Resumen
Se explora la relación entre paisaje e imaginario de la Zona Centro de Tijuana (México), a partir de la experiencia espacial de sus habitantes. Se propone que las expresiones del imaginario del centro de Tijuana se pueden dividir en tres categorías complementarias entre sí: simbólica, cualitativa y referencial, destacándose las tensiones generadas por la transformación y deterioro de la Zona Centro. Se enfatiza además la debilidad del aspecto histórico monumental en la identidad espacial y las huellas traumáticas que han dejado la violencia y la inseguridad (sobre todo aquellas asociadas al narcotráfico y el secuestro) en el espíritu de la ciudad.
Palabras Claves
Imaginario, paisaje, Tijuana, centro histórico, subjetividad.
Abstract
This article explores the relationship between landscape and imaginary of downtown Tijuana (México), drawing upon the spatial experience of its inhabitants. It is proposed that the expressions of the imaginary can be divided in three categories that supplement each other: symbolic, qualitative and referential, emphasizing the tensions motivated by the transformation and decay of Zona Centro. The article also stresses the weakness of the historical-monumental aspect of spatial identity, and the traumatic traces that violence and insecurity (especially related to drug dealing and kidnaping) have left on the spirit of the city.
Keywords
Imaginary, landscape, Tijuana, oldtown, subjectivity.
1. Introducción
La tarde del 30 de diciembre de 2011 el gobierno municipal de Tijuana dio comienzo a la demolición de la cárcel municipal, popularmente conocida como «La Ocho». Antes de llegar al Año Nuevo, el edificio ya era escombros. Con esta acción, desaparecía uno más de los pocos inmuebles que en algún momento podría alcanzar la condición de patrimonio histórico de la ciudad. La acción del gobierno municipal puso sobre la mesa, de nuevo, la necesidad de proteger el patrimonio histórico de la ciudad. Pero a esto le antecede una pregunta aún no resuelta: ¿cuál es ese patrimonio, y por qué lo es?
Al abordar el tema de la identidad local en Tijuana tenemos que considerar tres variables muy importantes: que tiene apenas 120 años de fundación; su condición fronteriza, vecina de una cultura y economía tan poderosa como la norteamericana; y un factor conjugado con un prolongado aislamiento y lejanía con el centro del país. Hay que agregar también el impacto que la migración ha tenido en la región: las estadísticas demográficas muestran que desde su fundación, al menos el 50% de la población es nacida en otra parte del país o en el extranjero.
Tijuana es una ciudad del norte de México cuyos antecedentes se ubican en la segunda mitad del siglo XIX, luego del establecimiento de una ruta de diligencias ente California y Arizona, y posteriormente de una aduana, en cuyo derredor creció un pequeño asentamiento compuesto principalmente de comercios, que fue finalmente arrasado por una crecida del río Tijuana en 1891. Sin embargo, el 11 de julio de 1889 se reconoce como la fundación oficial de la ciudad, cuando se dio por concluida la disputa judicial entre los herederos de los esposos Santiago Arguello y Pilar Ortega por la posesión del rancho Tijuana, que fue dividido en tres partes. Dos fueron entregadas a las partes en conflicto y en la tercera se trazó un pueblo que llevaría por nombre Zaragoza. Esa traza corresponde a lo que hoy se conoce como Zona Centro.
Por décadas, la Zona Centro sería la ciudad misma, y luego el eje de una ciudad monocéntrica. Esta dinámica cambiaría con la urbanización del río Tijuana, desde finales de los sesenta, que culminaría con la construcción de la moderna Zona Río, donde se trasladarían los poderes públicos y las principales actividades comerciales. Junto con la Zona Río, entre los años setenta y el principio del nuevo siglo emergen nuevas centralidades urbanas (La Mesa, Otay, Mariano Matamoros, la Zona Este) que competirán con la Zona Centro y la desplazarán.
La Zona Centro enfrentó un paulatino declive que será evidente en las primeras del siglo XXI, mostrando condiciones de alarmante deterioro físico y social. La Zona Centro pasa por un proceso de transformación y despoblamiento, orientándose a actividades comerciales y de servicios. Si bien sus principales actividades son el turismo, los servicios médicos, el intercambio fronterizo y la zona de tolerancia, estas se encuentran en un momento de baja actividad, derivada de las condiciones económicas en Estados Unidos y el aumento de las medidas de control en el cruce fronterizo.
2. Los centros históricos
La figura del centro histórico permite estudiar el papel y la gestión de los espacios originarios como símbolo urbano y espacio de encuentro para los habitantes de la ciudad. En ese sentido, se coincide con Sahady y Gallardo (2004) al reconocer al centro histórico como un elemento relevante de la cultura urbana, factor de integración del habitante de la ciudad. Los centros históricos son constantemente intervenidos por distintos actores sociales; aún sin la presencia de un plan rector o alguna instancia que regule las intervenciones, la inercia de la vida urbana transforma al centro histórico en sus condiciones físicas y simbólicas. Cambian los habitantes y sus relaciones sociales, y cambian las historias que le interpretan y dan sentido.
Sobre las transformaciones espaciales, nos permitimos destacar la tesis de La muerte del centro histórico, de Fernando Carrión (2005), donde se establece que el centro deja de ser lugar de reunión para dar paso a los flujos, a la ciudad red, constituida por diferentes centralidades (espacios vinculados con un valor funcional, histórico y cultural), producto de los procesos de metropolización; y la aparición de espacios vinculados con la modernidad, la industria, la tecnología y la globalización.
