De mitos y espejos:
Las ciudades de Gonzalo Garcés
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Por Diego Campos y Ricardo Greene
email: revista@bifurcaciones.cl
Gonzalo Garcés es un escritor argentino que vive en París. Autor de las novelas Diciembre (1997), Los impacientes (2000, Premio Biblioteca Breve Seix Barral) y El futuro (2003), colabora habitualmente con diarios y revistas culturales, y dicta clases y conferencias. Así, Garcés también es un viajero que sigue el itinerario de su oficio. En uno de sus últimos desplazamientos al país su padre, tuvimos la oportunidad de encontrarnos y conversar sobre ciertos destinos recurrentes en este itinerario: Buenos Aires y Santiago. Hablamos de mitos nacionales y aspiraciones citadinas, de miradas y ocultamientos en estas ciudades que pueden ser tan semejantes como dispares; dos de las ciudades de Gonzalo Garcés.
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Ricardo Greene (RG): En un artículo tuyo que se publicó en El Mercurio comparabas Buenos Aires con Santiago, refiriéndote a esta última como una ciudad más “material”, versus la condición porteña de ciudad “imaginaria”. ¿Crees que a raíz de la crisis argentina Buenos Aires se ha vuelto más material?
Gonzalo Garcés (GG): Yo supongo que a alguna gente en la Argentina, que ha vivido la crisis, lo que tu dices les parecerá una herejía, pero mi sensación –y es una sensación no sólo subjetiva, sino marcada por el hecho de que yo no resido en Argentina hace mucho tiempo y voy de visita-, es que el amor de los porteños por las apariencias no ha disminuido un ápice con la crisis. En otras épocas había más recursos para crear ilusión, los edificios se hacían en piedra, cubrían grandes avenidas, y entonces Buenos Aires podía jugar a ser París o una gran capital europea. Era como un gran teatro, pero de materiales sólidos y hecho a gran escala.
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Stencil en Palermo |
Hoy en día, con la crisis financiera, y con el hecho de que no son los fondos públicos los que se destinan a crear esta ilusión, sino privados, sucede que todo tiende a ser a escala de pequeña empresa, como fue el caso del capitalismo hiper-individualista de los años noventa. Y entonces, por ejemplo, con crisis y todo, Palermo Hollywood, en el barrio de Palermo, estos últimos años tuvo una especie de proliferación de bares, restaurantes, pubs y lugares de salida. Pero tú entras en cualquiera de esos lugares y ves que hizo falta una cultura de la imagen muy fuerte para producirlos, porque, para bien y para mal, en otras ciudades, incluso Santiago, no sucede algo así; hay un cuidado puesto en las apariencias, en el refinamiento, en la creación de atmósferas destinadas a hacer sentir a quien entra allí que realmente ha cambiado de ámbito, de país... La energía de los argentinos o de los porteños siempre está volcada de un modo pasional en la imagen y la creación de ilusión, insisto en eso. Y eso se ve desde la manera que tienen los negocios y las tiendas de arreglar sus vitrinas, hasta lo que es la avenida Nueve de Julio... Estamos hablando de momentos históricos distintos y todo, pero para mí todo forma todo parte de lo mismo. Y también, por supuesto, la manera de ser, la conversación argentina, los temas banales de conversación, siempre están centrados en la imagen. Cuántas veces me pasó que he llegado a Buenos Aires, viviendo ya fuera de Argentina, y la primera pregunta que me hacen es: “¿Y allá, cómo se visten? “Y allá”... “Allá” es una palabra muy importante del imaginario argentino. “Allá” quiere decir el exterior encarnado por Estados Unidos y Europa.
RG: No es cualquier “allá”... No es Santiago, por ejemplo.
GG “Allá” claramente nunca va a significar ni Santiago, ni Zanzíbar ni Líbano. Siempre allá es Nueva York y París.
RG: Es decir, ese “allá” adonde queremos ir, que queremos ser.
