Cortázar
y los subtes
Juegos
de espacios y tiempos en los subterráneos de Buenos Aires *
Dhan Zunino S **
Resumen
El estudio de las representaciones que se construyen en la relación
sujeto- objeto urbanos permite reflexionar sobre el aspecto sociocultural
de la vida en las grandes ciudades. En esta línea, algunas obras
del escritor Julio Cortázar exponen de manera condensada un mundo
imaginario que da cuenta de la experiencia de los sujetos en los viajes
por el sistema de transporte subterráneo.
Considerando algunas pautas
socioculturales de larga data, como la experiencia del descenso (catavasis),
la ciudad arquetípica definida por espacios de pasajes, o la
representación de lo subterráneo como el mundo de los
muertos; interpretaremos el sentido que el sujeto moderno le otorga
a la experiencia de transitar bajo la ciudad. Este trabajo trata de responder
algunas preguntas con respecto a la subjetividad en estos medios de
transporte, a partir de la gestión empresarial privada en el
marco ciudades transformadas en la etapa del capitalismo global.
Palabras clave: Subterráneos – imaginarios – cuerpos - artefactos
urbanos
Abstract
The study of representations built upon the relationship urban subject-object, enables the reflection about the socio-cultural dimension of life in great cities. In this direction, some works of writer Julio Cortázar show, in a condensed way, an imaginary world that refers to the experience of individuals traveling by underground.
Considering some long-established socio-cultural guidelines, such as the experience of descending (catavasis ), the archetypical city defined by passageway spaces, or the representation of the underground as the world of the dead, we will interpret the sense that the modern subject gives to the experience of moving under the city. This article attempts to answer some questions regarding subjectivity in these means of transport, starting from private entrepreneurial management in the context of transformed cities, in the age of global capitalism.
Key words: underground, imaginaries, bodies, urban artifacts.
1.
La atracción por el
subterráneo es interesante. Ha sido utilizado en varias oportunidades
como escenarios de películas, comics, novelas y cuentos, pero
también como espacio significativo en el argumento de esas obras.
A veces como símbolo de la velocidad, como una máquina
fuera de control, el lugar de persecuciones donde los perseguidos pueden
huir entre una multitud indiferente. Otras veces supera el rol de mero
escenario para formar parte de las argumentaciones mismas del relato,
como la metáfora de un espacio-tiempo otro en la segunda parte
de Matrix (donde el protagonista no puede ser ubicado por el sistema
porque se encuentra fuera de las coordenadas) o como representación
del tiempo infinito en la película nacional Moebius. Para el
ensayista argentino Martinez Estrada tampoco fue ajeno este artefacto
a la hora de utilizarlo en sus argumentaciones contra la metrópolis,
como juguete de la ciudad donde lo usuarios no viajan sino que son trasladados
por una máquina que los convierte en autómatas.
Entre tantas interpretaciones,
en el siguiente trabajo realizaremos un viaje exploratorio a través
de distintos textos del escritor Julio Cortázar, buscando indicios
sobre los sentidos posibles que adquiere el subterráneo de la
Ciudad de Buenos Aires (“que los porteños llaman subte
casi como si le tuvieran miedo a la palabra completa y quisieran neutralizarla
con un corte desacralizador”, Cortázar 1996).
¿Cuáles son
las representaciones, experiencias, percepciones que se generan en la
relación que los sujetos tienen con los artefactos que hacen
a sus grandes urbes? ¿Conviven? ¿Se enfrentan? ¿La
cotidianidad nos hace ajenos a la curiosidad y nos invade la sed por
la novedad de nuevos y más modernos artefactos, mientras los
viejos y clásicos objetos que hemos creados se valorizan como
“antigüedad”? o ¿Aún podemos volver sobre
los mismos espacios y objetos para vivenciarlos de otro modo?
Cortázar parece ofrecernos
la posibilidad de desplazarnos, de fugarnos por momentos de la ciudad
concebida como una gran máquina producto de la razón instrumental.
El sujeto puede experimentar los artefactos urbanos como un juego de
pasaje a otros mundos.
2.
Sabemos que indagar las representaciones
de un solo sujeto puede llevarnos a un punto de vista tan particular
que no daría cuenta de una experiencia colectiva sobre la vida
urbana, al menos que lo que rastreemos sean aquellas trazas que lo ligan
a una cadena de significados que perduran en el tiempo por la fuerza
misma de la reproducción sociocultural.
En este sentido, la indagación sobre la relación entre
las representaciones y el artefacto urbano, no pretende convertirse
en un elemento más del acervo de estudios culturales que llenan
los pasillos de las academias o la secretaría de cultura de algún
gobierno municipal. Siguiendo la propuesta de Adrian
Gorelik (2004), entendemos que las investigaciones sobre el imaginario
urbano corren por un carril diferente al de la imaginación urbana,
de aquella visón proyectiva que nos pone frente a la pregunta
por el horizonte último de nuestras prácticas sociales
que hacen a la ciudad.
Este artículo en particular
no brindará más que un aporte al conocimiento de nuestra
cultura urbana, de nuestras ficciones sintetizadas en la voz de un poeta.
Sin embargo, cabe aclarar que este texto se inserta en un trabajo de
tesis donde una de las hipótesis principales apunta a esclarecer
esa relación entre representaciones y objeto urbano a principios
del S. XX, en tanto estrategia discursiva de una elite que utiliza al
subte como fundamento del progreso, la civilización y la modernización
de la metrópolis. La idea-imagen del progreso se ve consolidada
con la construcción de las obras del subterráneo y su
puesta en marcha, la modernización técnica avanza no sólo
como ventaja práctica que soluciona problemas urbanos como el
tráfico, sino como legitimadora del aquel discurso y consolidación
de un orden social.
