Santiago :
Desplazamientos
Textos: Diego Campos
Sociólogo y Editor Revista EURE
Imágenes: Juan Pablo Arias
Diseñador gráfico y fotógrafo. website. Email: jpabloarias1@yahoo.com
El viajero,como el espectador
de televisión, experimenta el mundo en términos narcóticos.
El cuerpo se mueve pasivamente, desensibilizado en el espacio, hacia
destinos situados en
una geografía urbana fragmentada y discontinua
Richard Sennett
Cuerpos, tiempos,
continuidades
Desde Johnny Carter, viajamos en colores y escribimos en blanco y negro; desde Guy Montag, viajamos siempre solos. Entre la acuciosa superposición de los instantes y la certeza de ser los únicos en advertirla vemos sucederse las estaciones, levemente diferentes según se mire a izquierda o derecha, siempre la misma si podemos mirar de frente y anticipar lo que vendrá. Entre la forzada ubicuidad del deslocamento y la conciencia repentina de último hombre, bajamos, subimos, llegamos. Nos hemos movido. Pero ni Carter ni Montag parecen notar que en realidad los desplazamientos nunca son los mismos: mientras afuera, arriba, la ciudad de los palacios va dejando paso al alba, algo ha cambiado también acá abajo. Hemos cambiado. No importa si nuestra geografía de destino es fragmentada y discontinua; el tiempo que engañaba al saxofonista o que agobiaba al bombero puede también cegar, por una vez, al sociólogo.
En la experiencia más vulgar de la que pueda haberse ocupado cualquier antropología, el tiempo transcurre ante todo sobre el cuerpo. Nunca el cuerpo estuvo menos pasivo
o desensibilizado que a varios metros bajo tierra y a setenta
kilómetros por hora; nunca sintió con mayor certidumbre los minutos y las horas, el momento exacto del día o de la noche. ¿Qué horas son, mi corazón? Lo sabremos siempre, al menos en este lugar: en el organizado caos de las estaciones en las horas punta; en Escuela Militar, Tobalaba, Pedro de Valdivia, Salvador y Baquedado, Universidad de Chile, Los Héroes, Estación Central, en el lento vaciarse del espacio hacia San Pablo; en la regularidad empírica que no se rompe en el sentido inverso. Al igual que en nuestras mitologías blancas y amarillas sobre la superficie de la ciudad, en las entrañas de ésta los desplazamientos toman forma en función del tiempo, y se ejercen infaliblemente sobre el cuerpo. Tiempos de viaje, de partida y de llegada, tiempos estacionales, diarios y ocasionales; cuerpos soñolientos, primero, agitados o cansinos a veces, agotados siempre al final. Ninguna cartografía urbana está del todo completa si no contiene la continuidad del cuerpo en movimiento.
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"Nunca el cuerpo estuvo menos pasivo o desensibilizado que
a varios metros bajo tierra y a setenta kilómetros por
hora; nunca sintió con mayor certidumbre los minutos y
las horas, el momento exacto del día o de la noche"
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Vistas diurnas, nocturnas,
ciegas
Al interior de los vagones no hay lugar para el flaneur. El reino del paseante se extiende sobre la superficie y más allá, en la engañosa amplitud de las cuadrículas verticales de cualquier ciudad. En el inframundo, en cambio, todos los cuerpos son bienvenidos, y a veces recompensados. La ciudad puede desnudar vistas insospechadas para quienes deben cargar con algo más que sólo pies y ojos; la ciudad se abre a veces a uno u otro lado de la ventana, obedeciendo siempre al tiempo y rodeando a todos y cada uno de los cuerpos y sus apéndices.
No es cierto lo que
se dice del viajero; no lo es al menos para aquel que ofrenda
su cuerpo en el desplazamiento. La experiencia narcótica puede ser el ethos del que mira sin ver: puede incluso ser una justa vindicación de la eternidad para el flaneur cansado. Pero para los miles de cuerpos en movimiento, dispuestos juntos en un orden imperfecto de una vez y para siempre, reclamamos la libertad cíclica del tiempo, el contacto y el cansancio, la mirada que se levanta en colores y que escribe en blanco y negro.