Resumen
Una vez alcanzada la Independencia de Chile, fue necesario contar con un espacio público que reflejara el desarrollo de una nueva vida republicana. Por esta razón, las autoridades buscaron transformar La Cañada, un antiguo camino colonial, en un renovado paseo para la capital: la Alameda de las Delicias. A partir de su creación en los primeros años de la década de 1820, el nuevo paseo reflejó y formó parte de los cambios culturales de las clases más acomodadas de la capital durante el siglo XIX. El presente artículo analiza la manera en que esta transformación implicó cambios importantes en los usos y apropiaciones de este espacio de la ciudad, además de dar cuenta, a través de imágenes, de la manera en que este paseo experimentó el tránsito de la sociedad colonial a la republicana.
Palabras Claves
La Cañada, Alameda de las Delicias, transformación urbana, representaciones visuales.
Abstract
After Chile’s Independence, it was necessary to create a public space that would reflect the development of a new republican life. Therefore, the authorities sought to transform La Cañada, a former colonial road, into a renewed public boulevard for the capital city: the Alameda de las Delicias. Starting from its creation in the early 1820s, the new promenade reflected and was part of the cultural changes that affected the wealthiest classes of the capital during the 19th century. This article analyzes the ways in which this transformation generated important changes in the purposes and appropriations of this urban area. It also shows, through visual representations, the ways in which this promenade experimented the transition from a colonial to a republican society.
Keywords
La Cañada, Alameda de las Delicias, urban transformation, visual representations.
1. Introducción
Una acción natural del hombre es apropiarse y resignificar aquello que ha heredado de las generaciones anteriores. Este fenómeno ha permitido articular y dinamizar la historia de la humanidad, brindando a los individuos la oportunidad de adaptar escenarios dados de acuerdo a sus necesidades y voluntades.
Precisamente, es éste el proceso que ha vivido la que hoy conocemos como Avenida Libertador Bernardo O’Higgins, de la ciudad de Santiago de Chile, a lo largo de su historia. El eje oriente-poniente, de mayor relevancia en la capital, ha atravesado por diferentes usos y apropiaciones que han marcado sus diferentes etapas en el tiempo. En este contexto, los registros y representaciones visuales no sólo dan cuenta de cada uno de estos procesos vividos por la Alameda, sino que además permiten documentar, más allá de los relatos y testimonios escritos, las transformaciones a las que ésta fue sometida.
Los espacios públicos, y en el caso de este estudio la Alameda, no sólo se configuran como el marco dentro del cual una sociedad se desenvuelve públicamente, sino que también experimentan un fenómeno de apropiación por parte de los individuos que día a día se relacionan en (y con) ellos, pudiendo transformarlos de acuerdo a sus aspiraciones. En el presente artículo se analizará el fenómeno de transformación de La Cañada colonial en la Alameda de las Delicias durante el siglo XIX, prestando especial atención a los cambios de uso y resignificación por parte de sus usuarios, y la forma en que las imágenes producidas durante este siglo dan cuenta de dichos cambios.
2. La Cañada colonial
Este importante eje de la ciudad ha estado presente en la morfología urbana de Santiago desde los comienzos del período colonial. Denominada inicialmente como La Cañada, correspondió al brazo mayor del río Mapocho que se desprendía más arriba del cerro Santa Lucía hacia el sur y corría hacia el poniente, abriéndose cada vez más. En efecto, es posible constatar que este elemento geográfico, condicionante de la configuración y crecimiento urbano de Santiago, es incorporado en todas las representaciones y planos de la ciudad de este período. Uno de ellos es el plano de Amadée François Frezier del año 1716, en el que podemos observar la distribución de aguas que se desprendía del río Mapocho e irrigaba la ciudad, identificando uno de sus brazos como La Cañada. En esta imagen, que invierte el sentido norte-sur, se aprecia La Cañada como un factor determinante en el desarrollo urbano de Santiago, sobre todo por limitar la expansión urbana del sector sur. Es este plano, además, el primero de relativa exactitud respecto al emplazamiento y distribución real de la ciudad creado durante la colonia (Martínez, 2007), por lo que da cuenta, de manera bastante acertada, de la presencia de La Cañada en la ciudad.