GG: Exacto. Recuerdo que un falso taxista le hacía una cámara oculta a una pasajera que se subía, y de repente de la parte de atrás salía una mano y le tocaba el hombro a ella... ¿Y cuál fue la reacción de la pasajera? Mirar la mano y decir: “Uh, que bárbaro, ¿lo trajiste de allá?”. Lo trajiste, obviamente, de Estados Unidos o Europa: no le falta aclarar nada, basta la palabra “allá”.
Pero yo no siento que eso pase en Santiago. Bueno, mi padre que es chileno siempre ha afirmado que, desde que nace, el santiaguino empieza a prepararse para el momento en que se irá a vivir a otra parte y que ahí empezará su vida. Pero aquí no hay esa cultura de la imagen, ni la figura del “allá” como lugar de donde vienen todas las apariencias deseables. Ni Santiago es una ciudad hecha para ser mirada; es una ciudad hecha para otras cosas. Los mejores momentos, las mejores partes de Santiago yo diría que son barrios que pueden servir como refugio, las calles un poco oscuras donde la gente que necesita clandestinidad o sentirse amparada, donde puede liberarse un poco de las restricciones del día jugando a ser otras personas... Eso se puede hacer en Santiago como no se puede hacer en ninguna otra ciudad. Para mí Barcelona es la ciudad de los prodigios, pero Santiago es la ciudad de los secretos...
En otra entrevista hablaba de los barrios residenciales de Santiago, sobre una cosa que se dice mucho: que Santiago se está pareciendo a una ciudad californiana, hecha de ghettos, suburbios y demás... Pero dicho esto (que seguramente es cierto), hay que señalar puntualmente que los suburbios de Santiago son únicos en cuanto a las maneras artísticas de ocultar las casas y la intimidad de la gente de la vista del que pasa. Tú comparas esto, por ejemplo, con un suburbio residencial de clases acomodadas de Buenos Aires, como San Isidro, y éstos son exhibicionistas: en los suburbios típicamente argentinos los jardines tienen rejas, pero rara vez tienen un muro o están cubiertos con plantas para que no se vean, porque lo que mas quiere la gente es que los demás miren su casa. Y aquí no.
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"La energía de los argentinos o de los porteños siempre está volcada de un modo pasional en la imagen y la creación de ilusión" |
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Diego Campos (DC): Pero en ambos casos estaríamos hablando de algún tipo de ocultamiento, ya sea a través de la construcción de una imagen que puede estar referida a una Europa idealizada o un Estados Unidos idealizado, o bien a través de un encerramiento.
GG: Me parece que es exactamente así. Pero, ¿que querría ocultar Buenos Aires con tanta exhibición? Porque todo decorado supone que hay algo que decorar; o sea, hay algo que ocultar, efectivamente.
Creo que lo que Buenos Aires trató de ocultar siempre es lo que Borges llamaba el “estilo sudamericano”: la barbarie, la desigualdad, la corrupción, el caos o la incertidumbre, la pobreza. Todas las cosas que asociamos con Latinoamérica, y que Buenos Aires oculta con su exhibición estética. Es interesante, sería un análisis de psicología más que de urbanismo pensar que esto pasa a nivel individual, cuando una persona fabrica su casa para poder mostrar y a la vez ocultar algo... Estamos pensando en voz alta, pero digo esto y me acuerdo de una cosa que también decía Borges: que los argentinos pueden tolerar –y a veces les gusta incluso- pasar por deshonestos, pero que ningún argentino soporta la humillación de pasar por tonto. Y la exhibición descarada, aparte de lo más obvio que tiene la exhibición de etiqueta, de poderío, es también un modo de decir: “Mirá como tengo todo controlado”, cómo controlo la manera en que me miran.
Toda sociedad, creo, tiene un ideal de inteligencia. En Francia, por ejemplo, el ideal no dicho pero que todo el mundo conoce y siente, consiste en no hacer el ridículo, y si es posible, ver el ridículo de los otros. Lo ridículo es una de las palabras claves de Francia. Y en Argentina sucede algo parecido: creo que la mirada de los otros es lo que más importa, y en general es lo único que le importa al argentino o al porteño medio. Controlar la manera en que te miran es el sueño totalitario de la psicología argentina.