Uno de los caminos de esta
investigación nos lleva a conocer qué impacto tuvo en
la literatura argentina la primera línea construida por la empresa
Anglo-Argentina en 1911 e inaugurada en 1913, lo que hoy se conoce como
la línea A. Quizás, autores como Roberto Arlt, en sus
columnas diarias del Diario El Mundo (1928-36), puede ofrecernos una
relación más clara entre imaginario urbano e imaginación
urbana, ya que cada uno de sus textos se constituyen en una critica
a la vida cotidiana de la urbe, a los sujetos que engendran, a sus prácticas
y representaciones. Aquí el subte aparece como un objeto que
fundamenta su discurso contra el Progreso. Una idea de proyecto de ciudad
se devela tras la crítica a la metrópolis moderna. Sin
embargo, en estos textos de Cortázar se torna más difícil
hacer esa lectura, no sólo porque –creemos- no es su intención,
sino porque su apreciación sobre los subtes lo acerca más
a un juego, al hombre que juega con el objeto, se pierde en él,
se atemoriza, y regresa.
Este corpus literario nos
acerca más a una reflexión sobre las condiciones subjetivas
en las grandes urbes, algo más parecido a las preguntas simmelianas
sobre Berlín del 1900 con respecto a la relación entre
el sujeto y el objeto (Simmel, 1986) y al imperio de la razón
instrumental, pero también al carácter de deriva que experimentaban
los situacionistas, o como lo dice Cortázar: a los surrealistas.
El primer dato importante,
es que Julio Cortázar es uno de los pocos autores que ha tematizado
el subterráneo en distintas obras, mientras que mucho se ha escrito
sobre los trenes, incluso sobre de los tranvías. Es evidente
que nuestra preocupación está puesta en aquello que no
se ve a simple vista -como escondites expuestos a la vista (Benjamín)-,
aquel espacio suburbano cuya condición subalterna no es el estar
en la periferia sino abajo. Ese otro espacio y tiempo, diría
Cortázar.
vuelve
al comienzo
3.
Demás está
decir que la modernidad se proyecta sobre las grandes urbes, la metrópolis
es su forma acabada, y la tecnificación es modernización
y eso verifica el progreso. Porque como se sabrá, la mentalidad
moderna y modernizante de principios de Siglo XX echó mano a
los discursos racionalistas, científicos y técnicos, basados
en el positivismo. Es por ello, que el dato empírico, lo concreto
o la materialidad, se vuelve fundamental para dar cuenta del poder transformador
del hombre; considerando además, el significado que tiene la
obra creada en tanto monumentalidad o cambios de la morfología
urbana que la acerca a las ciudades de los países centrales.
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Imágenes
del Subte de principios de siglo. Fuente: Diario La Prensa, 02/12/1913
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Esta relación entre
sujeto y objeto en el marco de un discurso modernizador basado en las
relaciones sociales capitalistas, nos indican que estamos frente a una
forma de ideología urbana que, en cuanto discurso que orienta
(en tanto coordenadas espacio temporales) la prácticas de los
sujetos, al tiempo que genera sus dispositivos para sujetarlo, configura
un sujeto ideal, un cuerpo dócil a las exigencias del mercado
y del orden político.
Los
cambios en la ciudad también significaron cambios en la vida
urbana, específicamente la introducción de nuevos aparatos
(en este caso de transportes) que requerirían de nuevas prácticas
y costumbres de sus usuarios1,
como así también una nueva experiencia en la percepción.
Desde el punto de vista de las elites transformadoras y de los técnicos
que actúan en distintos dispositivos del orden social, una de
las grandes preocupaciones era el control (y domesticación) de
la multitud.
Así se menciona la
inspección del Intendente de Buenos Aires, al segundo día
de inaugurado el subterráneo:
“El Intendente Municipal,
doctor Anchorena, estuvo ayer en el subterráneo y lo recorrió
durante una hora, observando el movimiento de los pasajeros y
la circulación de los trenes. Al regresar a su despacho,
llamó al director de tráfico, señor Paviovsky y
le expuso el deseo de que estudiara la forma de subsanar algunas deficiencias
que notó en el funcionamiento del tranvía. Parece ser
que la empresa está resuelta a organizar los servicios en la
mejor forma posible, no obstante tener presente que muchas de esas deficiencias
son causadas por la actual aglomeración de público.
Sin embargo, pasados los primeros días y una vez que el público
haya satisfecho su curiosidad natural, es menester normalizar las cosas
en forma de que el subterráneo llene el objeto para que ha sido
construido, es decir, para viajar cómoda, rápida y
fácilmente” (La Prensa, 1913b).
Para ello ofrece algunas
soluciones:
“Se debe procurar evitar
que el público viaje aglomerado en los pasadizos de los
coches, así como también que sube y baje por las mismas
puertas. Si se modifica la forma de ascenso de los coches, se conseguirá
también que las paradas sean cada vez más cortas, con
lo cual se ganará tiempo … es necesario acostumbrar
al público a que baje por una y suba por la otra, para evitar
aglomeraciones y pérdidas de tiempo”.
La ciudad que analizamos es la gran urbe
masificada, de constantes oleadas migratorias y en proceso de industrialización,
cuyo orden se basa en la circulación de flujos, bienes y cuerpos.
Al momento de la inauguración del subte de Buenos Aires, el Intendente
señala que la comunicación subterránea “suprimiendo
distancias y empelando velocidades desconocidas, nos permitirá,
no sólo economizar tiempo, sino ofrecer comodidades inapreciables
á las multitudes que se agitan nerviosas y activas
en el campo de los negocios” 2.
Como dijimos antes, se precisa
de una logística basada en la racionalidad instrumental, en el
cálculo de las frecuencias de los flujos, en la predicción,
en el control.
4.
Es
en el marco de esta ideología urbana que Cortázar, en
su cuento Texto en una libreta (1996), pondrá entre
paréntesis dicho orden basado en el racionalismo cuando introduzca
la falla en el cálculo del sistema de control de pasajeros, que
usan diariamente la Línea A de los Subterráneos de Buenos
Aires 3.