Este camino se transformó en la vía de entrada a Santiago desde el camino de San Diego por el sur [1] y en la ruta natural hacia el oriente de la ciudad. Así, La Cañada limitó por décadas el crecimiento de la ciudad hacia el sector meridional, instalándose allí la iglesia y convento franciscano y el monasterio de Santa Clara (al costado poniente del cerro Santa Lucía, por la parte norte). Entre las actuales calles Carmen y Santa Rosa, por la vereda sur, se ubicó el Hospital del Socorro, posteriormente denominado Hospital San Juan de Dios (Vargas, 2002). Ya hacia las décadas finales del siglo XVII se instalarían otros conventos en los costados de La Cañada, como por ejemplo el convento del Carmen Alto de San José y el convento franciscano de San Diego de Alcalá (De Ramón, 1985).
De este modo, las primeras edificaciones, principalmente establecimientos religiosos, se consolidaron en un tramo de un par de cuadras en La Cañada, pues, por su carácter conventual, debían ubicarse en lugares periféricos de la ciudad. Por su parte, el Hospital debía situarse lejos de la concentración urbana, por motivos de salubridad.
A lo largo de los siglos XVII y XVIII el radio urbano de Santiago, bastante contraído en sus inicios, y condicionado por los límites naturales (el río Mapocho, el cerro Santa Lucía y La Cañada), comenzó a expandirse especialmente hacia el norte y el sur [2], de tal manera que ya para los primeros años del siglo XIX La Cañada había perdido su carácter fronterizo para quedar dentro de los nuevos límites urbanos, tal como se aprecia en el siguiente plano, publicado por Peter Schmidtmeyer hacia 1824.
No obstante la mayor participación urbana de la que este camino gozó durante las primeras décadas del siglo y su incorporación al paisaje urbano de Santiago, siguió manteniendo un aspecto bastante rural, como puede apreciarse en un grabado de alrededor de 1820, publicado también por Schmidtmeyer unos años más tarde en Londres. Esta imagen, que dominará a La Cañada durante el período colonial, da cuenta del tipo de actividades que se desarrollaban en este eje. Destacan la utilización como vía de transporte de carga, probablemente proveniente de las afueras de la ciudad, y el intercambio de productos.
Durante los primeros años del siglo XIX, la estructura del Tajamar, originalmente construida para contener el río Mapocho de sus periódicas crecidas que afectaban a la capital, brindó a la ciudad un espacio público destinado a la recreación y esparcimiento de la población [3]. En efecto, gracias a la manera en que la estructura fue diseñada, se posibilitó el uso de la parte superior del muro como paseo. En el plano de Santiago de Schidtmeyer (figura 2) es posible apreciar la ubicación del paseo del Tajamar que se emplazaba en la ribera sur del río Mapocho a la altura del cerro Santa Lucía. Con el tiempo se plantaron álamos por sus costados, razón por la cual se le denominó Alameda, y su ingreso se estableció junto al puente Cal y Canto (De Ramón, 1985). Sumamente esclarecedora resulta la pintura realizada por Giovatto Molinelli del paseo de los Tajamares hacia mediados del siglo XIX.
La perspectiva desde la cual se representa este lugar permite apreciar gran parte de sus características, entre las cuales destacan las corridas de álamos que daban forma a la parte del paseo que se encontraba hacia el oriente, por la ribera del río. Así, la Alameda del Tajamar constituyó el único paseo público de la capital por estos años.
No obstante la gran popularidad de la que gozaba este lugar, muy utilizado por la clase santiaguina más acomodada, para la década de 1830 ya se encontraba completamente en desuso (De Ramón, 1985). La principal razón sería la gran notoriedad que el nuevo paseo de la capital, la Alameda de las Delicias, comenzaría a adquirir a partir de su creación durante los primeros años de 1820.