RG: ¿Y cuál sería nuestro ideal, la “inteligencia chilena”?
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En 1949 los estudios Disney filman "Saludos amigos", en la cual Donald aparece como un charro mexicano, Pepe Carioca como un alegre brasilero y Tribilín como un bravo gaucho argentino. Chile, por su parte, fue representado por un avión bimotor que apenas sabía volar y no podía pasar la cordillera. (más)
Según Cristián Diaz, René Ríos -Pepo- reaccionó ante la ofensa adaptando el personaje de Themo Lobos "Efanor el Condorito", al que llama simplemente Condorito. Nace así el mayor personaje de tiras cómicas chileno.
Si en Mafalda vemos con claridad el carácter del argentino -y especialmente el del porteño-, en Condorito se reflejan ciertas características del temple chileno; entre ellas, la capacidad de "escaparse a tiempo de la estocada": Condorito es, ante todo, un pícaro, hábil en sobrevivir sin el menor esfuerzo y en zafarse de los problemas con ingenio y maña. |
GG: Yo diría que si buscamos una especie de escena que defina mucho a los chilenos, ésta sería la escena en la que llega la estocada asesina y tú la logras esquivar y golpear después; es decir, esquivar el golpe. Mi sensación, juzgando mis impresiones de Santiago mezcladas con la literatura chilena, es que la amenaza, la idea del peligro inminente y el arte de esquivar ese peligro, son muy centrales en Chile. A veces el peligro viene de la naturaleza: va a venir un terremoto y te va a tragar la tierra; y otras veces proviene de relaciones sociales, donde va a venir alguien más fuerte o más elegante, un europeo o un argentino y te va a agredir o va a intentar hacerte pasar por tonto.
RG: O se va a llevar a las mujeres...
GG: (Risas) Si… Y la meta es esquivar eso. Pero claro, los mitos sirven para hacer vicios y limitaciones y sirven también para hacer literatura y expresión artística, que de hecho puede ser brillante. Nocturno de Chile, de Bolaño, tiene mucho que ver con esto, creo: la figura central del libro está permanentemente esquivando el golpe, sólo que en su caso el golpe viene de sí mismo. Y es para mí un ejemplo de cómo el mito se convierte en grandísima literatura. O Comedia nupcial, de Gumucio: es la historia de un matrimonio intensamente infeliz y la causa de esa infelicidad es que el narrador, el hombre, es incapaz de concebir siquiera que lo quieran, se siente constantemente amenazado por su mujer... Con la Argentina pasa lo mismo: yo como argentino puedo a veces detestar y querer escapar corriendo del lado más frívolo y más idiota del culto de la apariencia, pero hay que reconocer que en literatura ha dado cosas notables. Hay un cuento de Borges que se llama Tema del traidor y del héroe, donde un hombre descubre que un hecho histórico que está investigando en realidad fue una puesta en escena montada a propósito para que alguien en el futuro lo descubriera. Esto es lo que Piglia llama el tema de las “realidades oficiales”, la idea de que la realidad histórica o arquitectónica pueda ser algo deliberadamente preparado para que después otro la interprete.
Esto tiene que ver totalmente con la obsesión argentina por controlar la forma en que te miran. Borges lo cuenta muy bien en su cuento a través del caso de alguien que busca controlar la mirada de un historiador en el futuro y prepara un hecho histórico que ya tiene su interpretación dispuesta, su significado “cocinado” por los que hicieron la puesta en escena; entonces, este historiador no tiene más que esperar pasivamente e interpretar lo que está previsto que va a interpretar. La búsqueda del control de la mirada.
