State. Ahí comenzamos la que sería una serie de conversaciones sobre el lugar de la etnografía en los estudios de raza.

 

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Les Back (LB): Cuéntame, ¿cómo empezaste tu trabajo como etnógrafo?

Mitch Duneier (MD): Era estudiante de pregrado en la Northwestern University de Evanston, Illinois, cerca de Chicago, y tomé un curso con Howard Becker, una materia que luego se convertiría en la base de su libro Writing for Social Scientists (Becker, 1986). Aprendíamos a escribir, yo tenía 18 años y el curso tuvo un impacto muy grande en mí, me causó mucho interés en la Sociología. De ahí en adelante supe que quería ser sociólogo.

LB: Es interesante que menciones el libro de Becker, porque creo que es una gran guía para tener claridad en la disciplina, y tu escritura se caracteriza precisamente por un tipo de atención rigurosa a la claridad que escapa siempre a los reduccionismos.

MD: Creo que para Becker la escritura está muy ligada a la artesanía de la etnografía y a todo el trabajo académico. El tuvo mucha influencia en los etnógrafos y su trabajo ha tenido influencias mucho más allá, también. Creo que su énfasis en la claridad es algo que impactó a muchas personas, lo que sin duda ha sido benéfico.

LB: ¿Qué leíste en esa época que te haya influenciado?

MD: La primera etnografía que leí fue Tally’s Corner, de Elliot Liebow (1967). Hasta el día de hoy ese libro ha sido de una gran influencia en mi trabajo.

LB: Volviendo a leer Sidewalk ayer en el avión, muchas frases de Tally’s Corner se me venían a la cabeza.

MD: Hasta el día de hoy creo que es una de las cuatro o cinco mejores etnografías que he leído. Una de las cosas que Leibow entendió, que resonaron muy fuerte en mí, fue lo de la “reja transparente” [chain linked fence], concepto que usa para hablar de la barrera que existe entre observador y observado y que, pese a ella, es posible mirarse, conversar, caminar uno al lado de otro. Pensé que esa suerte de metáfora es algo que seguramente pasará la prueba del tiempo para aquellos etnógrafos que no quieren perder de vista su lugar de privilegio como blancos. Leibow dijo que él nunca podría ser uno de ellos [de sus sujetos de estudio], pero tampoco estaba tan distante como para no entenderlos, y creo que dejó abierta la posibilidad para que el “hombre blanco privilegiado” entrara en diálogo con la pobreza, con los pobres negros y que produjera un trabajo significativo. No era, claro, un entendimiento total, que nunca podremos alcanzar, pero sí una buena aproximación a ese mundo de clase media baja negra que uno puede efectivamente conocer y respetar.

LB: Una de las cosas que me impresionan enormemente de Sidewalk es lo rápido que eres para darte cuenta de tu propia posición y la honestidad que asumes ante ella, incluso en situaciones difíciles e incómodas.

MD: Es que, aunque pienso y siento que mi trabajo ha sido influenciado por etnografías como la de Leibow, también he sido influenciado por gente como Carol Stack. Su libro All Our Kin (1974) es un trabajo monumental y precursor de muchos autores predominantes hoy en etnografía sociológica y antropológica. All Our Kin fue un libro que no era auto-consciente y reflexivo, en el sentido de que ella no estaba constantemente diciendo “esto es lo que estoy haciendo” o “así es como soy sensible a mi condición racial y a mis privilegios de blanca” o algo por el estilo. Ella no estaba, en ningún nivel, en diálogo con ese pensamiento metodológico que vino luego en la antropología, el giro reflexivo. Pese a eso, trabajó con gran conciencia sobre su lugar, incluso de manera más aguda que Leibow. Trabajó con mujeres negras pobres y no tuvo en ningún momento la ilusión de que era parte de ellas. Siempre entendió las diferencias y el libro –creo- anticipó cambios en la etnografía que debieran apreciarse mucho más. Todo lo que yo he hecho en mi trabajo puedes encontrarlo, al menos como referencias, en Leibow y Stack. Tampoco creo que haya nada muy nuevo de ellos en adelante.