“El buen sentido sentenció
cuatro errores de cálculo, y los responsables de la operación
recorrieron los puestos de control buscando posibles negligencias”,
en uno de los días se produjo “lo inesperado”: contra
113.987 personas ingresadas, la cifra de los que habían vuelto
a la superficie fue de 113.983”. Luego de fuertes controles sobre
los trabajadores del subte, el error los llevaba a la explicación
de que lo que faltaban eran pasajeros. En otro día de control
“ciento siete mil trescientos veintiocho habitantes de Buenos
Aires reaparecieron obedientes luego de su inmersión episódica
en el subsuelo”. Cuando los controles parecían llegar a
la perfección, el día viernes excedía un pasajero.
Finalizado el control, la empresa no divulgó el resultado y atribuyó
las diferencias a errores de cálculo del personal o las máquinas:
“Los resultados anómalos no se dieron a conocer al público”.
El ingeniero que informa
al protagonista de este hecho, razona que el descenso del número
de pasajeros que regresan a la superficie es inferior al que descendió
por el fantástico hecho del desgaste que sufre la masa: “el
desgaste atómico previsible en las grandes multitudes”.
Tratada como una masa compacta, el sujeto multitud es aprehendido a
través de lo que podríamos denominar una visión
física de lo social. Ese desgaste de la masa se da por la fricción
o roce de los individuos que integran la multitud :
“Nadie ha contado jamás
a la gente que sale del estadio de River Plate un domingo de clásico,
nadie ha cotejado esa cifra con la de la taquilla. Una manada de cinco
mil búfalos corriendo por un desfiladero, ¿contiene las
mismas unidades al entrar que al salir? El roce de las personas en la
calle Florida corroe sutilmente las mangas de los abrigos, el dorso
de los guantes. El roce de 113.987 viajeros en trenes atestados que
los sacuden y los frotan entre ellos a cada curva y a cada frenada,
puede tener como resultado (por anulación de lo individual y
acción del desgaste sobre el ente multitud) la anulación
de cuatro unidades al cabo de veinte horas”.
Este razonamiento dejaba
sin explicación el hecho de que el día viernes haya aumentado
“la masa” de pasajeros, por ello se optó por explicar
que ése día en particular sí fallo el cálculo.
Esta excepción fue descartada pues ponía en quiebre una
explicación física de lo social, que asimila el fenómeno
de la multitud a una cosa, además tiraría abajo la posibilidad
de cualquier forma de intervención y de control a través
de una ingeniería social.
vuelve
al comienzo
5.
Ante este hecho el personaje
que narra la historia comienza a viajar en el subte de la línea
A y registrar sus observaciones. Corría el 1946 o comienzos del
‘47, dice, y como nuestro observador recorre los túneles
del subte en pleno verano, comenta: “me sorprendía irónicamente
mirando a la gente que me rodeaba en los asientos o se colgaba de las
manijas de cuero como reses en los ganchos”.
La aparición de cierta
condición de animalidad, o infrahumanidad, es frecuente en la
descripción de los pasajeros: “Hay ese olor a encerrado,
se oyen los frenos de un tren y después la bocanada de gente
que trepa la escalera con el aire bovino de los que han viajado de pie,
hacinados en coches siempre llenos”.
Describe cuerpos cansados
que regresan de trabajar (“yo apoyé la cara en el tabique
lateral, fingiendo el cansancio de los que vuelven del trabajo”),
que viajan apretujados en los trenes, en aquel espacio donde más
bien reina la indiferencia. Los cuerpos se rozan pero están muertos
(reses en los ganchos, como la carne en los mataderos). Primer indicio
de una identificación de lo subterráneo con el lugar de
los muertos, eco de un arquetipo de nuestra cultura.
A aquellos extraños
habitantes que ponen en jaque el control de pasajeros del subterráneo,
que poco a poco irá descubriendo el protagonista, los describirá
como “tan pálidos” porque nunca ven el sol.
“Algunas gentes”,
explica nuestro protagonista, “no eran simples pasajeros como
los demás”, “yo los distingo inmediatamente entre
la muchedumbre apretujada de las estaciones. Son tan pálidos,
(…) son tan pálidos y están tan tristes”.
En el mundo subterráneo
“todo transcurre en la noche, nada más falso y teatral
que los chorros de sol que irrumpen de los tragaluces entre dos estaciones,
o ruedan hasta la mitad de las escaleras de acceso a las estaciones”.
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Línea
A del subte de Buenos Aires. Autor: Dhan Zunino S. |
Cortázar comienza
a definir el espacio del subte comparándolo con la noche, por
ende con la oscuridad, en contraposición con otro tiempo, el
del día (sol) que implica un estado de vigilia, contrario al
sueño nocturno que luego será visto como pesadilla y sinrazón.
El espacio de lo bajo y la superficie están definidos por la
oscuridad y la claridad, no sólo en términos visuales
sino valorativos, lo que pone de relieve un sistema de ideas organizado
por un jerarquía donde se privilegia lo alto.
6.
Pero antes veamos cómo
se produce la catavasis, es decir, el descenso: “un descenso
progresivo y cauteloso al subte entendido como otra cosa, como una lenta
respiración diferente, un pulso que de alguna manera casi impensable
no latía para la ciudad, no era ya solamente uno de los transportes
de la ciudad”. Evidentemente lo que se experimenta es un cambio
no sólo mental (“antes de empezar realmente a bajar (no
me refiero al hecho trivial de circular en el subte como todo el mundo)
pasó un tiempo de reflexión y análisis”)
sino que involucra al cuerpo (“respiración diferente”).
El
autor traza la línea de pasaje entre lo alto y lo bajo donde
cambia el carácter de la ciudad y donde el artefacto “subte”
es más que un medio transporte. Otra ciudad puede ser descubierta
debajo de la superficie, con su “pulso”, es decir su ritmo,
su tiempo. Otro espacio, otro tiempo: “Cada vez que paseaba por
el tiempo”, “(…) solo, sobre todo de noche, sé
muy bien que nos soy el mismo que, durante el día, lleva una
vida común y corriente” 4.