DC: ¿Y cómo se estaría construyendo una mirada futura sobre esta ciudad de la simulación, sobre esta ciudad artificiosa que busca encubrir este temor a la mirada? Pregunto esto considerando que el punto de partida de estos procesos, tanto en Santiago como en Buenos Aires, parece ser el mismo, el temor: en un caso, a la estocada que no sabes de dónde puede venir, y en el otro caso, a la mirada, a no ser considerado inteligente... aunque da la impresión que en el caso porteño este temor se radicalizó tanto que se construyó una simulación de piedra.
GG: Se construyó, pero esas son ruinas imperiales... Hoy en día Buenos Aires no podría volver a construirse tal como era, eso es evidente. Ahora, es una pregunta interesante es de cómo se piensa controlar la mirada futura. A mí me parece que a los argentinos, los porteños en particular, les ha pasado lo que le sucede muchas veces a individuos muy pagados de sí mismos, que tienen una altísima idea de sí y que de repente sufren un fracaso muy fuerte o un golpe y se pasan al otro extremo, y empiezan a considerarse lo último de la Tierra... Ese vaivén yo creo que se ha dado en Buenos Aires. Ahora, el discurso en la casa y en los medios sobre la actualidad es siempre que somos un país del Tercer Mundo, no hay que olvidarlo: “Somos pobres, somos atrasados”... Todo el latinoamericanismo barrido bajo la alfombra durante las décadas de prosperidad argentina. Creo que ése es ahora el único tema de conversación, pero es tan exagerado como el otro.
Por otra parte, con crisis y todo, con desorganización y todo, Argentina sigue teniendo algunas cualidades. Hay un nivel educativo por encima del promedio latinoamericano, hay un progreso incluso diría en la político, pero muy lento; diría que para que la clase política argentina llegue a tener el nivel de madurez y de civilización que tiene Chile faltan muchos años todavía, pero creo que hay cosas rescatables, aunque seguramente el mensaje que los argentinos ahora están mandando a las generaciones futuras es negativo: “Fuimos y somos los últimos de la clase, la escoria de la Tierra, no se parezcan a nosotros”... Un poco la mentalidad del asesino arrepentido que lo único que quiere es decir a sus hijos y a las generaciones futuras “Aprendan de mi desgracia, y sobre todo, no se parezcan a esto”. Eso es parte del shock, de la impotencia de la Argentina en los últimos años y del momento dramático del 2001. Sospecho que con los años, si se mantiene la relativa estabilidad que estamos teniendo desde hace unos tres, cuatro años, se pueden recuperar poco a poco algunas cosas como la prepotencia irreal de antes, y perder el masoquismo de ahora.
DC: Es curioso eso que planteas, porque mientras en el caso porteño se estaría produciendo entonces un encontrón radical y exagerado frente a al “estilo sudamericano” de Borges, que mencionábamos hace un rato, en el caso de Santiago estaría encubriendo, de manera incipiente y velada, ese mismo “estilo”. Basta observar lo importante que se ha vuelto la construcción de la imagen de Santiago, lo mucho que se habla ahora de una “ciudad de clase mundial” y de la modernización de la ciudad... Algo que pasa tanto por una modernización efectiva de las comunas, de las calles, de los barrios, como por un esfuerzo un tanto desesperado por tratar de cambiarle la mentalidad a la gente respecto de que sí somos una ciudad moderna, que sí podemos ser como Barcelona, por ejemplo.
GG: ¿Eso es una política oficial?
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El utilizar el nombre del país como marca ha sido recientemente potenciado por el slogan "All Ways Surprising". Desde el 2005 esta imagen se asociará a toda participación oficial de Chile en el extranjero, sea mediante el comercio, el turismo o el deporte. |
RG: Hay una política oficial, sí. La intendencia de la ciudad maneja un programa que se llama “Santiago, ciudad-región de clase mundial”, y el gobierno de Lagos ha creando lo que llaman la “Marca Chile”...