 

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A la izquierda, «All Our Kin» de Carol B. Stack (1974, Harper & Row). A la derecha, «Tally’s Corner: A Study of Negro Streetcorner Men» de Elliot Liebow (1967, Routledge & Kegan Paul)

LB: Hay mucha discusión acerca de la relación entre las identidades sociales del etnógrafo y las personas con las que trabaja. ¿Qué piensas sobre eso?

MD: Soy un convencido de que no hay una respuesta correcta sobre la relación ideal entre sujeto investigador e informante, colaborador o como quieras llamarle. He visto trabajo etnográfico de primer nivel que viene de investigaciones realizadas de maneras muy disímiles. Hay una tendencia hoy, en toda la escritura metodológica sobre etnografía, de racionalizar la manera en que uno hace el trabajo. Goffman dijo que gran parte de las afirmaciones metodológicas que hacemos son racionalizaciones que el escritor ha hecho sobre lo que sucedió, y no necesariamente lo que sucedió. Yo soy muy escéptico sobre cualquier noción de que hay una relación ideal o un desarrollo ideal de las relaciones entre sujetos. Y ciertamente no estoy de acuerdo con decir que la propuesta de Leibow o de Stack, que me ha inspirado a mí, sea la correcta. Es la que me sirvió y creo que es la que más comodidad me da, dada mis miradas sobre el “privilegio blanco” y sobre el rol de la raza en esta clase de encuentros.

LB: Creo que ya lo sabes, pero una de las cosas que encuentro más extraordinarias de Sidewalk es la manera en que los participantes se transforman en autores de sus propias vidas. Pienso particularmente en tu relación con Hakim Hasan. Te acercas a él no sólo como una suerte de testimonio flotante sino que se va transformando en un autor del texto; sin ir más lejos, escribe el epílogo del libro y creo que es muy interesante cuando habla sobre ti. Expone de manera muy honesta sus dudas iniciales pero también menciona el milagro de haber podido trascender divisiones sociales de clase y raza.

MD: De nuevo: creo que hay momentos en que cosas así pueden ocurrir. Es interesante las maneras en que mucho de lo que ocurre en etnografía no es muy diferente a la vida diaria. Por lo mismo, creo que es necesario re-pensar eso de que el encuentro etnográfico es distinto a otro tipo de encuentros, distinto a las otras cosas que hacemos cotidianamente. La etnografía es una de esos casos donde las conexiones trascendentales son posibles y donde se puede acceder y reconocer la humanidad de los otros, pese a las barreras normales que hay.

LB: Hakim dice algo en el libro que me llamó la atención. Te leo: “Aún estoy tratando de entender cómo Mitch y la gente cuyas vidas está documentando, desarrollan relaciones en calles de Nueva York donde los conflictos de clase y raza destruyen rápidamente cualquier esfuerzo por trascender esas barreras. ¿Quiere decir esto que las personas pueden a veces –y lo logran, de hecho- atravesar sus fobias y prejuicios en estas calles? ¿Es un asunto de voluntad el escuchar a otra persona con respeto?” (Hasan, 1999: 330).

MD: Creo que hay un riesgo en romantizar el rol de la escucha y las posibilidades del respeto. Pueden ser elementos importantes del encuentro etnográfico y Hakim está en lo correcto en que, para mí, son aspectos cruciales de mi trabajo y también de cómo conduzco mi vida. En mi trabajo etnográfico hay una conexión entre esos momentos de respeto y las instituciones sociales de gran escala que influencian relaciones construidas históricamente entre personas como yo y personas como ellos. Perder de vista esas conexiones es enseñar una lección errada sobre la etnografía. Creo que un encuentro etnográfico fructífero puede venir en condiciones donde no existe un reconocimiento del otro, pero es potencialmente muy problemático cuando no busca reconocer la relación histórica entre tipos de personas; en este caso, un hombre blanco privilegiado y un grupo de negros pobres descendientes de esclavos.