Cortázar habla en
una entrevista sobre el “estado ambulatorio”, donde dejamos
de pertenecer al mundo ordinario, estado que lo pone en una situación
“privilegiada” como le gusta decir a los surrealistas. Esa
situación privilegiada “nada tiene que ver con las categorías
lógicas y los acontecimientos ordinarios”.
“En ese preciso momento
se produce el pasaje”, que también llama “el puente”
o “la ósmosis, los signos, los descubrimientos”.
Esta experiencia, explica el autor, en gran parte es lo que generó
en forma de novelas o relatos: puentes, pasajes.
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Línea
A del subte de Buenos Aires. Autor: Dhan Zunino S. |
Lo
curioso es que la ciudad puede ser definida a partir de los pasajes.
Ya en una de sus primeras representaciones, allá por el 1500
A.C. en Egipto, la ciudad era definida en un jeroglífico (Nywt).
El ideograma estaba compuesto por un círculo cruzado por dos
franjas que indicaban las calles. El círculo marca el muro, y
en la intersección de la calle y el límite de la ciudad
estaban los puentes. Los muros denotan la existencia de un adentro y
un afuera, es decir que configura un espacio protegido donde habita
una comunidad (un nosotros) 5.
La existencia de los puentes indican la comunicación, el pasaje
entre ese adentro y el afuera, como lo harán las puertas luego.
La casa será también un adentro y la calle el afuera.
En el cruce de las dos calles se marca el centro de la ciudad donde
se establece el templo, lo más alto, la comunicación vertical
entre lo algo y lo bajo.
Cortázar hace jugar
este arquetipo en el subterráneo de la ciudad, donde más
allá de la muralla está lo otro, la amenaza. Por ello
cuando baja al subte siente:
“un mismo sentimiento
de otredad que algunos vivimos como una amenaza que al mismo
tiempo es una tentación. Si bajar al metro representa para mí
una leve angustia, una crispación física que pasa en seguida,
no es menos cierto que salir de él significa cada vez una indefinible
renuncia, un regreso a la seguridad cobarde de la calle; como haber
soslayado una indicación, un sistema de signos acaso descifrables
si no se prefiriera casi siempre lo superficial”.
La significación
que adquiere el pasaje en este autor también implica la experiencia
de lo otro, pues el pasaje es un rito cultural que indica un cambio
de estado subjetivo:
“En Inglaterra y Estados
Unidos, las correspondencias (así se denominan en París)
se llaman cambios, y en mi país combinaciones.
Cualquiera de las tres palabras contiene cargas análogas, insinúan
mutación, transformación, metamorfosis. El hombre que
baja al metro no es el mismo que vuelve a la superficie; pero, claro,
es preciso que haya guardado el óbolo entre los dientes, que
haya merecido el traslado, que para los demás no pasa
de un viaje entre estaciones, de un olvido inmediato” (Cortázar,
en Bauer 1994) .
vuelve
al comienzo
7.
La regulación
del sistema se ha hecho carne en los sujetos que viajan, la repetición
del tiempo cotidiano (el hábito o la costumbre), como señalaba
Giddens, tiene un carácter circular, porque se repite hoy lo
que sucedió ayer y así será mañana 6.
Circulación es el imperativo categórico del tránsito
y la circularidad del tiempo el de la vida cotidiana, ambos marcan los
trazos del mapa urbano: “la enorme mayoría de los pasajeros
no hacen más que un viaje parcial. Como sólo volverán
a tomar el subte mucho después, entre treinta minutos si van
a una diligencia corta y ocho horas si son empleados u obreros”.
Sin embargo, la rutina también
tiene sus distinciones, aunque predecibles: “los domingos hay
otro tipo de pasajeros en el subte, y por eso cualquier tren es más
anónimo que un lunes o un viernes”.
Por ello el autor transforma
en el espacio subterráneo la dimensión del tiempo, no
sólo cuando utiliza la metáfora de la noche para hablar
del subte, sino cuando lo que cambia es lógica de la temporalidad:
"El metro fue siempre
para mí un lugar de pasaje. Me basta con bajar al metro para
entrar en una categoría lógica totalmente diferente…
categorías lógicas donde la sensación del tiempo
cambia. Descubrir bruscamente que, en ciertos estados de distracción,
en el metro, se tiene la impresión de que, se puede habitar un
tiempo que no tiene nada que ver con el tiempo que existe en la superficie,
una vez que salimos a la calle” (Bauer, 1994).
Este otro tiempo, que contiene
su propia lógica, es el que descubre el personaje de su cuento
El Perseguidor. Allí, un saxofonista de jazz pierde
su instrumento que había dejado debajo del asiento, se dio cuenta
de que lo había perdido cuando subía las escaleras, es
decir en el momento del pasaje a la superficie, porque viajar en el
metro, como hacer música, lo metía en otro tiempo o en
el mismo Tiempo: “yo creo que la música me metía
en el tiempo” (Cortázar, 1995).
“Esto
del tiempo es complicado, me agarra por todos lados”, dice Johnny
Carter 7, señalando que
el tiempo es total. “… yo meto la música en el tiempo
cuando estoy tocando, a veces. La música y lo que pienso cuando
viajo en el métro”.
“El métro
es un gran invento mi amigo, Bruno. Viajando en el métro
te das cuenta de todo lo que podría caber en la valija (en el
tiempo). A lo mejor no perdí el saxo en el métro,
a lo mejor... Un día empecé a sentir algo en el métro,
después me olvidé… Y entonces se repitió,
dos o tres días después”.
Lo que le sucede al personaje
es que experimenta un doble tiempo, mientras recuerda varias escenas
de su vida y cree que ha estado pensando en ello un cuarto de hora,
tan sólo ha pasado un minuto y medio.