GG: Probablemente sea la construcción de un mito nacional, y los mitos son también una puerta integradora. Yo no creo en las teorías conspirativas de que los mitos sirven estrictamente para llevar al engaño y la corrupción: los mitos son una herramienta con la que cuenta toda sociedad para potenciar su desarrollo. Esto ha sido siempre así, pero no quita que le compete a los intelectuales y a las fuerzas críticas de cada país poner a prueba el mito, y hasta cierto punto, combatirlo... No necesariamente para destruirlo, porque tampoco se puede, pero sí porque es necesario. Cada vez que vengo acá suelo dar una visión muy entusiasta de Santiago, y más de una vez amigos de aquí, Gumucio entre ellos, con cierto cinismo me dicen que parezco estar enamorado de Santiago, me dicen “Santiago es una mierda, y aquí y allá”. Pero eso es natural: quienes viven aquí por supuesto tienen el deber de ver lo más malo, lo más negativo y lo más negro y cumplir su papel de crítica; eso es morder la moneda de los mitos nacionales para ver qué pasa, hay que someter la mordedura.
Mi caso es distinto. Por decirlo así, Santiago no es mi mujer, es mi amante, es una relación de inspiración que le ofrece a alguien de otra mentalidad... ¿“Marca Chile”? No es un mal slogan, ahí está la mentalidad económica del Chile contemporáneo... Que a la vez no deja de tener un toque de modestia, porque una marca es una cosa que se vende, una cosa que también necesita seducir para vivir; ahí está implícita la idea de que se necesita a los demás.
Fíjense por contraste lo que fue el slogan de la última dictadura en Argentina: “Argentina Potencia”, no “Marca Argentina”, no Argentina en relación con el mundo. No, “Argentina Potencia” otra vez, y fue la última vez que se pensó así... Ésa era la Argentina pisando fuerte, sin necesitar a nadie.
Los mitos por supuesto hay que distorsionarlos, pero también es interesante ver de cerca qué están diciendo estos mitos sobre la ciudad. Yo creo que en realidad es una marca de encantadora modestia lo de “Marca Chile”...
RG: Me llama la atención el hecho de que en Buenos Aires el deseo de irse puede ser mayor que el de los santiaguinos, por la referencia constante a ese “allá” que mencionas. En Santiago también existe, el estar permanentemente comparándose, pero creo que es menos radical. Lo que encuentro paradójico de esto es que, pese a este sueño de éxodo permanente, los porteños se vuelcan a la ciudad de una manera mucho más potente que nosotros. Buenos Aires es una de las pocas ciudades latinoamericanas en las que el centro no se ha deteriorado, donde la construcción de “simulaciones” se ha realizado en barrios más o menos céntricos de la ciudad y menos en la periferia, como sí sucedió en Santiago. ¿Cómo se integran estas dos visiones contrapuestas?
GG: Bueno, porque es natural que una cultura dedicada a la imagen busque construir sus escenarios en un lugar donde hay la mayor cantidad de miradas posibles, y ese lugar es el centro; mientras que el santiaguino, que lo que más rehuye es la mirada, va a rehuir también la ciudad, el foro, va a buscar justamente la periferia.
Vos decías que el argentino también busca irse, pero yo creo que eso no es del todo exacto, o en todo caso no tiene el mismo sentido que aquí. Yo lo noto en los emigrantes chilenos y argentinos en España: los chilenos se integran y muy a menudo terminan asumiendo el acento y la manera de hablar española. Sin ir más lejos, la editora de una revista en la que publico artículos es chilena y yo tardé meses en descubrirlo; hablaba estrictamente como una catalana más... Y no es que no hablara de Chile, pero lo hacía de tal modo que durante mucho tiempo yo creí que probablemente conocía Chile por gusto o por cuestiones de trabajo, pero no era su punto de referencia. Mientras que los argentinos... Cuando una persona escapa de la crisis pareciera que su misión es informar a los españoles de lo maravillosa que es la Argentina. Entonces los argentinos se van “allá” para hablar del “acá”, para después volver “acá” colmados de prestigio. Ese es un rasgo típicamente provinciano, el ir al extranjero y preguntar qué opinan de nosotros. Los argentinos llegan a España y lo primero que hacen cuando se ponen a hablar con un español, un francés o un inglés es preguntarle si conocen a Charly García, a Maradona a Borges, y qué piensan de Buenos Aires, y casi obligan a los locales a decir todo lo que saben de la Argentina y tomarles examen de argentinidad. Exagero, ¿eh?, pero apenas...