Ante el desplazamiento del centro urbano como eje político-económico de la ciudad, queda a debate su papel en la construcción de un sentido de lugar mediante la apropiación simbólica que los sujetos hacen del mismo, factores que pueden aportar argumentos y estrategias para su protección y conservación. Ana Rosas Mantecón (2005) señala que al estudiar los centros históricos hemos de considerar tanto elementos tangibles (atributos urbanísticos y monumentales y sus condiciones materiales) e intangibles (actividades productivas, formas de vida y elementos de la cultura popular). En los centros históricos el sujeto participa de una relación plural en términos temporales e identitarios con una totalidad integrada: el símbolo, las transformaciones, la memoria y los significados.
Se concuerda con Borja y Muxi (2001) al señalar tres posibilidades de relación simbólicas entre los centros y el habitante de la ciudad: a) remiten al origen de una ciudad y; b) a los grupos sociales que lo construyeron, y; c) representan la identidad de una ciudad y sus habitantes por su valor histórico, urbanístico y arquitectónico. Se coincide también con Carrión (2005) en el apunte sobre tres posibilidades respecto de esta relación: a) simbiosis, punto de encuentro y sociabilidad; b) simbólico, en cuanto a contenedor y expresión de múltiples y simultáneas identidades, y; c) polis, espacio de disputa, en un sentido no sólo político sino civil. Cabe señalar que los centros históricos se enfrentan a problemas derivados de las actividades que ahí tienen lugar, así como de intereses de sujetos y actores sociales relacionados: gobierno, habitantes, propietarios, grupos de poder económico, comercio establecido y ambulante, transporte público, turismo, protesta social, actividades religiosas y cívicas, entre otros. Recogemos también su preocupación sobre los riesgos de una latente privatización de los centros históricos, lo que puede tener consecuencias en su valor social y cultural.
Si la transformación de la dinámica urbana le ha dejado al centro como principal función la construcción de sentido de lugar, es preciso identificar las principales definiciones que tiene el habitante de la ciudad sobre estos espacios, sin dejar de lado los principales propósitos e intereses actores responsables de su gestión.
3. Los imaginarios urbanos
La identidad espacial de la zona centro de Tijuana y su papel como símbolo urbano de la ciudad es el tema central de la de investigación de la que se deriva este artículo. El camino que escogimos fue el análisis de la representación que hace el habitante de la ciudad. Ese el sentido que aborda nuestro trabajo: las narrativas que expresan la relación de un sujeto con el territorio expresadas a través de los imaginarios urbanos.
Entendemos al imaginario como una expresión discursiva que nos permite explorar los diferentes mecanismos que inciden en la construcción cultural de un paisaje, atendiendo a los diferentes aspectos que construyen la complejidad del fenómeno urbano. Consideramos al imaginario un recurso para indagar en representaciones espaciales provenientes del sentido común, la memoria colectiva, el arte y los medios masivos de comunicación. Se le concibe como una proyección o manifestación de sentidos y significados sobre determinada realidad, individual o colectiva.
Desde la subjetividad, grupos e individuos construyen, interpretan y representan su realidad. Lindón (2007) retoma a Milton Santos, quien define al espacio como un hecho social e histórico que debe ser estudiado «desde la perspectiva del sujeto que lo experimenta». Hiernaux (2006 y 2006), Lindón (1999 y 2007) y Hiernaux, Lindón y Aguilar (2006) coinciden en señalar que estas construcciones son una abstracción constituida por una dualidad material e inmaterial. Lindón (1999) señala también la importancia de retomar la cotidianeidad y la acción individual para «pensar la realidad social» pues es mediante la subjetividad que el sujeto «ve, interpreta y actúa en el mundo […] La comprensión de la sociedad desde la subjetividad social, trae consigo la consideración del punto de vista del individuo como agente social, además de la concepción de la realidad social como una construcción siempre inconclusa, y en términos metodológicos supone la revalorización de la interpretación» (297).
Al igual que Hiernaux (2002), concebimos al imaginario como una representación espacial. Apoyándonos en una cita que hace de Le Goff, consideramos que nos permite acercarnos a la construcción de sentido al englobar «toda traducción mental de una realidad exterior percibida. El imaginario hace parte del campo de la representación. Pero ocupa la parte de la traducción non reproductora, no simplemente transpuesta en imagen del espíritu, sino creativa, poética en el sentido etimológico del término» (en Hiernaux, 2002).
El imaginario expresa las experiencias del espacio, partiendo de la significación y la subjetividad. En su noción integral de paisaje tanto como una entidad visible como representación, a la que denomina imaginario, el geógrafo Joan Nogué (2007) puntualiza que «el paisaje es, a la vez, una realidad física y la representación que culturalmente nos hacemos de ella; la fisonomía externa y visible de una determinada porción de la superficie terrestre y la percepción individual y social que genera, un tangible geográfico y su interpretación intangible». El sujeto se apropia y relaciona con el territorio a través de representaciones, significados y símbolos; los paisajes poseen una excepcionalidad o carácter único que se construye tanto de elementos morfológicos como simbólicos.
Se recurre a Gorelik (2004) para asumir el imaginario como «una reflexión cultural (por lo general, académica) sobre las más diversas maneras en que las sociedades se representan a sí mismas en las ciudades y construyen sus modos de comunicación y sus códigos de comprensión de la vida urbana». Así, vemos en el imaginario una forma de análisis de la cultura y la identidad de un lugar ligado a los estudios culturales y la comunicación.
Al igual que Nogué (2007), Silva (2006) considera que la ciudad se construye en lo simbólico, en la cultura urbana entendida como un patrimonio cultural, histórico y social. Para Silva (2006), el imaginario es una traducción de la ciudad a lo simbólico por medio de representaciones que van del mapa a la tecnología, la ciencia, el arte, la publicidad y los medios de comunicación. En el imaginario se reflejan las tensiones o dinámicas territoriales a las que está sujeta la ciudad: la convergencia o confrontación entre discursos institucionales y lo que llama «punto de vista ciudadano»; la recuperación de procesos eminentemente locales frente a otros de carácter global, deslocalizaciones, la división social del espacio y la presencia de la ciudad más allá de su territorio gracias a productos culturales. Silva (2006) no olvida que las lecturas del territorio, sus temporalidades, las formas de habitarlo, de marcarlo y representarlo son distintas dependiendo del grupo que lo refiera. A estas diferencias entre representación y simbolización de la ciudad, Silva (2006) las llama «lenguajes íntimos». En el miedo, la nostalgia o la moda (por citar algunos ejemplos), podemos identificar los procesos de «selección y reconocimiento» mediante los cuales un símbolo (el paisaje urbano) es construido o significado.
