'Memorial de Santiago'+
un hálito de sentido sobre la ciudad
Por Daniela Aguirre *
Alfonso Calderón, Premio Nacional de Literatura 1998 y autor de una prolífica producción literaria, retrata parte de la historia e intrahistoria de Santiago desde su fundación hasta los años setenta del siglo pasado, reconstruyendo la vida y transformaciones de la ciudad a partir de diferentes hitos espaciales y temporales. Los 14 capítulos que componen el libro están dedicados a lugares como el cerro San Cristóbal, el Teatro Municipal, el Parque Forestal, la Plaza de Armas y la Estación Central , entre otros; nos encontramos además con capítulos referidos a períodos o costumbres importantes de nuestra historia urbana, como el Centenario de la Independencia y las celebraciones de Navidad.
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Postal de 1907 |
Icono de la ciudad, epicentro de la memoria y de la crónica santiaguina: la Plaza de Armas |
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"Plaza de Armas de Santiago" (1850 aprox.). Autor: Ernesto Charton de Treville. Museo Nacional de Bellas Artes. |
Fuente: Archivo Chilectra 1919 |
En cada capítulo, Calderón hace referencia tanto al espacio físico y sus transformaciones como a la vida social allí desarrollada, entregando visiones particulares sobre la ciudad que conforman un relato mayor, el cual va tomando forma a lo largo del libro. Esta estructura, sin embargo, es razón de que más de un capítulo resulte confuso y desordenado. Por otra parte, la riqueza y variedad que nos presenta Memorial de Santiago pueden llegar a experimentarse a ratos como exceso y arbitrariedad, a lo que contribuyen las innumerables citas utilizadas y la falta de apego a una cronología. Finalmente, las fotografías utilizadas no logran constituirse del todo en un aporte valioso al texto, apareciendo de manera más bien fortuita; esto puede dejar al lector ansioso de imágenes y planos que complementen de un modo más oportuno la lectura. Pero a pesar de estas dificultades, la fuerza del libro radica en el contenido escrito y en la visión holista que finalmente logra presentarnos.
A primera vista, el esfuerzo de Calderón pareciera estar orientado a dar cuenta de una ciudad muy diferente de la que tenemos hoy. La Alameda se caracteriza en la actualidad por encontrarse siempre llena de autos y transporte colectivo, a la vez que acoge festivales mundiales como el Love Parede y cierres masivos de campañas políticas. Nos encontramos también hoy con un cerro San Cristóbal que en el último tiempo no ha dejado de ser fuente de disputas entre el Ministerio de Obras Públicas y los vecinos del barrio Pedro de Valdivia Norte, por causa de un nuevo túnel allí proyectado. Por su parte, la Plaza de Armas ya no es la plazoleta de atmósfera rural y ferias que Calderón retrata; el Parque Forestal acoge por estos días “fiestas de la cultura” y eventos inéditos como el desnudo masivo fotografiado por Spencer Tunick en 2002; y la Quinta Normal cuenta ya con una estación de Metro, el Centro Cultural Matucana 100 y una nueva y gran biblioteca. Si Calderón nos relata el Centenario y sus preparativos, ahora lo que debiera preocuparnos –afirma el sentido común- es el Bicentenario. Sin embargo, lo interesante es que el autor relata historias y procesos de manera tal que logra conectar la vida del Santiago contemporáneo con el Santiago del pasado, pese a lo discímiles que ambos nos pudieran parecer. El progreso que ha tenido nuestra ciudad en las últimas décadas ha ido cambiando su morfología a la vez que acogiendo nuevas actividades y estilos de vida; sin embargo, las luces y sombras del pasado no desaparecen. A veces de forma evidente, otras casi sin revelarse, las historias y personas que han habitado Santiago persisten y se manifiestan de distintas maneras. Es en esta línea que se inscribe el aporte de Calderón, toda vez que Memorial de Santiago revive ese pasado y nos permite conocerlo.
