03/04/2013

Voces de la Vereda: Etnografía y Estudios de Raza (segunda parte)/

Mitchell Duneier y Les Back

Por Les Back

Blog | entrevistas

Resumen

Reproducimos acá la segunda parte de la entrevista de Les Bach a Mitchell Duneier, originalmente publicada en 'Ethnic and Racial Studies', en el 2006. Les Back (Goldsmiths, Inglaterra) viaja a Nueva York a conversar con Mitchell Duneier (Princeton - CUNY, Estados Unidos) sobre su extraordinaria etnografía "Sidewalk". La conversación se mueve entre muy distintos temas, como los desafíos metodológicos de la etnografía, la ética del investigador, y los conflictos de raza y clase en la Nueva York de finales de los 90s.

Segunda parte

“Nueva York es una ciudad de contrastes”, me dijo un amigo, “en la misma cuadra puedes encontrar lo mejor y lo peor que el mundo tiene en oferta”. Es también el lugar donde la realidad y la ficción se funden. Cruzando la calle del departamento de Mitch, en Bleeker Street, está la panadería Magnolia, famosa por haber aparecido en la serie “Sex and the City” de HBO. La gente hace fila por toda la cuadra para comprar pastelillos. “Siempre es así”, dice Mitch, “cientos de personas esperan en fila por un pastel”. Varios residentes locales no están contentos con la panadería, me cuenta, mientras fantasea con hacer camisetas que digan “Fuck the Magnolia Bakery”, convencido de que los vendedores callejeros las venderían en el barrio en instantes.

La conversación pronto es interrumpida por su celular: es uno de los vendedores que aparece en el libro, Warren. “Estoy con un amigo de Inglaterra que me gustaría que conocieras”, le dice, “¿por qué no consigues alguien que cuide de tu mesa y te vienes en un taxi?” Acordamos vernos en un restaurant. Mitch ha permanecido cerca de las personas sobre quienes escribió y la naturaleza de su relación con ellos es impresionante. Incluye, entre otras cosas, su ofrecimiento de repartir las regalías del libro entre todos. Me cuenta que la madre de Hakin murió hace poco, de otro modo me lo hubiera presentado también. Planea ir al funeral. Llegamos al restaurant y un afroamericano alto vistiendo un abrigo grueso, bufanda y gorro de lana nos espera. Mitch lo saluda y nos presenta. El afecto entre ellos se ve genuino y se quedan un tiempo poniéndose al día mientras nos toman el pedido. En la mesa de al lado, dos mujeres que parecen sacadas de “Sex and the City” hablan sobre un amor potencial, “un tipo guapo que vive en West VIllage”. Es el clásico “momento Duneier”: rodeado de mujeres chic, un afroamericano que vive en la calle se sienta con dos sociólogos alrededor de una grabadora para hablar de etnografía.

 

Magnolia Bakery. Arriba, una escena de Sex and the City. Abajo, la cola para comprar pasteles

Magnolia Bakery. Arriba, una escena de Sex and the City. Abajo, la cola para comprar pasteles

 

Antes de comenzar a grabar, Mitch se levanta para ir al baño y aprovecho de preguntarle a Warren qué piensa sobre Sidewalk. “Lo mismo ahora que entonces”, responde, “¡es fantástico! ¿Cómo hubiera podido imaginar que algo así podía pasar y que alguien como Mitch se hubiera interesado en la historia de cómo vivimos en la calle… ¿sabes? Hace frío allá afuera y no hablo sólo de la temperatura. Es una vida dura, y él la contó tal como es”. Warren ya no vive en la calle pero sigue vendiendo libros en la Sexta Avenida, “Sólo tratamos de ganarnos la vida de forma honesta”, dice. Warren es cálido y gregario, compartiendo historias de sus visitas a las universidades para hablar del libro. “Lo pasamos muy bien haciendo eso, me encantaba”, agrega. Mitch vuelve a la mesa y confirma que Warren es una persona divertida y carismática frente a cientos de estudiantes. “Se paró frente a todos al final de la clase y gritó: ‘¿Cuál es la nación más grande del mundo?’, a lo que los estudiantes respondieron: ‘Los Estados Unidos’. Así que Warren los corrigió: ‘La nación más grande del mundo es la do-nación’, y luego pasó el sombrero. Eran 700 alumnos, así que imagino que se fue con bastante cambio”, recuerda Mitch.

