La palabra “carnaval” deriva del latín carnem levare, que quiere decir “llevarse la carne”, porque es la fiesta que anticipa la Cuaresma. En Italia, los carnavales adquieren distintos significados y formas de acuerdo a las características sociales y culturales de cada zona.
Tenemos, por ejemplo, el carnaval de Venecia, en el que cada individuo pone entre paréntesis su identidad para refugiarse en una máscara. Se despliega entonces un apasionante juego de ser/no ser/ser otro, mediante el cual los hombres pueden –sabiendo que no hay escape a la rutina- refrescar por un momento sus sueños en la melancolía. Por un corto tiempo, la máscara lo es todo y el nombre nada.
El mito es el foco de los carnavales de Viareggio, Putignano y Sicilia. En los primeros dos, especialmente en el de Viareggio, carros alegóricos recorren la ciudad. Bajo ellos se instalan grotescas figuras de papel-maché que simulan policías, hombres de negocios y mujeres del espectáculo, representando con ello el éxito y el poder. La gente en las calles se burla de ellas, consciente de que estas figuras pueden ser grandiosas, pero que su existencia es fugaz. La ciudad de Viareggio, de hecho, es un ejemplo vivo de la rueda del cambio y la permanencia, ya que nació como un pueblo hedonista perteneciente a la cultura etrusca, y hoy se levanta como una ciudad de negocios, nodo vital de una amplia y dinámica zona urbana.
En Ivrea, el carnaval es una representación dolorosa de las guerras civiles medievales. Las personas se arrojan naranjas unas a otras y después van todas juntas al hospital.
Por último está el carnaval de Manfredonia, que es más que nada un evento social: los estudiantes y los adultos desfilan y bailan a distintas horas. Al igual que en otras ciudades, los ciudadanos de Manfredonia se enmascaran, disfrazan y festejan, pero a diferencia de éstas, aquí no hay espacio para individualidades: el grupo lo es todo. El movimiento y la multitud son los protagonistas de la fiesta.
Texto traducido del inglés por Ricardo Greene F.