Siendo así, vemos en el imaginario: a) una forma de abordar un territorio desde la experiencia de los sujetos; b) una capacidad de sintetizar, mediante una rigurosa selección e interpretación de información, un territorio que es inabarcable por el individuo; c) la incorporación de experiencias encontradas, múltiples y diferenciadas, como factores generacionales, culturales y socioeconómicos, así como; d) en planos que van desde la experiencia directa, digamos en las calles o en los hogares, pero también a través de mediaciones que, definitivamente, participan en la construcción del significado de la ciudad. En suma, el imaginario es abstracción e interpretación de los elementos de una cultura urbana compleja, y muchas veces, fragmentaria.
4. Sobre el abordaje metodológico
En la construcción de esta interpretación se recurrió al análisis de 21 entrevistas realizadas a personas de distintas edades, características socioeconómicas y demográficas. Se utilizó un cuestionario cuyo propósito era construir un mapa de la Zona Centro y de la ciudad, partiendo de percepciones, emociones y construcciones socioculturales. Se buscó la mayor representatividad posible y una relación proporcional en las características de las personas entrevistadas. Para ello, se entrevistó a personas que tuvieran relación directa con el centro de la ciudad: que vivieran o hubiesen vivido ahí, que tuviesen propiedades o negocios, que trabajaran o estudiaran ahí. Es decir, que el centro formara parte de su cotidianidad y se sintiesen involucrados o afectados por los sucesos que ahí se desarrollaban.
Las edades de los entrevistados van de los 20 hasta los 90 años. La muestra se compone de residentes, comerciantes, profesionistas y trabajadores. Algunos de ellos son hijos o nietos de migrantes que nacieron y vivieron en la Zona Centro de Tijuana, otros son migrantes que llegaron a vivir a la ciudad y su punto de entrada y lugar de residencia temporal o definitivo fue la Zona Centro. Ello implica que sus actividades comerciales, profesionales o laborales están o estaban vinculadas con el lugar: comerciantes o hijos de comerciantes de la zona (el nieto de un librero, el administrador de hotel, la dueña de un café, el hijo de un propietario de una discoteca de la avenida Revolución, el miembro de una familia dueña de tiendas de discos y otros comercios por tres generaciones, el hijo de una familia que fabrica y vende artesanías para el turismo, un joyero), trabajadores (una costurera, un guardias de seguridad, un fotógrafo, un mesero y líder sindical), profesionistas (maestros de primaria y secundaria, artistas, un profesor universitario, un músico de bares y discotecas, un médico). Salvo dos casos, un nieto de migrantes españoles y un armenio, el resto de los entrevistados son de origen mexicano.
Se propone aquí una estrategia metodológica para analizar la relación sujeto/espacio, con el objeto de identificar representaciones y percepciones de un sector de la ciudad, distinguiendo tres dimensiones: referencial, cualitativa y simbólica.
– Referencial. Las formas en que el sujeto enuncia y describe elementos que le permiten ubicarse en el espacio, de carácter individual y colectivo. En esta dimensión se mezclan los otros dos campos (cualitativo y simbólico) al momento de reconstruir la historia del lugar, con el objeto de identificar los elementos que han determinado su configuración actual.
– Cualitativa. Proyecciones individuales que expresan tanto trayectos individuales como valoraciones cualitativas del paisaje: opiniones, impresiones, expresiones de emociones, sentimientos o sensaciones que refieren la calidad y habitabilidad del espacio.
– Simbólica. Proyecciones socioculturales colectivas, expresadas y difundidas por instituciones, por dispositivos ideológicos o el sentido común, que nos ofrecen indicios de categorías como el uso y la división social del espacio, de empoderamientos, de apropiaciones, arraigos, marginaciones o reivindicaciones de valores. Lo simbólico representa entonces la toma de posición del sujeto con respecto al o los grupos de los que participa, de los que concibe como «los otros» y en relación a su papel histórico en el espacio.
Analizando de esta manera nos fue posible entender de qué manera es habitado un espacio, atendiendo a las experiencias espaciales como actos integradores de lo material y lo inmaterial que desembocan en la construcción de sentido.
5. Principales hallazgos
La dimensión referencial, acotada al planteamiento de la imagen urbana de Lynch (1998), parte de las experiencias espaciales, los sitios de trabajo, de comercio, de educación y de vivienda; las trayectorias, las relaciones sociales; y los eventos que, por su trascendencia sobre el territorio local (procesos regionales, nacionales y locales) fueron registrados por la memoria. Esta dimensión es construida con miradas situadas en tiempos y posiciones distintas, que ofrecen coincidencias y diferencias, y arroja información sobre decisiones espaciales, individuales y colectivas. Se establece entonces una morfología de la zona a partir de la vida cotidiana y la distribución de actividades y sitios en cada una de estas calles. Además de la frontera con Estados Unidos como un límite inamovible pero también cambiante, un elemento interesante es el avance de la frontera urbana. Hasta mediados de los años cincuenta, la Zona Centro era considerada la ciudad. Los testimonios dan cuenta de la aparición de asentamientos, que marcan la paulatina expansión de la ciudad.
Al plano referencial se suman las percepciones ambientales de lugar. Los aspectos cualitativos, que también pueden ser llamados higiénicos, inciden en la aceptabilidad o deseabilidad de un espacio. En este caso, la transformación constante, la violencia y el deterioro son elementos que a nuestro juicio tienen un peso significativo en los imaginarios, y son proyección de preocupaciones sobre las condiciones del espacio urbano.
