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"No sabemos habitar nuestras ciudades"

Entrevista a Miguel Laborde

por Cristián Warnken



Miguel Laborde, historiador autodidacta, se ha especializado en historia urbana y arquitectónica. Entre sus publicaciones destacan “Santiago: lugares con historia”, “Santiago 1850-1930” y “Santiago, región capital de Chile”, publicado en el contexto de las iniciativas preparatorias a la celebración del Bicentenario de la Independencia Nacional. Actualmente se desempeña como docente universitario y columnista en diversos medios de comunicación nacionales. Cristián Warnken, profesor de castellano, es una de las figuras más conocidas de la intelectualidad chilena contemporánea. Activo difusor de la actividad cultural del país, su espacio de entrevistas La belleza de pensar se transmite desde hace siete años en la televisión nacional.

Esta entrevista fue realizada en el marco de “Viaje alrededor de una mesa”, debate coordinado por Cristián Warnken, donde participaron además Alejandra Wood, Armando de Ramón, Pablo Allard, Enrique Lafourcade, Alex Blanch, Juan Mackenna, Norbert Lechner, Francisco Gedda, Fernando Pérez, José Manuel Allard, Patricio Silva, Enrique Browne, Patricio Pozo, Juan Pablo Almarza, Sara Navas, Ricardo Abuauad, Paz Undurraga y Alejandro Canut de Bon. El texto original apareció en el libro “Pensamiento propio: 5 viajes alrededor de una mesa” (Santiago de Chile, 2003), editado por Cristián Warnken y publicado por Minera Escondida. A ellos nuestros agradecimientos por autorizar esta republicación.

- Rainer María Bilke, el poeta nacido en Praga, escribe, reflexionando sobre París:

Pues las grandes ciudades están, Señor/ perdidas y deshechas/ es la mayor cual fuga ante las llamas y no hay consuelo que pueda consolarlas y así transcurre su pequeño tiempo/ ahí viven seres mal y penosamente en profundos cuartos/ tímidos de gestos/ con un temor más hondo que un hato primerizo y afuera está tu tierra que vela y que respira/ mas ellos están ahí sin que ellos más lo sepan/ Ahí crecen los niños junto a las ventanas/y siempre se levantan bajo la misma sombra e ignoran que las flores afuera llaman hacia un día de sol, felicidad y viento/Y tienen que ser niños/ pero niños tristes”.

Este poema muestra la dimensión alienante de la ciudad, asocia ciudad a pérdida del sentido de vivir, a alienación. Tú amas las ciudades y enseñas su historia. ¿Qué te pasa a cuando escuchas este poema?

- Vivir es, de alguna manera, buscar un lugar. Es deambular por el espacio y tratar de encontrar un rincón propio, un punto en ese espacio. Y eso es consustancial al ser humano, es parte del dolor y del misterio de la vida. En ese sentido el tema del habitar, el tema de la ciudad, va mucho más allá de todo, es sinónimo de hacer la vida. Es una experiencia, como aparece en ese poema, plena. Enfrentar el tema de la ciudad es enfrentar el tema de la vida.

- Rilke sólo ve “sin sentido” en el habitar en las ciudades. ¿Cuál sería, filosóficamente, el sentido de vivir en ciudades?

- En Estados Unidos, por ejemplo, hay una gran cantidad de gente que ya renunció a la ciudad y se define como nómada. Dice que la autopista es su verdadero hogar y que la ciudad es casi el lugar donde va a parar a cargar bencina, a trabajar en algo durante seis meses, un año, para después seguir. Y puede que se quede dos años, pero no va a comprar una propiedad, porque no está comprometida con la ciudad sino que está “en ruta”. Mentalmente está en movimiento. Y eso es también parte de lo humano. Pero esa distancia es peligrosa para las ciudades del futuro. Y en ese sentido, yo decidí asumir mi ciudad como un imperativo. A propósito de eso, traje un trozo de un poema de Cavafis:

No hallarás otras tierras, no hallarás otros mares, la ciudad te seguirá. Vagarás por las mismas calles y en los mismos barrios te harás viejo. Y entre las mismas paredes te irás encaneciendo, siempre llegarás a esta ciudad. Para otras tierras, no lo esperes, no tienes barco, no hay camino, como arruinaste aquí tu vida, en este pequeño rincón, así en toda la tierra la echaste a perder”.

Kerouac
Frank
Gilliam

Una de las novelas cumbres del movimiento beatnick, "On the road", de Jack Kerouac.