LB: Me parece que estás tratando de conectar varios asuntos políticos y teóricos en tu práctica etnográfica, y que Sidewalk es un experimento con una forma distinta de aproximarte a la etnografía. ¿Estaría bien decir algo así?

MD: El libro fue escrito por un deseo de traer varios avances de la etnografía postmoderna, de la metodología feminista y de la teoría crítica de raza a un diálogo con tradiciones positivistas de la sociología empírica estadounidense. Yo me veo a mí mismo como un cientista social y en mi corazón soy realista, pero muchas de las preguntas que los postmodernistas levantaron sobre etnografía en los ‘80 fueron muy útiles para mí en la práctica. Así que gran parte de escribir Sidewalk consistió en tratar de reconciliar distintas culturas intelectuales de un modo práctico. La idea de redistribuir la autoridad etnográfica, incluso cuando sólo podía haber un autor; la idea de traer el tema de estudio al proceso de tomar notas de campo, ayudándome a saber qué era importante y qué no, y el democratizar el proceso de investigación, fueron cosas que vinieron a mí a través de estas referencias teóricas.

LB: Le pediste a Hakim que escribiera el epílogo, pero también volviste donde tus sujetos para leerles lo que habías escrito, ¡incluso cuando ellos no querían escuchar! Dime cómo funcionó eso.

MD: Estaba tratando de llevar estas preguntas un poco más allá y hacer ese tipo de cosas en la medida que el proyecto las permitiera. Por ejemplo, dimos un seminario en conjunto en la Universidad de Santa Bárbara con Hakim. Él vino por diez semanas contratado como profesor invitado. Impartimos un curso de pregrado en el Departamento de Estudios Afroamericanos y de Sociología, donde usamos el primer borrador de Sidewalk como una manera de ver las reacciones de los estudiantes y potenciar el diálogo. El encuentro en clases fue muy importante en términos de desarrollar nuestra relación intelectual sobre el libro, y me ayudó a darme cuenta que el trabajo podía enriquecerse enormemente al hacer las preguntas que eran sus preguntas y las preguntas de otros en las calles. También invitamos a otros vendedores callejeros, Marvin y Alice.

Ahí mismo, una vez terminado el manuscrito, fue cuando me dijeron que si de verdad quería entender esto tenía que acompañarlos a vender, convertirme en un vendedor callejero. El primer borrador del libro, que estaba centrado en la mesa de venta de Hakim y sus interacciones, se dedicaba sólo a su mesa y cómo ella catalizaba una vida intelectual en pobres negros que viven en las calles. Realmente lo veía como una secuela a Slim’s Table, e incluso iba a ser llamado “Hakim’s table”: una representación de diversas clases de esferas públicas donde, en vez de una cafetería y obreros, tendrías hombres y mujeres negros hablando de libros en la calle.

Este era un periodo en que tres escritoras negras -Terry McMillan, Toni Morrison y Alice Walker– lanzaron grandes best sellers que llegaron al tope de la lista del New York Times. La experiencia de mujeres negras estaba siendo representada en la literatura como nunca antes, y por eso el borrador de mi libro trataba sobre la vida intelectual alrededor de la mesa de Hakim. No fue sino hasta que él vino a Santa Bárbara, leyó el manuscrito y conversamos sobre el proyecto frente a los estudiantes, que vimos un panorama mucho mayor. Se nos ocurrió incluir a otro tipo de personajes de las calles que no necesariamente vivían de la venta de libros, sino de la mendicidad o del escarbar en la basura. Todos ellos formaban parte de la vida social de Hakim y fue eso lo que me llevó, finalmente, a mudarme a Nueva York y transformarme yo mismo en un vendedor callejero.