3. La Alameda de las Delicias republicana
Si bien la transformación de La Cañada en paseo público debe atribuirse a Bernardo O’Higgins, en su calidad de Director Supremo de la Nación, es importante recordar que la primera iniciativa para realizar una intervención en ella se presentó algunos años antes. El 14 de enero de 1813 se publicó un Artículo de Oficio en La Aurora de Chile firmado por el entonces Presidente de la Junta Provisional de Gobierno, José Miguel Carrera. En dicho oficio se destacan las cualidades que la calle de La Cañada poseía para convertirse en un lugar público de recreo y comodidad, pero que por su lamentable descuido se había transformado en un punto de «inmundicia y de asco» (La Aurora de Chile, 1813: 4). De esta manera sólo restaba, señalaba el documento, «que una mano activa ponga en uso las ventajas que ofrece su situacion, arreglando las aguas, allanando el terreno y amenizandolo para que el arte dé la perfeccion á que combida la naturaleza [sic]», por lo cual se encargó al Regidor Antonio Hermida la labor de proponer cuanto fuese necesario para que se concretara el anhelado «adorno y decoro de la capital» (Artículo de Oficio, 1813: 4). Es posible inferir que este proyecto no fructificó, posiblemente debido a los diversos acontecimientos políticos que se desarrollarían durante nuestros primeros años de vida independiente. Por esta razón, la ansiada transformación de La Cañada en un paseo público debió esperar algunos años más.
Existe constancia, a través de la Gaceta Ministerial de Chile (1818), del decreto firmado por Bernardo O’Higgins que establece la creación de un paseo público en la calle de La Cañada, puesto que sus características generales (abundancia de agua, espacio y extensión) la convertían en el lugar más adecuado para una Alameda. Si bien existía el paseo del Tajamar, su estrechez y la poca regularidad del terreno presentaban dificultades para un paseo que debía estar a la altura de una capital republicana. Para ello, el propio Director Supremo realizó un dibujo, proyectando la forma de las corridas de álamos y las fuentes de agua, que data del año 1818.
Dos años más tarde, ya se contaba con un acopio de materiales y árboles para concretar esta obra. En 1820 este paseo recibiría el nombre de Campo de la Libertad Civil (Gaceta Ministerial de Chile, 1820), recordando el triunfo de la Independencia, tomando en cuenta que fue por La Cañada que el bando vencedor realizó su entrada a la ciudad (Plath, 1949). Será por un decreto del año 1825, que su denominación sería reemplazada por Alameda de las Delicias (Voionmaa, 2006).
A partir de estos años, la connotación y uso de la antigua Cañada cambiaría completamente. Tal como lo expresara O’Higgins, «las obras públicas dan una idea más o menos ventajosa de la civilización de los pueblos» (Gaceta Ministerial de Chile, 1818: 99). En este sentido, la constitución de La Cañada en un espacio adecuado para la entretención y pasatiempo de los ciudadanos buscaría sentar un gran precedente: ser el primer paseo público de la ciudad instaurado tras la Independencia nacional, creado además por uno de los actores más relevantes de este proceso histórico. Así, la Alameda reflejaría esta nueva vida republicana y la nueva etapa en torno al progreso y civilización que se estaba inaugurando en el país [4].
Las imágenes que representan a la Alameda de las Delicias desde finales de la década de 1820 en adelante mostrarán el nuevo tipo de interacción que se comenzó a producir en el paseo, representando las nuevas actividades y actitudes de sus paseantes. De este modo, hacia mediados del siglo XIX es posible ver representada plenamente la nueva función de paseo de la Alameda, tal como se aprecia en el grabado realizado por J. Charton hacia 1850.
En esta obra ya no se observan carretas tiradas por bueyes transitando en la calzada principal, y la división del paseo en tres secciones se hace evidente a través de las acequias y corridas de álamos. Sin embargo, el grabado debe asumirse no sólo como un registro visual del paseo, sino también como una imagen que pretende retratar las aspiraciones culturales de la época a través del único paseo urbano de Santiago. La «aristocratización» de la Alameda de las Delicias fue un proceso paulatino desarrollado a lo largo del siglo XIX y que es posible apreciar gracias a diferentes testimonios que tanto extranjeros como chilenos han dejado.