La percepción de deterioro de la Zona Centro se vincula también con la inseguridad y la violencia derivadas del secuestro y el narcotráfico. Lo anterior desemboca en la definición de la ciudad (en lo general) y la Zona Centro (en lo particular) como espacios de riesgo.
En la dimensión simbólica buscamos los elementos que apunten hacia una identidad espacial. Esto lo encontramos en tres factores: el sentido de pasado atribuido a construcciones y monumentos; la migración como un elemento de debate sobre la identidad local; y la vida nocturna y el consumo cultural como prácticas propicias para la apropiación del espacio, herederas del pasado turístico de la ciudad. El sentido de pasado es la representación de la Zona Centro como el principal símbolo histórico de la ciudad. Se construye a través de lugares, historias, personajes y monumentos. La migración es un tema de discusión que surge al momento de discutir la identidad local. Es polémico, pues abre la puerta a expresiones que reflejan las tensiones generadas por el intenso crecimiento urbano derivado de la migración, encontrando incluso discursos intolerantes y excluyentes.
La vida nocturna, con los diferentes matices y connotaciones que se le puedan atribuir (socialización, libertad, diversión, riesgo, ilegalidad e inmoralidad) es quizá la actividad que produce una mayor apropiación de la Zona Centro, en un imaginario que se alimenta de toda clase de relatos, experiencias y valoraciones morales. El consumo cultural es una derivación de la actividad turística característica de la avenida Revolución. Si bien no tiene el arraigo ni la fortaleza de la vida nocturna, sus referentes son cafés, restaurantes, boutiques, diferentes escenarios para la presentación de espectáculos, museos galerías, bares, cantinas y discotecas, tiendas de discos y librerías, entre otros tantos. Representa la aspiración de la transformación del espacio para la creación de espacios de convivencia y encuentro social.
5.1. Las tensiones espaciales
Queremos destacar en este análisis las tensiones generadas por la transformación y deterioro de la Zona Centro, reflejadas en el resto de las dimensiones del imaginario; la debilidad del aspecto histórico monumental en la identidad espacial; y por último, la violencia y la inseguridad -sobre todo aquellas asociadas al narcotráfico y el secuestro- que han dejado una huella traumática en el espíritu de la ciudad.
5.1.1. ¿Centro histórico?
En la dimensión simbólica de la Zona Centro se explora su relación con la historia local a partir de la imaginación histórica o la idea de un pasado a partir de la connotación histórica, monumental o arquitectónica atribuida a sus construcciones. Este significado sólo es parcialmente compartido, e incluso llega a ser negado. Se construye con relatos, personajes, descripciones y opiniones sobre los espacios y sus transformaciones. La cartografía de la memoria se extiende de los puntos principales a relatos más particulares, que parten de la perspectiva personal y los episodios de los que algunos entrevistados fueron testigos.
«Hay muchas historias. La catedral ha tenido muchos cambios, tengo fotografías de cuando era iglesia, a media cuadra estaban los Almacenes del Norte, yo trabajaba ahí. Nací en 1931, en el casino Agua Caliente, mi papá trabajaba ahí, era jefe de seguridad» (Arturo, 78 años).
Otros entrevistados sólo hacen una asociación general o incluso intuitiva. La connotación histórica se hace presente tan sólo por el factor de antigüedad. La idea de pasado es relevante, más allá de su validez formal, pues pone de manifiesto la necesidad del individuo de establecer una relación con la ciudad a través de símbolos a los que se atribuye una connotación histórica, llegando a señalar espacios tan sui generis como una pequeña tienda de abarrotes, la más antigua de la ciudad.
«Que ahora ya desbarataron el toreo de Tijuana, bueno, ni modo. Pero, teníamos o existe todavía la biblioteca del centro mutualista Zaragoza y la biblioteca de lo que fue el Banco Internacional en la calle Segunda y Revolución. Eran las únicas dos bibliotecas que había allá por los sesenta, que yo recuerde, porque son más viejas todavía» (Arturo, 78 años).
El imaginario histórico es alimentado por una iconografía difundida por medios de comunicación, por instituciones educativas y académicas, por comerciantes locales, ya sea en postales, calendarios o fotografías que adornan los muros de algunos comercios, e incluso por grupos y páginas en redes sociales. Al hojear un calendario elaborado por el Archivo Histórico de Tijuana, uno de nuestros entrevistados señala espacios como «el Distrito de Riego No. 2 de La Mesa de Tijuana […] el cerro Colorado […] la panorámica del frontón, de la avenida Revolución […] del centro de Tijuana, en 1930 […] la vista de la garita internacional en 1910».Ahí residen parte de las representaciones que construyen el sentido histórico de los espacios. En algunos casos (los menos), el imaginario es alimentado por la posesión de libros, fotografías, postales, documentos u objetos relativos a la historia de la ciudad.
«Entre mi familia y las cosas que me pedían los maestros. Entre las tareas que dejaban, eran casi parte del temario. Recuerdo que sí era parte de la clase. No recuerdo cuántas veces, o si era algo que me sonara mucho. Pero sí recuerdo que me pedían tareas de cosas acerca de la ciudad. No recuerdo que me hayan hablado del Juan Soldado, de la Faraona, eso más bien por mi familia, por libros que había en la casa. Una vez me pidieron una monografía de la ciudad de Tijuana, tenías que escoger un monumento, yo escogí el de la Torre Agua Caliente. Sabía que mi abuela había tenido que ver, después salió una entrevistilla y me acordé» (Arturo, 78 años).