Le pregunto a Warren por el impacto que tuvo el atentado a las Torres Gemelas en los vendedores. “No había nadie en las calles, nadie compraba libros ni revistas”, recuerda. Le digo que una de las cosas que más me conmovió fue saber que los vendedores comenzaron a vender mascaras quirúrgicas que la gente se protegiera del polvo que sobrevoló la ciudad por semanas. “Alguna gente dijo que estábamos explotando el tema, pero ellos sólo trataban de ganarse la vida de la mejor manera posible”, reflexiona, en una respuesta que revela la precariedad de la vida en las calles y el desprecio dirigido a los homeless.

Mitch agrega: “Estos tipos están tratando de ganarse la vida honestamente, de cualquier manera posible. En Halloween venden cajas para que la gente del Village pueda pararse sobre ellas y ver el carnaval. No pueden vender revistas así que venden cajas. Y luego, después del 11 de Septiembre, como no podían vender libros, vendieron mascaras. Cualquier cosa es mejor que vender drogas”. Warren se levanta y sale a la calle a atender una llamada. Cuando regresa dice que debe volver pronto a su mesa en la calle. Este será su séptimo año vendiendo libros en la Sexta. Nos decimos adiós y me desea un buen viaje. De vuelta en el departamento de Mitch, le pregunto cómo fue trabajar con el fotógrafo Ovie Carter sobre la fina línea entre “ellos” y “nosotros”, y sobre qué tipo de sociología necesita el mundo de hoy.

 

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Les Back: Una de las cosas que haces en Sidewalk es pedirle al lector constantemente que se dé cuenta de cómo es todo cuando las cosas más fundamentales de la vida son difíciles al punto de lo imposible. Por ejemplo, el capítulo en que cuentas lo difícil que es para alguien que vive en la calle hacer sus necesidades con dignidad.

Mitchell Duneier: Creo que una de las tareas de la etnografía es entender qué es lo igual y qué es lo diferente sobre personas que han sido exotizadas. Sidewalk trata una y otra vez de mirar el proceso por el que algunas personas comienzan siendo como cualquiera de los lectores pero terminan siendo diferentes. No digo que sean clase media, pero sí que comparten ciertas características. Un ejemplo de esa diferencia está en cómo estas personas van al baño o duermen, no en una cama, sino sobre el cemento. ¿Cómo es posible que alguien elija dormir así cuando se le ofrece una cama? ¿Cómo alguien puede elegir orinar en un vaso cuando puede ir al baño? ¿Cómo esas cosas se pueden haber vuelto naturales para él? Estas son personas que antes iban al baño de un modo convencional y que pensaron que lo natural era dormir en una cama, así que es necesario volver a revisar estos procesos. Escudriñar este proceso de transformación es una tarea realmente importante de la etnografía, es comprender cómo las personas pasan de ser “nosotros” a ser “ellos”.

LB: ¿Cómo evolucionaron los aspectos fotográficos del libro? Las fotografías de Ovie Carter ofrecen una mirada muy cargada, muy fuerte, que creo acompaña bien la historia tan potente que presentas.

MD: Bueno, Ovie es un colaborador habitual y un gran amigo. He trabajo con él desde que era estudiante de la Universidad de Chicago. El era fotógrafo del Chicago Tribune y ahora está retirado, se ganó el Pulitzer por su trabajo en África e India. Además de eso, trabajó mucho cubriendo los modos de vida dentro de la ciudad. Cuando escribía mi tesis doctoral lo llamé por teléfono y le pregunté si le gustaría tomar unas fotos para ella. Ni siquiera pensé o me di cuenta cuán caradura era que, siendo un estudiante, llamara a un ganador del Pulitzer para que sacara fotos para mi tesis. Estaba tan obsesionado con Slim’s Table que pensé que era importante y lo llamé. Obviamente dijo que no, pero es un hombre humilde y generoso y me dijo: “Lo lamento mucho, pero ahora estoy trabajando en otra serie para el diario sobre hombres negros y sería un conflicto de interés”. Así que pensé en llamarlo una vez que hubiera publicado su serie, pero su rechazo no era finalmente por el asunto del diario, así que me dijo que no una vez más. Luego de muchos meses supongo que lo cansé, porque aceptó tomarse un café conmigo, tomó unas fotos, me las mandó y las terminé usando en mi tesis. Un par de semanas después, recibí una carta de la editorial University of Chicago Press, diciendo que iban a publicar la tesis. Llamé a Ovie y le dije: “Ahora va a ser un libro, ¿te interesa tomar las fotos?” Me dijo: “¿Por qué no usas las que ya te di?”, así que las usé, aunque sí tomó una foto extra que se volvió la portada.