Una de las descripciones de la época es la del marino inglés Richard Longeville Vowel, quien relata que para mediados de la década de 1820 ya existían cafés y mercaderes por los costados del paseo, así como bandas de regimientos que tocaban en los óvalos destinados a los carruajes. En este agradable escenario, los paseantes circulaban, señalaba Longeville (1923), hasta las dos o tres de la mañana en días de verano, mientras vigilantes se hacían cargo de la seguridad. El viajero inglés también se refiere a la diferencia que existía entre las tres secciones del paseo, divididas por acequias de ladrillo que corrían a lo largo de toda la Alameda: «Entre las dos hileras centrales hay un espacio bastante ancho para el paseo, relleno con arena gruesa, que se conserva escrupulosamente aseado, pues se barre y riega dos veces al día en verano […] Bancos de piedra pulida, labrados a imitación de los lechos de Grecia, se hallan colocados alrededor de los óvalos a distancias iguales a todo lo largo de la calzada central» (Longeville, 1923: 101). Respecto a los costados exteriores, comenta que no tienen la misma anchura ni el mismo cuidado que la parte central, puesto que están destinados al tránsito de personas a pie. Finalmente, la parte más exterior, separada de las secciones laterales por pequeños canales, estaba destinada a los carruajes y a las personas a caballo. De este modo, el inglés destaca aspectos relacionados con el mantenimiento, orden y esparcimiento en el paseo, que son asociados al comportamiento de una sociedad civilizada.
Por su parte, el marino estadounidense W.S.W. Ruschenberg constató durante los primeros años de 1830 que la Alameda era el lugar en el que se reunía toda la sociedad en las tardes de verano (Ruschenberg, 1956). En efecto, no existió en Santiago otro espacio público que se pudiese igualar a la Alameda de las Delicias entre los años de su construcción (1820), y la posterior creación o transformación de otros paseos como el Parque Cousiño (1870-72), el Paseo de Santa Lucía (1872-74) y la Quinta Normal de Agricultura (1873-75).
Los contemporáneos chilenos Vicente Pérez Rosales y José Zapiola también dejaron expresadas sus impresiones del paseo. Ambos publicaron sus textos en los primeros años de la década de 1880, concordando respecto a la imagen que proyectaba la Alameda entrado el siglo XIX. Ambos reconocían que anteriormente La Cañada no merecía otro título que el de gran «basural»; no obstante, merecía la pena destacar la sorprendente transformación que aquella avenida había experimentado, llegando a ser considerada por Zapiola como el «orgullo de nuestra capital» (Zapiola, 1974: 11), mientras que Pérez Rosales presumía de que este paseo «puede envidiarnos para sí, la más pintada ciudad de la culta Europa» (Pérez Rosales, 1886: 2).
La Alameda de las Delicias fue el primer paseo público pensado y acondicionado como tal, además de ser el único que cumpliera esta función por alrededor de cincuenta años, por lo que es posible proponer a este espacio urbano como un «campo de experimentación pública» del proceso de adopción y adaptación de los valores modernos que comenzaron a ser introducidos por la elite santiaguina a lo largo del siglo XIX. De este modo, los cambios culturales que se estaban produciendo al interior de las clases más acomodadas se reflejaron en la ciudad. La Alameda fue entonces un escenario en el cual la vida en sociedad se comenzó a volcar de manera más evidente al exterior de las casas, potenciando el paso de las prácticas sociales privadas a las públicas, en un contexto de modernización de los usos del espacio.