La cara de la destrucción se encuentra el casino Agua Caliente y el Toreo de Tijuana (demolido en 2007) y otros puntos menos recordados (como los monumentos a la Madre, a la Raza o al Libro de Texto). Del casino Agua Caliente se denuncia el saqueo del que fue objeto a lo largo de los años, luego de su expropiación en los años treinta. Quizá por ser la pérdida más reciente, la Plaza de Toros es particularmente evocada. Destruida en el 2007, se señala tanto su valor histórico como su papel en la vida cotidiana de la ciudad y su importancia para el turismo.
«Podemos citar el Toreo, que ya no existe, era un monumento histórico, por la cantidad de gente que se concentró, era el centro de reunión de los tijuanenses. Los que realmente teníamos, éramos asiduos a la tauromaquia, hoy en día está la Plaza de Toros de Tijuana, pero no tiene el valor histórico de lo que estamos hablando. Ese lugar concentraba a muchísima gente y era el lugar donde nos podíamos juntar la gente de Tijuana. No la gente que transitaba esporádicamente por aquí, sino los que vivíamos aquí, era un punto de reunión» (Francisco, 55 años).
La otra cara de la moneda es la restauración del Antiguo Palacio Municipal, hoy Palacio de la Cultura, construido en 1929, que alberga diferentes instituciones culturales, entre ellos al Museo de Historia y al Archivo Histórico de Tijuana.
«Últimamente algunas autoridades municipales se acordaron que existía el antiguo palacio municipal y lo han redecorado, lo han arreglado pues, le han dado otra vida. Hay grupos cívicos que se está luchando por el centro de Tijuana, que no se pierda, es nuestra historia. Es lo que nos da una identidad como una ciudad» (Cruz, 76 años).
Preguntar si se considera que la Zona Centro encierra algún tipo de valor histórico abre la puerta a un debate. Para algunos es sencillo señalar el valor histórico de la Zona Centro y para otros es complicado encontrarlo, ya sea por la poca edad de las construcciones, por su deterioro o la alteración de su arquitectura y sus funciones. Al preguntar si se podía considerar al centro como un elemento representativo de la ciudad, las respuestas varían desde los que señalan que más allá de ser el punto donde nació la ciudad, se carece de otros atributos para que se le pueda otorgar ese valor o categoría al espacio. En otros casos, la denominación de histórico tiene un carácter más emotivo, expresión de apego o reivindicación de la ciudad. Otra posición pone en duda el valor histórico o representativo del espacio por la cantidad de cambios que los espacios del centro han sufrido, o por la falta de valor arquitectónicos en ellos.
«Es el origen de la ciudad, pero no creo que la represente. Creo que la ciudad no tiene un centro, es el centro histórico, pero es una ciudad excéntrica, como dicen las teorías urbanísticas, tiene varios centros que se les puede llamar centro por la importancia económica, habitacional… pero este centro que está en decadencia, este centro viejo tradicional, la Zona Río y algunos lugares están en decadencia, Otay, la 5 y 10 es un centrazo. Para mi gusto hay varios, pero este es el centro viejo, el centro tradicional. Tijuana prácticamente nace en el cruce de Revolución y Segunda» (Francisco, 55 años).
Se ponen de relieve las posibles debilidades o inconsistencias de los discursos históricos, por ejemplo, cuando es utilizado para establecer la diferencia entre el tijuanense «auténtico» u «original» y el migrante. También, intentos de presentar como propio de la ciudad elementos que quizá carezcan de ese valor formal y su propósito sea más utilitario que el de fomentar el sentido de pertenencia.
«Primero porque la ciudad no tiene tantos. A mí me molesta un poco la romantización de esa época. Se me hace chistoso que pongan la Leyenda Negra y enumeren lugares de la Leyenda Negra. No puede ser parte de algo que no represente, lo representa por lo lujoso pero no por lo que había atrás. Es como un doble juego, como damas de sociedad… no sé qué adjetivo ponerle» (Rafael, 40 años).
El deterioro de la Zona Centro, tema que hemos abordado en este artículo, influye en la valoración que se hace del mismo, restándole posibilidades como un significado compartido. Al mismo tiempo, se hacen reclamos que van dirigidos a autoridades, ciudadanos y propietarios.
«No creo, porque la historia la hace la gente que se queda, no la hacen los que transitan. Tijuana ha sido un puente, entonces el que pisa Tijuana y jamás vuelve no se vuelve a acordar, ¿dónde quedó su huella, o cuándo va a reclamar que dejó una huella?» (Francisco, 55 años).
En suma, podemos señalar que la idea o sentido de pasado, sea definible o difusa, asumida plenamente o con reservas, y mezclada con otros aspectos, permite al sujeto establecer una identidad del espacio urbano, tanto para sí mismo como para mostrarse a través de ella frente al otro. «Eso es lo que les pasa a las ciudades. El centro es algo que tienes que conocer de la ciudad. No sé si totalmente representativo de la ciudad, pero sí».
5.1.2. Ya tiraron el Toreo, ya cerraron el Dorian’s
La noción de cambio o transformación es una de las más evidentes en todos los testimonios. Al señalar la ubicación o reubicación de los límites urbanos, al elaborar una comparación entre la «ciudad de antes» y la actual, en todos los casos se hace hincapié en el rápido crecimiento de la ciudad, en las transformaciones, en la aparición y desaparición de comercios, en el deterioro de la Zona Centro.
La memoria señala una gran cantidad de cosas que «ya no están»: comercios, casas, personas. Es la diferencia entre el antes y el ahora. Por ejemplo, el declive de la avenida Revolución, la desaparición de comercios locales, la ausencia de los amigos. Los testimonios también reflejan el asombro que produce el crecimiento que la ciudad ha alcanzado. Un fenómeno asociado con la idea de cambio es la sustitución de comercios tradicionales y sus propietarios. Un comerciante señala la desaparición de tres empresas locales, Sara’s, MAS y Dorian’s, compradas por un corporativo nacional y sustituidas por franquicias de operadoras de teléfonos celulares y franquicias de tiendas departamentales.