 

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Duneier oficiándola de vendedor callejero. Fotografía de Ovie Carter

LB: A ver si entiendo: ¿tenías el manuscrito final del libro, te diste cuenta que no era el libro que querías publicar y decidiste comenzar de nuevo? Eso es bien extraordinario, Mitch. En Gran Bretaña las presiones para publicar son enormes y la burocracia y las auditorías en la academia usualmente implican que hay que ir a imprenta antes de lo que uno quiere. Pero tú decidiste que tu libro no estaba listo aún.

MD: Aún tengo ese otro manuscrito en mi escritorio y toda clase de cosas sobre la producción de libros negros, la industria de libros, entrevistas con ejecutivos de varias casas editoriales y textos sobre la significancia de estos libros para la esfera pública negra. Al final sólo un capítulo sobre lo que ocurre en la mesa de Hakim fue publicado en Sidewalk. Fue un gesto magnánimo de parte de Hakim, si lo piensas, muy generoso y auto-consciente, como decir “no merezco todo un libro sobre mí y quiero que escribas sobre esta otra gente, sobre todo este gran mundo, eso será más interesante”. Yo compré esa idea pero claro, el otro libro también era un buen proyecto.

LB: Es un buen ejemplo de lo que le digo a mis alumnos: puedes tomar tus datos e intereses y escribir cincuenta etnografías distintas, las permutaciones son infinitas.

MD: Cierto.

LB: Al final el libro que escribiste no es tanto sobre vendedores de libros y gente de la calle, ¿cierto? Es como si hubieras iluminado todo el paisaje cultural desde su punto de vista.

MD: Realmente lo veo de esa manera. Creo que el libro es un estudio comunitario tradicional, y que a través del lente de las vidas de estos hombres y de sus relaciones con las personas de la comunidad uno entiende la naturaleza de Greenwich Village como una gran comunidad –la manera en que está constituido por intereses económicos y por una clase media liberal y progresista que quiere ayudar a estas personas, pero que a la vez siente que tiene que protegerse emocionalmente de las cosas que experimenta al encontrarse con ellos.

LB: Estas son preguntas centrales sobre el reconocimiento, quizás los límites de lo que uno podría llamar el “cosmopolitalismo blanco liberal”. Me parece que esos límites quedan claro en algunas de las bellas fotografías de Ovie Carter, particularmente en una donde un hombre negro sostiene un vaso y una mujer blanca lo mira mientras pasa por la vereda (Sidewalk, p. 191).

MD: Uno de mis descubrimientos fue que mucha gente de Greenwich Village evade relaciones sinceras con los vendedores callejeros por miedo a ser explotados. Hay una cierta angustia respecto de eso. Entrevisté a una mujer que pasea perros, por ejemplo, y cuando el trabajo concluyó le di una copia de las citas de ella que iba a usar en el libro, así como mis interpretaciones de ellas. Me dijo: “Creo que lo que dices sobre nuestra culpa blanca liberal es cierta. Estaba pensando sobre el miedo en mi voz y creo que estás en lo correcto al decir que cuesta mucho decir que no, que se supone que uno no debiera decir que no”. Lo que aprendí de mis entrevistas es que las personas levantan fronteras no sólo porque los vendedores sean pobres o negros, sino también a pesar de eso. El verse forzados a ser groseros es para ellos un aspecto muy difícil de lo que significa vivir en una sociedad con este tipo de inequidades de clase y raza.

LB: A mí esa sensación me parece muy viva en Nueva York, pero lo que creo que es muy valiente de tu relato, Mitch, es que eres atento tanto a las vulnerabilidad de las mujeres blancas en el espacio público como a la exclusión de hombres que, a veces, las acosan.

MD: La etnografía no es, para mí, simplemente documentar las maneras en que los cerdos capitalistas explotan a los subalternos, sino también ver las distintas maneras en que distintos tipos de víctimas se confrontan. Es en ese tipo de eventos sutiles donde aparecen las sorpresas. Lo que yo estaba viendo en las calles era un grupo de mujeres blancas liberales que eran víctimas de estos hombres negros. Eran ricas, pero los negros pobres eran capaces de subvertir su condición de raza y clase usando su condición de hombres para acosar a las mujeres con silbidos y mofas. En esos momentos aparentemente se sentían poderosos y las mujeres eran las víctimas. Un grupo de víctimas confrontando a otro en el espacio público.