Durante el período colonial, y las décadas siguientes a la Independencia, la vida religiosa, que rigió gran parte de la vida social urbana, se desarrolló en gran medida en el espacio público a través de fiestas litúrgicas, procesiones y ritos, entre otras celebraciones católicas. Sin embargo, a lo largo del siglo XIX, y a medida que el proyecto modernizador ilustrado y secularizante comenzó a ser incorporado por los liberales de la alta sociedad chilena -y por lo tanto por un segmento de la clase dirigente-, el culto y gran parte de las prácticas católicas comenzaron a relegarse al ámbito privado. Si bien no desapareció del todo, la religiosidad y piedad de la sociedad chilena tendieron a recluirse a una esfera más íntima (Serrano, 2011). Así, la incorporación de la modernidad durante el siglo XIX tuvo una doble consecuencia respecto a la apropiación de los espacios públicos en la ciudad. Por una parte, excluyó en gran medida la presencia pública de la religión católica -hecho de gran relevancia, puesto que era a través de esta esfera de la vida de los habitantes de Santiago que se establecía una apropiación pública del espacio urbano (Plaza Mayor y calles). En consecuencia, la actividad social y cultural en la ciudad se habría visto mermada. No obstante, y como segunda consecuencia, la incorporación de valores modernos y civilizados europeos trajo consigo la creación de paseos y parques urbanos que se establecieron como los espacios públicos urbanos por excelencia. En ellos se abriría un nuevo tipo de sociabilidad secular. De este modo, los paseos urbanos, y en este caso La Alameda de las Delicias, supusieron una instancia de interacción social pública, que fue contenedora de los nuevos valores modernizadores adoptados por la elite santiaguina.
En este contexto, el fenómeno de la moda, tanto para hombres como para mujeres, encontrará en la Alameda un espacio ideal para ser exhibido. Precisamente este paseo, al configurarse como un espacio público preeminente en la ciudad, «no sólo articula, estructura y ordena las diferentes actividades y usos del espacio urbano, sino que es por excelencia el escenario de la socialización colectiva de la ciudad» (Pérez, 2004: 28). Se comenzará a producir así una dinámica social en que aparecerán dos aspectos. Por una parte, los miembros de la elite mostrarán sus últimas adquisiciones buscando legitimarse como iguales ante sus pares, mientras que al mismo tiempo manifestarán las diferencias existentes, de una manera concreta y visual, respecto de las «otras» clases sociales.
En relación a este último punto, es necesario recordar que una primera aproximación al «paseo» como una práctica social y cultural se deja ver en el cambio del siglo XVIII al XIX en los Tajamares. Ya Voionmaa (2006: 31) ha planteado la «nueva vida» que se inauguró en torno a este sector del río y que respondió, a su vez, a una necesidad de la elite local, sobre todo en el ámbito de las nuevas modas afrancesadas, debido a que «la nueva estética de vestimenta femenina necesitó un espacio público para validarse». Por otra parte, el desplazamiento de la ubicación del lugar público de encuentro de los habitantes de Santiago desde la Plaza de Armas, concebida como un lugar cotidiano de intercambio comercial (De Ramón, 1985), hacia el paseo del Tajamar, supuso un primer cambio en el modo de hacer uso de un espacio urbano: de comercial a puramente recreacional. Si bien es posible identificar aquí un primer proceso de cambio en las costumbres de vivencia del espacio urbano por parte de la elite santiaguina, no es menos cierto que el momento y lugar en el que la incorporación del proyecto modernizador se concentrará fuertemente, al menos respecto de las prácticas socio-culturales, se logrará una vez alcanzada la Independencia en la nueva Alameda. Será este espacio público en el que la elite podrá poner en práctica los nuevos usos y costumbres europeos que se buscaba imitar. Así se da a entender la preocupación por pensar, proyectar, ejecutar y mantener la Alameda de las Delicias, además de la disposición especial de las corridas de árboles, acequias y bancas de piedra, entre otros.
De esta manera, el proceso de distanciamiento entre la elite y el resto de la sociedad se reafirmará con la transformación de La Cañada en Alameda de las Delicias, llegando al punto en que la clase trabajadora habría estado resignada «a considerar [a ratos] la Alameda como el dominio exclusivo de la oligarquía, y no como la mayor avenida de la capital o como un paseo público a disposición de todos los santiaguinos» (Vicuña, M. 2001: 49).