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Registro MAC, fotografía de S. González, URL |
En 1920, la laguna construida enfrente del Palacio de Bellas Artes aún deleitaba a los paseantes que recorrían el Parque Forestal; en 2002, el lugar fue testigo del desnudo colectivo más grande que recuerde la ciudad. |
Pasado y presente en la ciudad |
De la atmósfera semirrural que alguna vez caracterizó a la Alameda ya no queda nada: en 1927, apenas ocupada por unos pocos vehículos y transeúntes; en 2005, abarrotada por los asistentes a la versión local del Love Parade. |
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Archivo Chilectra |
Fotografía de Claudio Hidalgo, URL |
De esta manera, Memorial de Santiago refiere a nuestro patrimonio, y es precisamente allí donde radica su interés. Porque si bien se trata de un concepto sobre-utilizado y a la vez pobremente interpretado, Calderón –sin siquiera nombrarlo- le da vida de manera profunda. Habitualmente la noción de patrimonio aparece vinculada a la idea de algo antiguo que se debe conservar, pero que puede no despertar interés habida cuenta de sus acotadas posibilidades de intervención y altos costos de mantención. No obstante, suele olvidarse que el patrimonio reúne tanto lo tangible como lo intangible; que no se trata sólo de edificios, monumentos o “zonas típicas”, sino también de historias de vida y costumbres que le dan sentido y dinamismo a estos mismos lugares. El patrimonio tiene un carácter histórico dinámico: no es sólo una memoria ni una herencia colectiva, es algo que está siempre dándose, ligado a la vida y desarrollo de una sociedad.
Es desde esta comprensión que Calderón recorre los lugares y la historia más visible de la ciudad, a la vez que muchos de sus rincones y detalles incógnitos. De esta manera, la lectura atenta de Memorial de Santiago nos regala una posibilidad de viajar por la ciudad y darle densidad a sus formas, en tanto nos permite aproximarnos a su identidad y comprender nuestro patrimonio en tanto realidad dinámica. En este sentido, en la medida que el libro revive los procesos de transformación de Santiago y la historia de su cotidianidad urbana, no sólo nos induce a “hacer memoria”, sino también nos permite superponer a la complejidad propia de la ciudad moderna un fundamento y un hálito de sentido que tanto sus lugares como habitantes merecen.
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La ciudad no sólo puede ser castigada por el olvido, la indiferencia o las malas decisiones administrativas: también la mirada de los estudiosos puede devenir una sutil pero poderosa manera de perpetuar estigmas y lugares comunes. Santiago imaginado (2004), de Carlos Ossa y Nelly Richards, forma parte de una tradición urbanística que no puede desanclarse del pesimismo antiurbano que aparentemente intenta denunciar, confundiendo así los males que aquejan a la ciudad con los rasgos que definen a una sociedad en su conjunto.
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Sin plantearlo de manera explícita, Memorial de Santiago nos obliga a reflexionar respecto a la ciudad que estamos construyendo. En la medida que devela voces y experiencias humanas tras la geografía, calles y edificaciones de Santiago, el libro sugiere que las alternativas no debieran ser el demoler o conservar la ciudad como si ésta fuese un ente inerte, sino –antes bien- proyectar el futuro y vivir y comprender el presente sobre la base de una identidad y un conjunto de significados y valores que vienen desde la historia, reproduciéndose por una parte, transformándose por otra.
Es fácil encontrar hoy nuevos barrios –ricos y pobres- que se multiplican por la ciudad, así como nuevos centros comerciales y espacios de esparcimiento. Se trata, en su mayoría, de sectores y edificaciones que simplemente “aparecen”: sin historia, sin procesos, sin participación. Tener la posibilidad de conocer la historia que esconde Santiago permite cuestionarse sobre el crecimiento y los cambios de la ciudad hoy en día. Al mismo tiempo, incita a desconfiar en ese progreso devorador que reemplaza por nuevas y modernas edificaciones todo lo que pueda tener una fragancia envejecida, e incita también a desconfiar de la ciudad creada desde el puro y simple marketing. Hay que estar preparados, sin embargo, ante la tentación de pensar que antaño todo fue proceso y participación de los ciudadanos en la formación de la ciudad, así como ante el romanticismo nostálgico que se opone a priori a cualquier esfuerzo de modernización de la ciudad. Memorial de Santiago nos permite tomar conciencia de que la ciudad está viva, y que toda intervención en ella forma parte de un proceso mayor. En este sentido, Calderón regala una brújula a quienes planifican, reflexionan y habitan la ciudad: organismos públicos, empresas inmobiliarias, académicos e investigadores, organizaciones comunitarias, el habitante común.
Memorial de Santiago es un desaliento a la planificación ciega y a la construcción de ciudad que pretende elevar formas antes que incitar vida, y su valor radica, finalmente, en que permite acercarnos a un conjunto de valores, tradiciones e identidades del pasado que sin duda pueden darle fuerza y coherencia a las acciones del presente.
Las ilustraciones y los comentarios asociados a ellas no son parte del artículo original, y su responsabilidad es exclusiva de bifurcaciones
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