LB: ¿Crees que parte del trabajo etnográfico es evitar las simplificaciones morales?

MD: Sí, y creo que estas simplificaciones morales, como las llamas, son una de las cosas en que me ayudó haber estudiado con Howard Becker. En sus debates con Alvin Gouldner surgió la idea de que hay límites a las simplificaciones morales, y yo no creo que una buena etnografía sea necesariamente sobre simplificar esas dinámicas (Becker, 1967).

LB: ¿Entonces no es una cosa de “¿De qué lado estás?”, como pasó con el debate Gouldner/Becker? (Becker, 1967; Gouldner, 1968).

MD: No. Volvemos a lo que dice Hakim sobre dejar abierta una puerta a la humanidad. Creo que Hakim me dio esa oportunidad de ser reconocido como alguien fuera de la grilla de mi clase, raza y género, y creo que parte de mi trabajo como etnógrafo es dar a mis sujetos de estudio la misma oportunidad, el ser reconocidos como seres humanos complejos. Justamente algo de lo que quería hablarte era sobre el asunto de “mostrar a la gente”, que no es algo que tomamos lo suficientemente en serio en la escritura etnográfica de hoy.

LB: Cuéntame más sobre eso.

MD: Creo que la etnografía contemporánea se ha alejado de algunas cosas respecto a las unidades de análisis. Si quieres acercarte a la humanidad de las personas, no puedes construir tus ideas sin cuerpo, sólo a través de las entrevistas y por las bocas de los sujetos, sin desarrollar personajes ni mostrando a la gente como personas íntegras. Para hacer eso es útil tener un personaje que viva en el texto de capítulo a capítulo y que sea reconocible. Incluso Liebow, quien hizo un gran trabajo construyendo narrativamente a sus personajes, hizo un libro en donde éstos se confunden entre ellos: lista unos diez personajes principales al principio y te dice sus nombres y edades, pero no busca desarrollarlos como personas. Alguna gente podría objetar eso, pero yo creo que es porque el estándar en construcción de personajes en etnografía sociológica hoy es muy bajo.

También es muy difícil intentar desarrollar un grupo, mostrar una comunidad como una constelación de individuos así como mostrarlos a cada uno de ellos por separado. Creo que debiéramos trabajar más en mostrar a las personas y en mostrar a los grupos. Es cierto que la categoría central en la sociología de la primera mitad del siglo veinte era el grupo, y creo que hoy la etnografía trabaja muy poco con grupos; se usa, más que nada, para tratar de hablar de los pensamientos y sentimientos individuales de las personas. Al mismo tiempo, quiero dejar claro que esta es una de las muchas posibles agendas para la etnografía. Es la mía, pero no estoy sugiriendo que las otras sean menos válidas.

LB: De alguna manera, lo que tienes en este libro es un compromiso muy claro con retratar lo que es tanto narrativo como fotográfico.

MD: Esa es una pregunta realmente interesante. Creo que el asunto entre la persona y la comunidad, el ser capaz de mostrar a las personas en las fotografías más que mantenerlas anónimas, genera una cierta proximidad y hace posible concebirlas como seres humanos íntegros, completos. Al ser un trabajo de no-ficción, es mucho más difícil cuando no puedes mostrar cosas como esas. Creo también que el haber podido nombrar la comunidad y a las personas es un asunto delicado, uno de esos asuntos en los que la etnografía no tiene una sola respuesta. En este libro, sin embargo, incluso los líderes de la industria y los jefes de los BIDs[1], que representan a los dueños de las propiedades, no tuvieron problemas en salir publicados con sus nombres reales.