Así, por uso y costumbre, la Alameda fue dominada por los estratos más acomodados de la capital, situación que se ve reflejada en el grabado realizado por Frédéric Sorrieu, publicado en el libro Chile Ilustrado de Recaredo Tornero en 1872.
Tal como sucede con la obra de Charton (1850), esta imagen representa una idealización del espacio público, más que la realidad cotidiana de éste. El grabado se titula Una tarde de paseo en la Cañada, lo que sugiere la supuesta existencia de un escenario cotidiano, aunque no necesariamente real. Por otra parte, el grabado fue realizado en París, por lo que las imágenes del libro estuvieron a cargo de ilustradores franceses, y es muy probable que Tornero le hubiese dado indicaciones a los artistas de cómo debía ser representado el paseo, no reflejándose necesariamente la manera en que la socialización ocurría en ese lugar. Lo anterior cobra aún más sentido en las palabras de Risco (2014: 6), quien, al referirse a las imágenes publicadas en el libro de Tornero, expone que “la condición traductora del grabado debía aplicarse en este caso a producir determinada imagen de un país: la imagen de un país inserto «en la senda del progreso». Como se puede apreciar en la figura 7, paseantes de las clases sociales más altas utilizan la parte central del paseo, mientras que por los costados circulan elegantes carruajes tirados por caballos, omitiendo cualquier referencia a las clases populares. A partir de lo que muestra la imagen, se podría decir que la Alameda de las Delicias era un paseo utilizado y por tanto apropiado por la elite.
El grabado de Sorrieu muestra el paseo durante la segunda mitad del siglo XIX, razón por la cual es posible comprender, como ya se ha mencionado, su carácter «aristocratizante». Sin embargo, existen algunas representaciones de la primera mitad del siglo XIX que dan cuenta de una mayor diversidad social que circula por el Paseo de La Cañada, como por ejemplo los grabados de Edmond Bigot de la Touanne (1828) y de Claudio Gay (publicado en 1854) [5]. Respecto a este último, es posible establecer diferencias importantes con el grabado de 1872.
Por una parte, y lo que de manera más evidente se aprecia, podemos destacar el contraste de la cantidad y tipo de personas que se encuentran en la Alameda en ambas imágenes. En la de Claudio Gay se observa una mayor diversidad de paseantes, puesto que en la parte central asisten individuos de la alta sociedad, así como también religiosos y huasos. Otro aspecto que se debe destacar es la presencia de personas a caballo que circulan por el paseo que posteriormente se destinaría únicamente a los peatones. Es posible mencionar también que el tipo de vestimenta evoca más bien al mundo colonial que al moderno que apreciamos durante la segunda mitad del siglo XIX, tanto en el grabado de Charton como en el de Sorrieu. Tal vez su formación y el objetivo científico del Atlas de la Historia Física y Política de Chile, llevaron a que Gay incluyera un pequeño repertorio de la conformación social santiaguina, a modo de muestrario que permitiera dar cuenta de la diversidad social de la capital. Independientemente de que así fuese o no, esta imagen nos permite contrastar y analizar dos representaciones del paseo de la Alameda de las Delicias en dos momentos diferentes. De este modo, la imagen publicada en Chile Ilustrado brinda un gran ejemplo sobre la manera en que se buscó proyectar un espacio determinado de la ciudad, con aires de modernidad y en relación a los parámetros de paseos públicos de las grandes capitales europeas, al excluir la diversidad social y cultural natural de este espacio público.
Llama particularmente la atención que la descripción que realiza la Comisión encargada de la transformación de la Alameda hacia 1873 se contraponga con la imagen del paseo que se presenta en el grabado de 1872: «La reparticion de la anchura actual es deficiente. Puesto que el tráfico comercial es embarazoso. El tráfico público de carruajes es incómodo, particularmente en dias de paseo i finalmente el paseo de a pié si bien es suficiente, carece de comodidad en el verano por demasiado sol en el paseo del centro; lo que lo hace abandonar por todos salvo en los dias de fiesta [sic]» (Vicuña, B., 1873: 301). De este modo, queda al descubierto la intención de producir mejoras al paseo, en el grabado, que permitieran proyectar una imagen de mayor progreso y modernización de la que realmente existía en aquellos momentos, aun cuando la relevancia del paseo para la ciudad no estaba en discusión.