En términos generales, la idea del cambio es negativa. Se le relaciona con la desaparición de las relaciones sociales, provocada por la supresión o pérdida de los espacios, por la ausencia de los conocidos y el deterioro de la zona, el descuido de la imagen urbana y los valores cívicos («Todo mundo tira basura, todo mundo escupe»), y el incremento de la inseguridad («Todos dejábamos nuestros carros en las calles con toda tranquilidad, jamás sabíamos que alguien se lo robara»). También tiene implícita la desaparición de la tranquilidad, del espacio, por el miedo: «Por nada del mundo iría al centro con mis nietas, ni lo pienso. Sin embargo a mi hija, chiquita me la llevaba a dar la vuelta. Tengo fotos donde está con Santa Claus, con los Santos Reyes» (Margarita, 62 años).
En términos demográficos, se acusa un proceso de despoblamiento relacionado con los cambios de uso de suelo residencial a comercial, la sustitución de casas habitación por locales comerciales. Un residente da cuenta del traslado de «los antiguos conocidos» a espacios menos públicos y más discretos para la realización del culto religioso. Esto es, el centro deja de ser el espacio articulador de las relaciones sociales.
«La gente se arreglaba para ir al centro. Se vestían, se ponían lo mejor que tenían, te ibas caminando tranquilo, te encontrabas a toda la gente, buenos días, buenas tardes. Se conocía mucha gente, el saludo y todo. Aunque no se conociera uno, era el saludo. Y era agradable, lo único que hacia uno, ir al centro a dar la vuelta» (Arturo, 78 años).
Cambio es también crecimiento urbano, un primer indicador es la salida del comercio de la Zona Centro a otras áreas. A medida que las necesidades de abasto se satisfacen en sitios cercanos a los espacios habitacionales o residenciales, el centro pierde preponderancia frente a nuevas centralidades. ¿Cuándo comenzó esta debacle? En los años ochenta, cuando la Zona Río se llevó el palacio municipal, los restaurantes y los bancos y se construyeron ahí mismo la Plaza Río y el Centro Cultural Tijuana.
Los testimonios señalaban como un indicador importante la urbanización del río Tijuana, la zona de Otay y La Mesa y el crecimiento de la ciudad hasta la actual frontera, en la Zona Este. Esto también puede ser traducido como la construcción de un espacio más o menos desconocido, el resto de la ciudad, a donde no se conoce a donde no se va, situación que varía en función del informante: «Ya no conozco Tijuana, son mil y tantas colonias. A mí pregúntenme de aquí, del centro. Tendría que agarrar un taxi todo los días, yo no conozco, conocí cuando estaba todo baldío» (Rebeca Herrera, 90 años). De este crecimiento se apunta la metropolización, que lleva la ciudad a otros municipio, «casas pegadas a Tecate», y la desaparición del paisaje natural: «El Guaycura está lleno de casas también, todo el arroyo, todo aquello. Tampoco había casas para el aeropuerto» (Consuelo, 89 años).
Resulta claro que ante las tensiones que generan dichos cambios, la entrevista permite al sujeto la reconfiguración del pasado como utopía, en evocaciones de relaciones sociales, de una supuesta tranquilidad social y económica y la ausencia de conflicto.
5.1.3. La ciudad se fue muriendo poco a poco. Espacio deprimido
Todo fue degenerando con el tiempo, la ciudad se fue muriendo poco a poco. Los valores que tenían la gente y la ciudad se fueron perdiendo. La gente no pudo, no supo cuidar la ciudad. No le dio el valor realmente que tenía. Empezó a venir mucha gente del interior y todo eso, como es frontera. Toda la gente que va y viene. Imagínese cuantos vienen por avión o por vía terrestre, son cientos de miles de personas. Es una ciudad difícil- Aparte por su estructura, unas colonias que uno ni se imagina. Los cerros y lo caro, todo es caro.
Jesús Camacho.
El 8 de noviembre de 2007, uno de los principales periódicos de la ciudad publicó un titular que rezaba «Está el Centro en decadencia». La nota, del periodista Daniel Salinas (2007) daba cuenta de un centro deteriorado, con falta de estacionamientos, sin áreas verdes, con vendedores ambulantes, delincuencia, una enorme cantidad de locales vacíos en la avenida Revolución y en las calles del centro, y jaladores en los establecimientos de la avenida Revolución. Con esto en mente, podremos hablar de la Zona Centro como un espacio deprimido, apelativo relacionado con los cambios en la estructura urbana, el deterioro, el hacinamiento y la erosión del tejido urbano y social.
«Es una vergüenza que nadie, absolutamente nadie, barre el frente de su casa o de su negocio. Y el gobierno jamás hace algo por promover este tipo de actividades, ejerciendo una ley que dice que uno debe tener limpio el frente de su negocio, de su casa. Y no se ejerce la ley» (Francisco, 55 años).
Los principales problemas identificados en testimonios respecto a la calidad del espacio urbano son temas como la recolección de basura, principalmente de las industrias y comercios establecidos en la zona, baches, vandalismo, graffiti, predios abandonados, picaderos, la saturación de automóviles particulares, taxis y autobuses que se traduce en tráfico y contaminación ambiental (smog y ruido), fugas de agua y gas, malos olores, orines y vómito en la vía pública, hacinamiento, vendedores ambulantes, publicidad y propaganda religiosa y política, actividades delictivas como asaltos y venta de drogas; la calidad de los servicios de los comercios establecidos, falta de estacionamientos, sanitarios y ausencia de áreas de descanso y áreas verdes, entre otros.
En esta condición del espacio deprimido incide la fealdad o violencia de la zona y el cambio en los hábitos de consumo de la gente, las consecuencias de la emergencia de nuevas centralidades. La memoria se remonta a escenas donde se resalta gratificación del conjunto visual: negocios, turistas, marinos uniformados, prosperidad.