RG: Pero a ti como extranjero en Santiago te debe haber pasado eso, hay un hambre por saber qué se opina de Chile afuera. Y una de las preguntas mas recurrentes debe ser: “Bueno, ¿y qué te parece?, ¿es lo que pensabas?”.
GG: Me han preguntado: “Ahora que estás aquí, ¿qué te parece lo que ves?”. Pero nunca me ha pasado que me pregunten: “¿Y allá qué piensan de nosotros?” Eso no. “¿Cómo nos ven? ¿Ah, venís de España?”. Claro, antes era: “¿Qué piensan? Piensan bien, ¿no es cierto?” Ahora es: “¿Qué piensan? Somos un desastre, ¿no?” Pero siempre somos el foco de atención.
RG: A mí me extraña que el cine argentino, que quizás constituye la mirada más “desde afuera” o el “tercer ojo” de todo lo que estamos diciendo, al menos en los últimos diez años se ha caracterizado por mostrar una imagen de una Argentina derrumbada... Como para romper con el mito. Una Argentina empobrecida, con personajes miserables que luchan...
GG: Bueno, eso es lo que te decía del “neo-masoquismo” argentino, también... Yo recuerdo haber visto en París una película muy mala que se llamaba Tan de repente, y que efectivamente mostraba personajes de clase media baja que se escapan a la provincia, y se van a vivir a la casa de la abuela de uno de ellos, que es durísima... Yo creo que hay algo de eso, pero no estoy seguro de que antes de los años '90 el cine argentino se haya complacido especialmente en mostrar la miseria.
RG: No sé si “miseria” sea la palabra adecuada. Es más como un “derrumbamiento espiritual”, una ausencia de esperanzas. Y siempre relativa a la clase media, la gran protagonista argentina desde siempre, creo yo: en el cine, la literatura, en Mafalda...
DC: ... O incluso en el discurso urbano, donde esta clase media comparece como una fuerza grande, homogénea, culturalmente integradora... Pero sería interesante saber qué queda de eso después (o detrás) de todos los mitos: de la ciudad, de la clase media, de la vida de barrio. ¿Qué queda si desnudamos a la ciudad de todos sus mitos?
GG: La clase media en los años '60, Mafalda... A propósito de eso, mi abuelo prácticamente no tuvo educación. Había dejado de estudiar a los ocho años y tuvo que ponerse a trabajar y fue inventor, un hombre de negocios. Fue el primer fabricante de heladeras que hubo en la Argentina, si mal no recuerdo; de heladeras eléctricas, porque las antiguas heladeras que había que cargarles hielo ya existían. Esto lo hizo en los años ‘40 y '50, en tiempos de Perón, y después se arruinó por completo, porque hubo una de las tantas crisis; se arruinó, volvió a surgir después en los años '50... Esta visión, empapada por el prisma familiar de la clase media, es sobre una clase bastante pujante y de una forma donde efectivamente había movilidad social, la posibilidad de hacer estos negocios. Lo que sí puede que sea mitológico es la cuestión de la misión de esta clase, porque la clase media se supone que es el corazón de la democracia, la burguesía, las clases comerciales que necesitan Estado de derecho para prosperar, los que van a sostener la república. En la Argentina no ha sido así; la clase media ha sido muy golpista, casi siempre la que fue a golpear la puerta de los cuarteles y la que apoyó al “hombre fuerte” de turno... Una clase media muy acomodaticia y con mucho temor a una mayor democratización. Los intentos de una distribución más democrática del ingreso argentino, que con todas las falencias que tuvo hizo posible el peronismo, la clase media lo resintió terriblemente... Mi impresión es que la clase media, como entidad social, existió, pero como factor de progreso, que es la visión que tenía de sí misma, quizás no tanto.