“Entonces me vas a
decir cómo puede pasar que de repente siento que el métro
se para y yo me salgo de mi vieja y Lan y todo aquello y ceo que estamos
en Saint Germani-des-Prés, que queda justo a un minuto y medio
de Odeón”. “¿Cómo se puede pensar un
cuarto de hora en un minuto y medio?”
“Viajar en el metro
es como estar metido en un reloj: las estaciones son los minutos, comprendes,
es ese tiempo de ustedes, de ahora; pero yo sé que hay otro,
y he estado pensando, pensando…”
“¿Cuánto
hará que estoy contando este pedacito?”
Cortázar abre todo un mundo debajo de la ciudad, un mundo con
su propio tiempo, un mundo que adquiere fuerza cuando el tren transita
por los túneles, porque aún la aparición de las
estaciones siguen marcando coordenadas que ubican al sujeto. En cambio,
es en ese trayecto por el túnel oscuro donde el personaje experimenta
lo que llama “elasticidad retardada del tiempo”.
El autor cuenta su propia
experiencia de niño y la compara con la actual:
“Hoy sé que
el trayecto en subte no duraba más de veinte minutos, pero entonces
lo vivía como un interminable viaje en el que todo era maravilloso
desde el instante de bajar las escaleras y entrar en la penumbra
de la estación” (Cortázar, 1996b)
Junto a la diferencia de
temporalidades experimentadas, el autor nos indica el momento del pasaje
arriba-abajo: aquel instante donde baja las escaleras, y también
nos sitúa en otro espacio (adentro-afuera) indicado por la luz:
entrar en la penumbra. Allí se inicia la experiencia que describe
como “maravillosa”.
8.
Como indicamos, el cuerpo
se involucra de tal manera en el artefacto, que Cortázar asegura
que es posible viajar usando sólo el tacto:
“los que viajamos episódicamente
en el Anglo terminamos por poseer una memoria táctil del itinerario”
(...) “La costumbre les ha enseñado a dormir en los asientos,
pero sólo por periodos de un cuarto de hora como máximo”
(...) “la entrada en las pocas curvas de la línea nos dice
infaliblemente si salimos de Congreso hacia Sáenz Peña
o remontamos hacia Loria. En ellos el hábito es tal que despiertan
en el momento preciso para descender y cambiar de coche o de tren. Duermen
con dignidad, erguidos, la cabeza apenas inclinada sobre el pecho”.
Junto a la dimensión
a la memoria corporal o sensitiva como la táctil, también
el olfato puede convertirse en un medio cognitivo para establecer las
diferencias entre espacios distintos. Cortázar no sólo
entra en la penumbra, sino que puede “oler ese olor que sólo
tienen los metros y que es diferente en cada uno de ellos” (Cortázar,
1996b). En sus relatos aparece constantemente el sentido del olfato:
“En estos días
llego apenas a la boca de Lima, que es mi estación, huelo ese
olor caliente, ese olor Anglo que sube hasta la calle, Hay ese olor
a encerrado, (…) después la bocanada de gente que trepa
la escalera con el aire bovino de los que han viajado de pie, hacinados
en coches siempre llenos” (Cortázar, 1996a).
Sumado a los anteriores,
existe otro sentido que se desarrolla en los subterráneos, como
el oído:
“se oyen los frenos
de un tren y después la bocanada de gente que trepa la escalera;
oigo pasar los trenes” (Cortázar, 1996a), y “Como
hablar en esos vehículos es una tarea que exige incluso aptitudes
antropofágicas, guardamos un silencio que duró hasta estar
en casa..." (Cortázar, 1986)
Pero quizás lo más
interesante es que el autor marca otro modo en el que se da el pasaje:
la vestimenta. Estos habitantes subterráneos usan otra ropa,
el autor muestra el cambio de ropa como un pasaje:
“Otro duro episodio
de sus vidas es la ropa. Se desgastan los pantalones, las faldas, las
enaguas. Poco estropean las chaquetas y las blusas, pero después
de un tiempo tienen que cambiarse, incluso por razones de seguridad
tienen un depósito donde almacenan precariamente algunas prendas
y objetos para casos de emergencia, quizá para cubrir las primeras
necesidades cuando llegan los nuevos, cuyo número no puedo calcular
pero que imagino grande”
Es curioso que este mismo
recurso fue utilizado por el director de cine Luc Besson para una de
sus primeras películas: Subway. El film trata de un grupo de
personas que deciden vivir en el métro de París, entre
cuartos, cañerías, y otros espacios que integran la inmensa
red. Burlando la seguridad del métro, quien se transforma en
su principal enemigo, éstos sujetos salen durante al noche, horario
en que no hay nadie en el métro para vivirlo como su propia ciudad.
El protagonista y su pareja, al introducirse en ese mundo dejan sus
vestimentas y se visten con ropa de segunda mano o usada. Esta es una
de las transformaciones que los sujetos van tomando a medida que comienzan
a habitar el espacio subterráneo.
vuelve
al comienzo
9.
El
sonido se vuelve metáfora y el subterráneo comienza a
ser representado por ideas-imágenes que siempre lo asimilan con
una bestia, monstruo o animal mitológico: dragón, pulpo,
demonios, etc.: “luego el fragor progresivo, el tren dragón
rugiendo y chirriando…” (Cortázar, 1996a).
Otros relatos describen al experiencia del subte como “…El
alarido de diez mil demonios sobre el estruendo de las ruedas”
8.
Cuando el subte abandona
las imágenes de un sistema de transporte urbano, justo allí
donde la oscuridad del túnel parece indicar una puerta a la nada
o a otro mundo, un pasaje a la profundidad, el ruido y el calor del
tren asemejan el espacio subterráneo de la ciudad moderna al
infierno, develando así la presencia de un arquetipo sociocultural:
lo subterráneo es el espacio de los muertos.