 

Protesta frente al edificio del ayuntamiento por la flexibilización de los permisos de venta callejera, en el marco de plena crisis financiera. Fuente: New York Times, 29 Abril de 2009

Protesta frente al edificio del ayuntamiento por la flexibilización de los permisos de venta callejera, en el marco de plena crisis financiera. Fuente: New York Times, 29 Abril de 2009

LB: ¿Les leíste las citas de ellos que ibas a usar, una vez transcritas?

MD: Definitivamente, sí. Lo hice con todos, para estar seguro que lo que habían dicho era lo que pensaban. Las únicas personas con quienes no volví fueron los vendedores de árboles de Navidad de Vermont (Billy Romp y su familia). Me sentí mal por ello porque me hubiera gustado mucho poder contactarlos, pero habían dejado la ciudad y finalmente lo dejé ir. En mi trabajo los usé como caso comparativo al de los hombres negros de la Sexta Avenida, y traté con mucho cuidado de analizar cómo la raza y la clase operaban en ese lugar; finalmente, sobre la situación de privilegio de los blancos.

LB: La historia de las llaves es muy reveladora sobre aquello. ¿Me puedes contar más sobre ella?

MD: Los vendedores blancos, los Romp, recibieron llaves de los departamentos de varias personas, quienes se las pasaron el primer día que aparecieron en West Village. Les dijeron “Hey, ¿necesitan un baño? Pueden usar el mío, toma”. Los hombres de la Sexta Avenida, en cambio, tenían que orinar en vasos y defecar fuera de los lugares donde la gente usualmente lo hace. La manera en que los Romp fueron tratados habla sobre ese privilegio blanco que mencionaba. Ellos son una familia fantástica y se convirtieron, para mí, en un perfecto ejemplo de esas situaciones en que realmente no puedes culparlos, ya que no han hecho nada malo. Poco antes de la publicación de Sidewalk salió un libro sobre ellos, muy vendido en Greenwich Village. Se llama Christmas on Jane Street (Romp y Urbanska, 1998) y es la historia de cómo fueron acogidos por la comunidad. Lo puedes encontrar en oferta en la vitrina de la librería a la vuelta de mi casa.

Referencias Bibliográficas

Becker, H. S. (1967). Whose Side Are We On? Social Problems,14: 239-47.

___________ (1986). Writing for Social Scientists: How to Start and Finish Your Thesis, Book, or Article. Chicago: University of Chicago Press.

Duneier, M. (1999) Sidewalk. Nueva York: Farrar, Strauss and Giroux.

__________ (1992) Slim’s Table: Race, Respectability, and Masculinity. Chicago: University of Chicago Press.

Gouldner, A. (1968). The Sociologist as Partisan: Sociology and the Welfare State. American Sociologist 3, 2: 103-116.

Hasan, H. (1999). Afterword. En Duneier, M., Sidewalk. Londres: Farrar, Strauss and Giroux.

Liebow, E. (1967). Tally’s Corner: A Study of Negro Streetcorner Men. Nueva York/ Londres: Routledge & Kegan Paul.

Romp, B. y Urbanska, W. (1998).Christmas on Jane Street: A True Story. Nueva York: William Morrow and Company.

Stack, C. B. (1974). All Our Kin: Strategies for Survival in a Black Community. New York: Harper Torch Books.

* Este texto es una traducción de «Voices from the sidewalk: ethnography and writing race”, publicado originalmente en Ethnic and Racial Studies, 29, 3: 543-565 (2006). Agradecemos sinceramente la generosidad de Les Back al permitirnos reproducir este texto.

** Traducido al español por Ricardo Greene para Bifurcaciones.

*** Mitchell Duneier es profesor de Sociología en la Universidad de Princeton y en el Centro de Graduados de la Universidad de la Ciudad Nueva York. Les Back es profesor de Sociología en Goldsmiths College, Universidad de Londres.

**** Segunda parte de la entrevista disponible aquí: http://www.bifurcaciones.cl/2013/04/voces-de-la-vereda-etnografia-y-estudios-de-raza-segunda-parte/

[1] Business Improvement Districts, distrito de mejora de negocios (n. del T.).