Cuando el libro salió causó algo de revuelo en Chicago, así que los editores del Chicago Tribune le preguntaron a Ovie sobre el libro, “¿Quién es ese tipo con el que trabajaste como colaborador, Mitch Duneier?”, y él les dijo: “Un estudiante de la Universidad de Chicago, un tipo decente”. Le propusieron entonces que me invitara a escribir al diario y terminaron contratándome por un tiempo. Publicamos varias cosas, entre ellas una serie en seis partes sobre el centro de Chicago, que fue nominada al Pulitzer. Cuando me puse a trabajar en Sidewalk le dije: “Ovie, estaría honrado si trabajaras conmigo en este libro sobre gente de la calle que recoge libros de los basureros y se gana la vida vendiéndolos”. Me miró y me dijo: “La verdad es que eso no me interesa mucho, Mitch, para nada”. Acepté su decisión, pero cuando terminé un capítulo se lo envié, para recibir sus comentarios y mirada crítica, y entonces me escribió diciendo que había cambiado de parecer. Ese fue el comienzo de un largo proceso trabajando juntos, de muchos viajes a Nueva York para tomar las fotos.

Trabajamos juntos, codo a codo, y sus imágenes terminaron causando gran impacto en mi escritura. Las colgaba en mi oficina y buscaba en las imágenes algunas cosas que no había visto con mis ojos. Ovie es un hombre negro de sesenta años y desarrolló una relación con los hombres de la calle diferente a la mía. Además es un hombre religioso, lo que es relevante porque si un etnógrafo y un fotógrafo trabajan juntos, debe ser desde el reconocimiento y el respeto. No puede ser sólo el vehículo que recoge mis impresiones del mundo. Su mirada tiene que ser tomada en consideración y yo, a la vez, debía ser usado como un vehículo para transformar su mirada del mundo. Soy un judío secular que ha pasado buena parte de su vida en universidades y Ovie es un hombre negro que migró a Chicago desde Mississippi y St. Louis y que encontró el cristianismo en algún punto de su vida. Por lo mismo, Ovie me empujaba a ver los temas que trabajábamos desde su dimensión religiosa y yo tenía que tomar en consideración esas preocupaciones. Tuvimos serias discusiones y fue difícil para ambos, pero creo que enriqueció el trabajo.

 

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LB: Leo tus libros y la gente sobre la que escribes como una lucha por vivir una vida ética en circunstancias de divisiones extremas y fuertes desigualdades de riqueza y estatus, ¿se podría pensar algo así?

MD: Sí, un tema fundamental de mi sociología ha sido sobre vivir de acuerdo a estándares de valores morales. Para mí el desafío intelectual fue mirar cómo el así llamado “comportamiento moral” se construye, y no en escenarios aparentemente desfavorables para ello. Los hombres de Sidewalk salieron de la cárcel y han sido prácticamente expulsados de la sociedad. En Estados Unidos, una vez que tienes una condena penal, y sobre todo si eres negro, no puedes acceder a la vivienda social. Nadie te entrevista tampoco para un trabajo, y debes vivir de la economía informal. Hay tantas maneras en que puedes ser bloqueado de la vida convencional, y estos hombres viven con ese peso. ¿Cómo pueden construir una así llamada vida moral para ellos mismos?

LB: Pero nos mostraste que esto no se trata de una noción sencilla de “decencia individual”.

MD: No me interesa la decencia, me interesa la construcción social de la decencia. Desde mis comienzos como sociólogo he estado interesado en la lucha de los hombres para vivir de acuerdo a ciertos valores morales. Una de las razones por las que la Sexta Avenida era un sitio estratégico para mí fue porque era un lugar donde los desafíos para vivir esa vida moral eran mayores.

LB: Escuché que compartiste las regalías del libro con los participantes, ¿cómo fue eso?

MD: Cada año las regalías son divididas entre las personas del libro, les mando un cheque cuando recibo el mío. Es un asunto que por un tiempo cambió mi relación con ellos.

LB: ¿Por qué?