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Excavación
del metro de Londres. Fuente: London Museum Transport |
Más relatos sobre
la primera experiencia en el subterráneo de Londres indican esta
constante:
“Hoy tuve mi primera
experiencia con el Infierno, y si el verdadero ha de ser como
éste, jamás volveré a hacer nada malo... cuando
llegamos a Moorgate, me hallaba al borde de la muerte por asfixia
y calor”.
“El próximo
fin del mundo se precipitará con la construcción de las
vías del metro, que penetrarán en las regiones infernales
molestando con ello al diablo”. (Dr Cumming, predicador,
tras enterarse de los planes de construcción de una vía
para el metro, en 1868). Cortázar
dice que: “Baudelaire hubiera aprobado ese congelado infierno
moderno” (1996b)
Por ello el protagonista,
como lo describe en Texto en una libreta, debe dejar los prejuicios
de que está habitando el lugar de los muertos, pero al descubrir
ese otro mundo, sus propios habitantes parecen muertos: sujetos pálidos.
“ Los nuevos son todavía
irreconocibles porque la decoloración de la piel es muy lenta”.
“Curiosamente, lo que
más me preocupó desde un comienzo fue llegar a saber cómo
vivían, sin que las razones de esa vida me parecieran lo más
importante. Casi enseguida abandoné una idea de vías muertas
o socavones abandonados”.
“…viven en el
subte, en los trenes del subte, moviéndose continuamente. Su
existencia y su circulación de leucocitos -¡son tan pálidos!-
favorece el anonimato que hasta hoy los protege”.
10.
Como hijos del transporte
urbano moderno éstos sujetos pueden desarrollar su vida subterránea
gracias a la indiferencia propia del medio, ya que en los flujos de
la circulación, en medio de la multitud, reina el anonimato.
De esta manera, estos personas pueden ir creando su propio mundo con
reglas, prácticas y orden.
“A veces bajan en Lima
o Perú y se quedan mirando las vitrinas del andén donde
se exhiben muebles, miran largamente los armarios y las camas, miran
los muebles con un deseo humilde y contenido, y cuando compran el diario
o Maribel se demoran absortas en los avisos de liquidaciones, de perfumes,
los figurines y los guantes”.
“También están
a punto de olvidar sus instrucciones de indiferencia y desapego cuando
ven subir a las madres que llevan de paseo a sus niños; dos de
ellas, las vi con pocos días de diferencia, llegaron a abandonar
sus asientos y viajar de pie cerca de los niños, rozándose
casi contra ellos; no me hubiera asombrado demasiado que les acariciaran
el pelo o les dieran un caramelo, cosas que no se hacen en el subte
de Buenos Aires y probablemente en ningún subte”.
Es interesante la tensión
que introduce el autor, pues estos sujetos pálidos pueden romper
con la “distancia y el desapego” propio de la disposición
de los cuerpos en el vagón del tren:
“Algunos investigadores
urbanos como Richard Sennett rastrean los orígenes del ferrocarril
para comprender la disposición de los cuerpos en estos sistemas
de transporte. Allí, el cuerpo viaja mudo, ajeno, y la distancia
con el otro se hace constitutiva de la sociedad urbana.
El vagón del ferrocarril,
lleno de cuerpos apretados que leían o miraban en silencio por
la ventana, marcó un gran cambio social que se produjo durante
el siglo XIX: el del silencio utilizado como una protección de
la intimidad individual (...) la gente comenzó a considerar un
derecho personal el que los extraños no la hablaran, a ver las
palabras de un extraño como una violación. Antes de la
aparición del transporte de masas, señaló el sociólogo
Georg Simmel, rara vez se había visto obligada la gente a ir
sentada junta en silencio, simplemente mirando un tiempo prolongado”
(Sennett, 1997, pgs. 366/67).
Sin embargo, las propias
experiencias del autor demuestran aquellos pequeños acercamientos
de los cuerpos, que se transforman en verdaderos acontecimientos:
“El día en que
me tocó viajar de pie en un vagón atestado, y una mano
de mujer joven se apoyó sobre la mía y permaneció
allí durante una fracción de tiempo que rebasaba lo normal
antes de retirarse al otro extremo de la barra mientras su dueña
se excusaba con un gesto y una sonrisa, ese mínimo episodio alcanzó
una intensidad de la que hubiera carecido totalmente en un autobús,
por la simple razón de que los protagonistas habrían estado
más ocupados por su entorno, el roce de sus manos no
habría tenido esa sutil transmisión de fuerzas, esa electricidad
musgosa que me llegó tan a lo hondo” (Cortázar,
1996b).
11.
Los relatos de Cortázar
están escritos en primera persona y en principio sus descripciones
podrían ser tomadas como una experiencia subjetiva individual.
Lo cierto es que, en primer lugar, lo que describe son dos mundos distintos
en una misma ciudad a los cuales se accede transitando los pasajes que
conectan la superficie con lo bajo, eso sí, de una manera no
convencional. En segundo lugar, quizá lo más importante,
es que el propio relato en primera persona devela un sujeto que transita
entre esos dos mundos, un sujeto ambivalente que necesita racionalizar
sus experiencias para narrarlas al lector.
El sujeto de la enunciación
es el pasaje mismo, el puente que comunica entre mundos y la posibilidad
de darle un lenguaje a una experiencia cultural colectiva y urbana.