Así, en el marco de la transformación de la Alameda de las Delicias, encargada hacia 1872 por el Intendente de la Provincia de Santiago, Benjamín Vicuña Mackenna (1872-1875), se comenzaron a destinar los espacios exteriores exclusivamente para la circulación del tránsito público de carruajes. El plan de obras, que consideraba el embellecimiento del paseo, contemplaba mejorar el terreno de las vías laterales del paseo, mientras que la sección central seguiría destinada únicamente a los paseantes (Vicuña, B., 1873) [6].
Estas obras en la Alameda, enmarcadas en el plan de transformación de la ciudad impulsado por Vicuña Mackenna, buscaron dar respuesta a las necesidades de quienes hacían uso de ella. En este sentido, también se incluía a los propietarios de las nuevas edificaciones y palacios que durante la segunda mitad del siglo XIX comenzaron a construirse por los costados de la avenida.
Ya con la apertura de los nuevos paseos de Santiago a lo largo de la década de 1870, la Alameda de las Delicias comenzó a recibir a un público más diverso, puesto que las clases más acomodadas se dirigirán ahora a los nuevos parques urbanos. De este modo, hacia las décadas finales del siglo XIX la Alameda dejará su impronta de paseo aristocrático para convertirse, hacia el siglo XX, en el eje vial de mayor relevancia de la capital.
4. Conclusión
Como se ha podido apreciar a lo largo de este artículo, la transformación de la calle de La Cañada en el paseo de la Alameda supuso un cambio relevante, tanto en su tipo de utilización, como en el tipo de visitantes que ocuparían este espacio urbano. De esta manera, las imágenes presentadas permiten contrastar los dos momentos aquí analizados e ilustrar algunos aspectos relevantes en el fenómeno de cambio de La Cañada colonial a la Alameda de las Delicias republicana.
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Recibido el 29 de abril de 2015, aprobado el 15 de mayo de 2015.
Katherine Vyhmeister, Centro de Estudios del Patrimonio, Universidad Adolfo Ibáñez. E-mail: kvyhmeister@uai.cl
[1] El origen y desarrollo del camino al sur de Santiago es desarrollado en Forray e Hidalgo (2013).
[2] Según los cálculos de Thaddaeus Haenke, citados por Armando de Ramón, entre mediados y fines del siglo XVIII la ciudad se habría triplicado en tamaño hacia el norte y sur, sobre todo a partir de los arrabales instalados en los extremos. Sin embargo, este ritmo de crecimiento no se habría producido de igual manera en sentido oriente-poniente (De Ramón, 1985).
[3] Las obras de esta estructura comenzaron en la década de 1790 y culminaron hacia 1808. Sin embargo ya para 1795 era utilizado como paseo (Guarda, 1997).
[4] Un aspecto relevante que se debe considerar, es que las Alamedas fueron paseos característicos del mundo colonial en Hispanoamérica. Ya en el siglo XVII Lima y México contaban con su paseo aristocrático, la Alameda (Romero, 2014).
[5] Claudio Gay residió en Chile entre 1828 y 1843, período en el que realizó sus viajes e investigaciones contratado por el Gobierno chileno. El Atlas de la Historia Física y Política de Chile, compuesto por treinta volúmenes, se publicó recién en 1854 en París y los grabados fueron realizados por artistas parisinos en base a los dibujos de Gay, su esposa y Moritz Rugendas, entre otros (Villalobos, 2005).
[6] En este plan de obras se ignoró la propuesta de Ernesto Ansart, Jefe de Obras Municipales, que suponía destinar la parte central del paseo para la circulación de carruajes.