MD: Inmediatamente después que el libro fue publicado, hubo como una sensación entre estos hombres de que había sido un gran best seller, y uno mucho mayor de lo que realmente fue. Es evidente que el ver todos los días a gente en Greenwich Village leyendo el libro les dio esa impresión. El libro es usado cada año en cinco o seis cursos de la New York University porque es sobre el barrio donde está la universidad, y además les toca ver a los estudiantes caminando con él bajo el brazo. Y aunque es cierto que se vende y que otras universidades también lo usan, pasa también que muchas copias usadas vuelven al mercado rápido, algo que ellos debieran saber porque trabajan con libros. Pese a eso, veían a tanta gente con el libro el primer año que llegaron a pensar que se harían ricos con él; yo les advertía que no, pero no escuchaban. El libro salió hace seis años y cada vez han recibido algo entre cien y doscientos dólares. Yo sentí que mi relación con ellos cambió cuando comenzaron a ver esto como un negocio, y como en cualquier negocio, comencé a ser visto como “El Hombre”, el que manejaba el dinero. Aunque nadie me lo pidió expresamente, comencé a sentir la necesidad de demostrarles que el libro no estaba haciendo más dinero que el que les decía, me volví un poco paranoico y llevaba papeles con las cuentas y manifiestos de venta. Me pareció en algún minuto que mi relación con ellos se había vuelto algo contractual, sólo por el dinero. Un día, caminando por la calle, alguien me grita: “Hey, Mitch, ¿cuándo llega mi plata?”, y me sentí avergonzado. Ya nadie me preguntaba cómo estaba o qué había hecho, sino cuándo venía el siguiente pago. Por suerte se fue apagando y volviendo rutina, y ahora saben que el pago es en diciembre. Ahora las relaciones son tan fuertes como en su mejor momento, pero obviamente ha habido momentos duros.

LB: Que increíble ironía el que tu compromiso por compartir las ganancias finalmente haya terminado por trazar una línea entre las personas sobre las que escribiste y tú.

MD: Supongo que la ironía es que trabajé mucho por construir una relación entre un profesor blanco de clase media y negros pobres que viven en la calle, y al final de todo finalmente igual sentí que tenía que hacer algo para evitar la explotación y terminé estableciendo una relación monetaria con ellos. Podría haber imaginado otras cosas, podría haberlo manejado la casa editorial, no sé.

LB: ¿Qué lecciones deja todo este proceso para pensar la etnografía y/o la sociología de manera más amplia?

MD: Definitivamente pienso que cambiamos el mundo, pero de maneras sutiles. Lo cambiamos a través de entender y comprender, no necesariamente a través de la política pública. Creo que nos hemos vuelto parte de un diálogo. Hoy la segregación explícita ha terminado y existe una amplia clase media amplia. ¿Tuvo la sociología algo que ver con eso? Hemos sido parte de un diálogo que ha levantado una suerte de conciencia de que estas transformaciones son posibles. Cada estudio que se hace es parte de ese diálogo, cada tesis, cada artículo, y así se va construyendo un marco de posibilidades para que la sociedad sea mejor, más humana.

LB: Se trata de una vocación de conversación, entonces, una que no producirá manifiestos sino diálogo.

MD: Si, contribuye a la conversación pero eso mismo es su límite. Otra pregunta es cómo ha cambiado la vida de las personas que participaron de ella. Creo que es legítimo preguntárselo. Parte de mi crítica a usar la etnografía como un marco para hacer teoría sólo por la teoría tiene que ver con que las personas no pueden reconocerse en ellas. Pueden preguntarse qué importancia tuvo el que este etnógrafo haya pasado meses conmigo, si al final era sólo para entrar en diálogo con una teoría rival. ¿Cuál es la ética de eso? Creo que si alguien me pregunta eso y yo no puedo darles una respuesta que puedan comprender, me sentiría avergonzado. Quiero ser capaz de decirles que los estudiantes leerán este libro y serán capaces de entender a la gente que vive y trabaja en la calle de una mejor manera. Creo que esa es la garantía mínima para este trabajo, y una de las mejores a las que he podido llegar.

* Este texto es una traducción de “Voices from the sidewalk: ethnography and writing race”, publicado originalmente en Ethnic and Racial Studies, 29, 3: 543-565 (2006). Agradecemos sinceramente la generosidad de Les Back al permitirnos reproducir este texto.

** Traducido al español por Ricardo Greene para Bifurcaciones.

*** Mitchell Duneier es profesor de Sociología en la Universidad de Princeton y en el Centro de Graduados de la Universidad de la Ciudad Nueva York. Les Back es profesor de Sociología en Goldsmiths College, Universidad de Londres.

**** Primera parte de la entrevista disponible aquí: http://www.bifurcaciones.cl/2013/04/voces-de-la-vereda-etnografia-y-estudios-de-raza/