El narrador lleva la marca de que ha pasado por otro mundo, y toda la
seguridad del mundo urbano (de la superficie) comienza a fallar…
El protagonista de Texto en una libreta, teme, vomita, se paraliza,
ya no cumple con la impronta de la circulación:
“He pasado una hora
en el café sin decidirme a pisar de nuevo el primer peldaño
de la escalera, quedarme ahí entre la gente que sube y baja,
ignorando a los que me miran de reojo sin comprender que no me decida
a moverme en una zona donde todos se mueven”
Una vez descubierto ese mundo
subterráneo, el protagonista dice:
“…entonces empecé
a tener miedo de bajar”;
“un lento calambre en el estómago cada vez que llegaba
a una boca del subte”
“… la tranquilidad de estar en la superficie y en un lugar
neutro me llena de una calma que no tenía cuando bajé
hasta el quiosco”;
Bruno ve a su amigo, Johnny
Parker, como perdido ante el relato de su experiencia del tiempo, y
su amigo le insiste:
“La verdadera explicación
sencillamente no se puede explicar. Tendrías que tomar el métro
y esperar a que te ocurra”. Bruno piensa “Sonrío
lo mejor que puedo, comprendiendo que vagamente que tiene razón,
pero lo que él sospecha y lo que yo presiento de su sospecha
se va a borrar como siempre apenas esté en la calle y me meta
en mi vida de todos los días”.
Habrán notado que
muchas veces aparece marcado el pasaje (entrar, salir, bajar, subir,
meterse), el sujeto configura el espacio en el que vive, da cuenta de
él, pero también está valorizado, es un espacio
producido ideológicamente y que da cuenta de un orden de cosas.
Si por un lado, el mundo de la superficie es ordenado, también
ordinario, mientras que abajo suceden experiencias extraordinarias pero
que también producen temor, pone en jaque mucho de lo aprendido.
“… como una fascinación
que el viajero presuroso y funcional rechaza, hay la llamada más
profunda, la invitación a quedarse, a ser metro. Es
una vez más la atracción del laberinto, recurrente mäelstrom
de piedra y de metal. Lo insólito se da allí como un reclamo
que exige la renuncia a la superficie, la recodificación de la
vida. Pobres Elíseos atenazados por la urgencia de los horarios
y las citas, los viajeros se tapan los oídos con cualquier cosa,
el diario que leen entre las estaciones, las tiras cómicas, la
contemplación vacua del vagón o del andén. Algunos
sin embargo oyen el canto de las sirenas de la profundidad, y yo he
aprendido a reconocerlos; son los que mientras esperan un tren dan la
espalda a la estación y miran perdidamente la hondura tenebrosa
del túnel” (Cortázar, 1996b).
vuelve
al comienzo
Final del juego
“La noche bajo tierra!”,
como dice Cortázar, posee sus propios códigos, habitantes,
relaciones y prácticas. Es un mundo en sí mismo que permite
construir una contraimagen del mundo de la superficie, o acaso podríamos
decir, superficial. A este mundo se accede por un movimiento de descenso
que marca el pasaje a otro tiempo y espacio, pero cabe decir que el
subte es un constante pasaje sin un punto de llegada, su única
salida es el ascenso a la superficie.
Sobre la base de un artefacto
urbano tan sistemático como el subte (subte-reloj: “Pasajeros
y trenes se mueven dentro de la misma relojería predeterminada”),
el autor ha jugado con el tiempo y ha roto con la regularidad creando
una poética de la transformación o el pasaje, o inclusive
de lo que los situacionistas denominaban la deriva. Sin embargo, debemos
advertir como el mismo autor lo hace, que el subte presenta una trampa
para sus usuarios.
Para Cortázar, “a
diferencia de la marcha en la calle, donde las opciones y la vigilancia
son incesantes, basta iniciar el descenso para que una mano invisible
se apodere de la nuestra y nos lleve sin la menor posibilidad de elección
hacia el destino prefijado”. En este espacio subterráneo,
el autor experimenta la libertad “cuando las potencias de la superficie
se adormecen y puede suceder que accedamos a otros niveles; al liberarnos
de la libertad, el metro nos vuelve por un momento disponibles, porosos,
recipientes de todo lo que la libertad de la superficie nos priva, puesto
que ser libres allá arriba significa peligro, opción necesaria,
luz roja, cruzar en las esquinas mirando del buen lado” (1996b).
Deberíamos advertir que este estado de no vigilia también
puede ser aprovechado por la “mano invisible”, pero del
mercado.
Las disposiciones de las
sombras y las luces en el subte dirigen indefectiblemente la mirada
de los sujetos.
“Los carteles de publicidad
duran interminablemente, y acaso nadie se da demasiado cuenta de su
renovación periódica. La luz y el aire tienen siempre
la misma consistencia, todos hemos leído cientos de veces las
mismas leyendas, advertencias, prohibiciones y consejas municipales,
y las seguiremos leyendo porque los ojos se mueren de hambre en el metro”.
El metro
es como el teatro, el cine, dice Cortázar 9,
y “como en el teatro y en el cine, en el metro es de noche”.
Esta situación denota la fuerza del artefacto por sobre el sujeto,
la posibilidad de dirigir la mirada a aquello que está iluminado:
las publicidades.
En la actualidad se han dispuesto
varios dispositivos que envuelven al sujeto de publicidades y mensajes,
desde televisores, afiches, parlantes, hasta las paredes y techos de
las escaleras eléctricas, las puertas y las ventanas de los vagones
son cubiertas de afiches pegados a los vidrios con alguna nueva película
de Disney o una marca de teléfono celular. El efecto envolvente
convierte al espacio subterráneo en una totalidad discursiva
que parece estar lejos de la deriva y la libertad con la que Cortazar
describe sus experiencias.
“En 62, Modelo
para armar, muchos episodios fueron vistos y escritos alucinatoriamente,
y el metro instaló también allí su aura de excentración
y de pasaje; eso me explica ahora el episodio del descenso de Hélène
y su contemplación de los carteles publicitarios antes de su
encuentro con Delia. En esos días yo había sentido con
mayor fuerza que nunca el efecto del cambio de escala en esas caras
y esas manos enormes que desde las paredes del andén de la estación
Vaugirard proponían muros de quesos o vacaciones en México.
Ya en la superficie seguía viéndolos como una especie
de corrección de la realidad que pretendía rodearme y
moldearme y someterme a su pretendida escala de formas y valores; de
golpe esas imágenes monstruosas, esas uñas y esos dientes
agigantados por el ansia de la sociedad de consumo, se me volvían
positivos, me ayudaban a desconfiar de lo usual y lo fácil y
lo presabido”.