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Manolito, figura por antonomasia de la clase media pujante. |
Y en ese sentido el mito sigue, porque lo que terminó con el gobierno de De la Rúa, y en definitiva, con la política económica de los '90, fue la “ganadora clase media”; la clase media salió a festejar y se hablaba de la “nueva clase media revolucionaria” de la Argentina, como si estuviéramos hablando de la Revolución Francesa, más o menos. Y lo que hubo fue una exasperación de gente a la que le habían secuestrado sus ahorros y salió a hacer ruido, y después esa misma clase media permitió alegremente que se instalara la vieja y mafiosa clase política argentina y aplaudió el poder autoritario... Bueno, no tan autoritario como los gobiernos militares, pero con relativo autoritarismo... Igual les pareció estupendo y... En fin, tengo una visión bastante negativa.
RG: (riendo). Nos leen tanto en Argentina como en Chile, así que puedes ser colgado a tu regreso por lo que dices...
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Rodolfo Enrique Fogwill nació en Buenos Aires en 1941. Sociólogo, fue profesor titular de la Universidad de Buenos Aires, editor, ensayista y columnista especializado en comunicación, literatura y política cultural. En 1980 escribe su famoso cuento Muchacha punk, cuyo éxito lo incitó a dedicarse al oficio de escritor. (Fuente) Recomendamos leer a la siempre brillante Beatriz Sarlo con un pequeño texto sobre Fogwill aquí. |
GG: Es una cosa muy simple: en Argentina desde hace dos años que parece que no puedo dejar de meterme en polémicas, aunque no lo quiera... Todo empezó con un artículo que escribí para la revista Ñ, que hablaba de la literatura argentina, cuyo título original era irónicamente “¿Por qué nos odian?” Un título exagerado pero que hablaba de la falta de lectores de la literatura supuestamente canónica argentina, de lo que para mí son defectos típicos que se repiten a medida que pasan los años y las generaciones literarias, y que siempre están de alguna manera en la Argentina. Por dar un sólo ejemplo, muy concreto y muy banal: la incapacidad de los escritores argentinos para incluir en sus libros detalles plásticos, formatos. No hay un escritor argentino, con la posible excepción de Borges antes, y hoy en día Fogwill, que sepa cómo se fabrica una mesa... Bueno, Borges no sabía cómo se fabrica una mesa, pero Fogwill sí, es una excepción. Pero los escritores argentinos han tendido siempre a tener un desprecio olímpico por el mundo real, convencidos de que la literatura son sólo palabras, y que por lo tanto lo lógico es que se refieran sólo a palabras, una visión con la que no estoy en absoluto de acuerdo.
Bueno, total que escribí este artículo, y por haber osado cuestionar el sagrado patrimonio literario argentino me empezaron a llegar palos por todos lados. En una librería de Buenos Aires que no voy a mencionar, pero que es bastante conocida, retiraron mi libro de la venta...
RG: Una afrenta nacional...
GG: Sí, pero por suerte no están todos locos y no todos se lo tomaron así, pero hubo una oleada de réplicas a la revista donde se había publicado el artículo. Por ejemplo, había un escritor, un escritor joven para colmo, que decía que era deplorable que escritores argentinos como yo despreciaran así nuestra literatura, que es disconforme, que no se pliega a las normas del mercado y se obstina en la originalidad. Yo decía: “¿Cómo puede un escritor tener esa visión complaciente y casi de guardián de museos de su propia literatura?” ¿Para qué están los escritores, si no es para poner en cuestión el mundo en general y la literatura en particular? Hay como un espíritu de salvaguardo del patrimonio en muchos intelectuales y escritores argentinos actuales, lo que yo creo que es nefasto. Porque cuando la literatura se vuelve complaciente y se vuelve auto-celebratoria, se acaba.