Al imaginario del espacio deprimido también contribuyen los medios de comunicación, en el sensacionalismo y exageración de noticias de delitos y crímenes, así como otras proyecciones que se hacen de la ciudad, por ejemplo, en Estados Unidos, como una «probable área donde se concentre gente que puede afectar a los Estados Unidos, tránsito de terroristas. Aunque sabemos que eso no es real, es la promoción que se ha hecho en el extranjero» (Francisco, 55 años).
En la avenida Revolución, el espacio deprimido es la ausencia de viejos negocios y el fracaso de otros, como las boutiques Benneton, Guess, Levi’s o American Apparel. En su testimonio, el hijo de un propietario de espacios en la avenida Revolución habla de ciclos de bonanza y declive. Imagen idílica que se contrapone con el actual «turismo de a dólar, de bajo nivel». Otro, señala los costos que hacen imposible seguir operando bajo condiciones de crisis: renta, mantenimiento, salarios, seguro social, Infonavit (fondo de vivienda para trabajadores). Esto es, un déficit en la relación entre ventas, utilidades y costos.
El otro lado de la moneda son las posibles acciones que contrarresten esta percepción. Al mismo tiempo, se señala la necesidad de inversiones en el área: «En el Centro no ha habido un centro importante en años, una plaza o un negocio que pudiera levantar un poquito el lugar, está muy abandonado, como que la gente siente mucho desinterés». Se destaca la necesidad de acciones coordinadas, un plan de reactivación con la colaboración de los niveles de gobierno y distintos signos políticos. Entre las acciones que se señalan como necesarias se encuentra la educación vial, el fomento de valores cívicos, la reorganización del transporte público y el comercio ambulante, así como la recuperación de espacios, la diversificación y mejora de la oferta en todo el centro, pero particularmente en la avenida Revolución.
«Le aseguro que si en la Revolución ponen una buena taquería, grande, progresa. Porque al mexicano le gusta mucho la carne asada y eso. En la Santa Cecilia hay lugarcitos así pero yo digo una taquería en forma: aguas frescas, mesas, meseros bien arreglados, cosas de esas, es lo que le gusta a los americanos» (Jesús, 47 años).
Al mismo tiempo, algunos identifican, a pesar del deterioro, signos de mejoría evidente en espacios como el Pasaje Rodríguez en la calle Sexta y en la apertura de restaurantes de 5 estrellas en la avenida Revolución. Lo anterior, acompañado por la sobrevivencia de viejos negocios, o en la reapertura del Jai Alai como centro de espectáculos. Un ejemplo es un local que estuvo vacío por años y que vio fracasar diferentes negocios, hasta que fue ocupado por el restaurante Pop Dinner, que tuvo un éxito relativo hasta que cerró en septiembre del 2011. Si bien Pop Dinner cerró, otros espacios abrieron junto con éste, dando pie al fenómeno de la Calle Sexta: espacios de diversión para consumidores jóvenes locales.
5.1.3 Placas y malandros. Violencia e inseguridad
«Vea usted el periódico, todos los días. Ayer secuestraron a una señora, en la Zona Norte mataron a dos. Ayer y antier lo mismo. La semana antepasada [alguien] asesinó a un niño como de tres años porque no lo dejaba dormir, está tremendo» (José, 63 años).
El fenómeno de la violencia y la inseguridad puede ser interpretado en dos sentidos. En primer lugar, la Zona Centro de Tijuana es afectada por situaciones derivadas de delitos comunes u ordinarios. No nos referimos tanto a su magnitud o gravedad sino a su frecuencia y presencia en espacios urbanos como los centros, zonas residenciales, zonas turísticas y/o de tolerancia: asaltos, robos con o sin violencia, riñas, violencia intrafamiliar, incluso homicidios.
En medios de comunicación, a través de noticias y reportajes de nota roja, en declaraciones de actores involucrados en la gestión de nuestra zona de estudio, es frecuente encontrar noticias asociadas con este tipo de violencia: asaltos a comercios, a transeúntes y a turistas, picaderos en la Zona Norte, vendedores ambulantes, jaladores, venta de droga al menudeo, prostitución. Los testimonios identifican zonas de riesgo como las calles Miguel F. Martínez, Primera, Ocho, y otras zonas obscuras, sin iluminación, propicias para los asaltos. Incluso se han reportado agresiones sexuales a turistas en sitios de la avenida Revolución. El centro de Tijuana es, para algunos, sinónimo de ladrones y asaltos: «¿Vas al centro? Quítate el reloj, el anillo, llévate el dinero en una bolsa, fíjate por dónde vas» (Margarita, 62 años).
Narcotráfico y secuestro tatuaron la geografía de la ciudad. Estos dos fenómenos repercuten en las relaciones sociales, en las interacciones, en la pérdida del espacio público y en una combinación de emociones que van de la confusión al miedo. Crímenes violentos y enfrentamientos entre grupos armados o con los cuerpos de seguridad de los tres niveles de gobierno tuvieron lugar en diferentes puntos de la ciudad. Por ello resulta inevitable que el tema se haga presente en entrevistas, en observaciones y en la revisión de la prensa local. Existe una violencia asociada a acciones constantes e impactantes (decomisos de droga, asesinatos, enfrentamientos, secuestros, persecuciones, balaceras, ejecuciones, hallazgos de cadáveres en la vía pública, colgados, personas disueltas en ácido, amputados de algunos de sus miembros) difundidas ampliamente por medios de comunicación, acompañadas de rumores que las amplifican.