Estas experiencias de desfazajes,
bien podrían ser leídas como tácticas en el sentido
que las trabaja De Certau. El sujeto traza sus propios garabatos en
el texto (ciudad) dado, ya que el proceso de recepción es un
proceso también de producción y no de mera pasividad del
receptor. Pero ocurre que siempre es conveniente contextualizar históricamente
de qué ciudad y qué experiencias estamos hablando. El
ensueño, la irrealidad, el imaginario, la memoria, han sido recursos
que se han contrapuesto a un orden social basado en la técnica
que convertía a los sujetos en autómatas. Desde Nieztche,
Freud, pasando por Benjamín, los surrealistas, los situacionistas
o el mismo Cortázar, esa dimensión del hombre moderno
racional ha sido puesto entre paréntesis.
Hoy, sin embargo, sostenemos
que estamos en un capitalismo basado en el deseo, en una sociedad de
consumo al que se accede de manera fragmentaria, ya no es la ciudad
industrial mecanicista basada en la integración social. Los estímulos
visuales se imponen sobre otros y el espacio privilegiado del subte
permite dirigir las miradas atraídas por la luz.
Las estrategias de las empresas
de subterráneos se basan en una “humanización”
del medio. Metrovías está
actualmente desarrollando el Programa de Acción Cultural "El
Subte Vive 2004", con el objetivo de humanizar a la Red
y generar para los pasajeros un entorno que trascienda el solo
concepto de transporte público y tocar el espíritu
y corazón de quienes utilizan el sistema. Un proceso que
hecha mano de lo “cultural” para afianzar la relación
entre empresa y usuario, donde buscan identificarse con el pasajero
construyendo un espacio discursivo donde empresa y usuario son lo mismo
(idénticos).
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Imagen de la
campaña "El Subte vive 2004". Fuente |
La imagen asimila
el cuerpo al artefacto como si fueran lo mismo. Autor: Dhan Zunino.
Fotografía tomada en el subte de Buenos Aires. |
En este sentido, cuanto más
se transforme el subte en un juego seguramente garantizará una
mayor atracción hacia ese medio de transporte urbano que compite
con los de la superficie. Hoy, los cuentos de Cortázar, pueden
ser leídos como una gran promoción del subte. Muchos de
los objetos de consumo necesitan leyendas, historias, imágenes
o letras de artistas para legitimarse ante el público consumidor,
y las de Cortázar no serían nada despreciables.
El capitalismo es alucinatorio,
decía el filósofo esloveno Slavoj Zizek, por eso mismo
los relatos de 62 Modelo para armar aportarían más
a una campaña publicitaria de la empresa que a un estado de libertad
del usuario. Así los ruidos insanos e insoportables de los subtes
de Buenos Aires, se transforman en rugidos de dragones y en fantasías.
La salida por el lado de lo imaginario evade las responsabilidades de
una ciudad segura y vivible, como así también acrecienta
las ganancias de las empresas que están empeñadas a no
ofrecen un solo un medio de transporte, el subte se ha convertido en
un dispositivo de consumo.
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Imágenes
mitológicas usadas en al primera campaña de Metrovias |
Las estaciones parecen verdaderos
shoppings, con las tarjetas de viaje también pueden
realizarse compras en diferentes comercios, recibir descuentos en los
cines, restoranes y teatros, y hasta funcionan como tarjetas de crédito.
Ya no se viaja en subte, se consume subte.
¿Será posible
aún extraviarse por el gigante ojo negro de una niña (que
parece un túnel), estampada en un inmenso afiche en la pared
ondulada del andén de un subterráneo? ¿Seguirán
fallando los controles de pasajeros y no se deberá a un error
de cálculo? ¿Será posible vivir otro tiempo?
Querido Bruno: “La
verdadera explicación sencillamente no se puede explicar. Tendrías
que tomar el métro y esperar a que te ocurra”.
Referencias bibliográficas
Ariza, L. y Zunino, D. (2004).“Luces
y sombras en el Subte de Buenos Aires. Una aproximación crítica
a la construcción ideológica de la mirada”, VI
Jornadas de Imaginarios Urbanos, CEHCAU-FADU-UBA.
Cortázar, J. (1986) Divertimento.
Buenos Aires: Editorial Sudamericana.
__________ (1994) 62 Modelo para
armar. Buenos Aires: Editorial Sudamericana.
__________ (1995) "El Perseguidor",
en Cuentos Completos I. Madrid: Alfaguara.
__________ (1996a) “Texto en
una libreta”, en Queremos tanto a Glenda. Buenos Aires:
Alfaguara.
__________ (1996b) "Bajo Fondo",
en La Jornada semanal. México: UNAM.
Gorelik, A. (2004)."Imaginarios
urbanos e imaginación urbana: para un recorrido por los lugares
comunes d elos estudios culturales urbanos". bifurcaciones,
revista de estudios culturales urbanos, núm. 1, verano
2004. World Wide Web document, URL: <www.bifurcaciones.cl/001/Gorelik.htm>.
ISSN 0718-1132
Sennett, R. (1997). Carne y Piedra.
Madrid: Alianza.
Simmel, G. (1986). “Las grandes
urbes y la vida del espíritu”, en El individuo y
la libertad. Ensayos de crítica de la cultura. Barcelona:
Península.
Filmografía
Bauer, T (1994). Cortázar.
Documentos en la prensa
La Prensa (02-12- 1913a).
“Inauguración del tranvía subterráneo. La
ceremonia oficial”, Buenos Aires.
La Prensa (04-12-1913b).
“El tranvía subterráneo: gran afluencia de viajeros”,
Buenos Aires.
Las ilustraciones y los comentarios asociados a ellas no son parte del artículo original, y su responsabilidad es exclusiva de bifurcaciones
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