Una de las personas que brindó su testimonio para la elaboración de este trabajo se vio obligada a abandonar la ciudad en diciembre del 2009, debido a una amenaza de muerte y un atentado en su lugar de trabajo. Estos eventos quedan grabados en el imaginario y en las predisposiciones sobre el espacio urbano. Por ejemplo, los testimonios traen a colación eventos violentos recientes, como la balacera de «La Cúpula», un enfrentamiento entre delincuentes y policías en la delegación de La Mesa, que duró cerca de media hora (17 de enero de 2008), y que fuera intensamente difundido por medios locales y nacionales. Entre las imágenes mostradas, las más impactantes fueron las del desalojo de niños de un kínder cercano al sitio del enfrentamiento y las reacciones de los padres. Por su magnitud e intensa difusión, este evento provocó reacciones de miedo, sorpresa o histeria, así como rechazo y críticas por el manejo de la información y el uso de las imágenes. Asimismo, en los testimonios destaca la alarma que provoca la cercanía física y social que los sujetos establecen con los eventos de violencia, «en la colonia, a dos cuadras», ya sea como testigo, ya sea por la connotación cotidiana que van adquiriendo, ya sea dentro del propio círculo social, ya sea como víctima.
La policía es otro factor al que se atribuye un efecto negativo en la imagen de la ciudad: «La principal queja de los gabachos que han venido aquí es la policía y la seguridad que puede haber en la ciudad» (Pedro, 27 años). En diferentes contextos, se señala constantemente el abuso y corrupción policiaca, la extorsión y la prepotencia. Por ejemplo, el caso de un trabajador que fue arrestado todo un día por no portar papeles, o en el caso de vendedores de drogas que realizan sus actividades en la vía pública, sin ser molestados por la policía o el ejército, y que incluso llegan a imponer sus condiciones a comerciantes de la zona.
Al reconocer en la ciudad la magnitud del problema, también se hacen presentes preocupaciones por el manejo de la imagen de la ciudad en medios de comunicación nacionales. Hasta cierto punto, se es muy sensible a los fenómenos que puedan lesionar el buen nombre de la ciudad. Por ende, algunos testimonios intentan minimizar el impacto de los problemas que hemos mencionado. Por ejemplo, se comparan índices de criminalidad de otras ciudades, particularmente la Ciudad de México, señalando que la información exagera los eventos que tienen lugar en la ciudad, y omite otro tipo de información sobre la misma.
«En el noticiero de López Doriga jamás publican que en Tijuana se hacen trasplantes, cirugías de corazón abierto, que Tijuana fue el primer lugar en todo el noroeste del país en que se hizo cirugía laparoscópica, donde tenemos a los mejores oftalmólogos de todo el país. Eso no se habla en el radio o la televisión, pero sí se habla de que ejecutaron a un oficial y le dieron cien tiros. Eso habla del mercado que tiene que vender, el amarillismo con el que se manejan los medios de comunicación. Creo que hace falta más un conocimiento real» (Francisco, 55 años).
En otros casos, se considera que la presencia del fenómeno del narcotráfico es inevitable por la condición fronteriza. Esto hace que la ciudad pierda «su imagen de aquellos años» frente al fenómeno en sí, pero también ante la corrupción policiaca y gubernamental.
«Porque no quieren acabar con los narcotraficantes ni con los secuestradores. Primeramente porque no pueden y segundo porque no quieren. Porque dentro de las policías que forman los gobiernos municipales, estatales y federales está toda esa mafia. De ahí salen, es el nido de los criminales, la policía. Ve, observa lo que te digo, y verás que es cierto. ¿Qué hace un policía que se queda sin chamba, que lo corren porque quieren depurar a la policía? Se dedica al secuestro, al robo, ya saben cómo hacerlo» (Cruz, 76 años).
La violencia que se ha presentado en las ciudades de la frontera norte en los últimos años se hace presente en los imaginarios. Consideramos que esta no es una condición exclusiva de nuestra zona de estudio, sino de la ciudad en general. El fenómeno genera dos preocupaciones principales. La primera guarda relación con la imagen externa de la ciudad. La segunda, la más relevante para nosotros, con el distanciamiento del espacio urbano por su representación desde el riesgo y la violencia.
La consecuencia de los puntos anteriores es una retirada del sujeto, real o discursiva, del espacio urbano, motivada por el miedo o el desagrado. Esto es fundamental en la comprensión de lo que sucede con la apropiación simbólica del espacio, un espacio deteriorado, violentado, desgastado físicamente y socialmente, que ofrece pocas oportunidades de apropiación, desembocando en una identidad espacial pobre.
6. Conclusiones
Lo que encontramos aquí son las lecturas de un paisaje que hace quien mantiene con él una relación significativa. Al tiempo que se enuncian amenazas por el deterioro del tejido urbano y social, sin una regulación adecuada de los cambios, nos preguntamos entonces qué es necesario para que de un espacio se derive una experiencia espacial lo suficientemente extendida y generalizada entre los miembros de una comunidad. Debemos aspirar a la construcción de espacios que propicien la apropiación, la inclusión y la integración en los planos de lo tangible y lo simbólico.
En segundo lugar, hablamos de cómo se construye, difunde, mantiene o deteriora y desaparece un capital social que subyace en el tejido urbano y social. Capital y tejido dependen directamente de las acciones y las decisiones de los actores involucrados. En la medida que de esta triada se desprendan interacciones significativas, gratificantes y lo suficientemente equilibradas entre las partes, podemos hablar de un paisaje saludable. En caso contrario, a través de los indicadores identificados en el imaginario, sabremos cuáles son los aspectos que requeriría de algún tipo de atención e intervención.
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Artículo realizado a partir de la tesis Zona Centro de Tijuana. Paisaje e imaginario urbanos, del Centro de Estudios en Geografía Humana del Colegio de Michoacán, bajo la dirección de Virginie Thiébaut y Camilo Contreras Delgado. Recibido el xxxx, aprobado el xxxx.
Christian Zúñiga, Facultad de Artes de la UABC y la Universidad Iberoamericana. E-mail: fmroad@gmail.com