La colección de fotografías "The Americans", del estadounidense Robert Frank, fue una de las inspiraciones que motivaron a los beatniks a salir a descubrir el deep America
Portada del DVD edición especial que sacó Criterion Collection para homenajear el film "Fear and Loathing in Las Vegas" (Gilliam, ), basada en la novela homónima de Hunther S. Thompson.

La generación beat de los cincuenta -precursora de lo que serían los hippies en los sesenta o los rockeros en los setenta- se levantó ante el Estados Unidos de postguerra denunciando su hipocresía y criticando el estilo de vida suburbanita, alienado y consumista generalizado. Como señala Belacqua, el beat vive para "leer, estudiar, dormir, hacer el amor, observar reposadamente el paso de los días y de las estaciones, procrear, jugar a las cartas, tocar la guitarra, los bongós, aprender a lanzar el boomerang, navegar en canoa, dedicarse al origami o al teatro, restaurar muebles, fabricar vino o beberlo, o a las dos cosas juntas, o ingerir ginebra, ron o whisky, o lo que es peor, refrescos sin alcohol" (Guía de la generación beat, Emanuele Bevilacqua, 1994). En sus obras literarias, artistas como Kerouac, Ginsberg y Borroughs inaugurarion lo que pronto se dio en llamar movimiento contracultural.

RG

- La ciudad de Alejandría aparece muy unida a la figura del poeta Cavafis. Nosotros, en cambio, no tenemos un poeta que haya cantado y mitificado Santiago.

- Sí, es verdad. La geografía en Chile es muy fuerte, demasiado fuerte, y eso ha avasallado la ciudad y creo que ha avasallado también otras cosas.

Tenemos esta tremenda cordillera y al otro lado, por ejemplo, los argentinos la viven mucho más. Siendo menos espectacular y más “a escala humana”, es parte de la cultura argentina. Para ellos la cordillera es como para nosotros conocer el mar.

Hay poemas sobre el mar de Oscar Castro, de Gabriela Mistral, de chilenos que no conocieron el mar. El océano está ahí, nosotros llegamos hasta su orilla, pero los navegantes y las embarcaciones que salen de Chile son muy pocas.

Entonces, se nos vino encima esta geografía y no hemos podido todavía posicionarnos. Y posicionarse es algo muy sutil, tiene que ver con tantas cosas. Alguien decía que es muy distinto habitar un país de vinos, como Grecia, Italia, Francia, a habitar un país como China o Suecia. Es otra manera de caminar, es otra manera de estar en el planeta. Esta sutileza requiere generaciones, siglos de aprendizaje para situarse en la geografía. Claramente hemos estado en una escuela, de una poesía y de una cultura, que tiene los ojos puestos en el paisaje natural y no en el paisaje construido. La ciudad sigue siendo anónima.

- Tú has afirmado que a Santiago le faltó el tiempo dormido de la gestación.

- Claro, este es un país bien intelectual. Los megaproyectos han estado siempre en las cabezas y les ha costado hacerse carne. Por ejemplo, el primer impacto urbano que tuvimos, en el siglo XVIII, fue la Ilustración, entre conservadores y de muy lenta gestación. Tanto así que, junto con la Independencia, el resto de los países de América del Sur renuncia a la Ilustración, se produce un quiebre y emerge una serie de caudillos y de grupos revolucionarios.

En Chile no sucede eso. Se sigue con ese mismo proyecto ilustrado del siglo XVIII y lo adoptan los decenios de Prieto, de Bulnes y de Montt. Hasta 1860 todavía vamos a seguir masticando y construyendo la Ilustración.

Lo mismo va a pasar con el modelo francés del siglo XIX. Esa cultura laica, progresista, urbanizadora, también nos va a llegar muy lentamente, a trozos, con unas utopías de Teatro Municipal, de Congreso Nacional. Pero si uno se fija, sigue más allá del novecientos y penetra el siglo XX. A los gobiernos radicales los podemos perfectamente llamar herederos de la cultura laica francesa, de 1945. Prácticamente hasta la Segunda Guerra Mundial seguimos masticando el modelo francés y como fuimos los más fieles a la Ilustración, después fuimos los más fieles al modelo francés. Lo mismo podemos decir del modelo norteamericano, que parte con la Segunda Guerra Mundial y que por supuesto toca a toda América Latina. Pero nadie ha tomado el modelo y lo ha masticado con tanta minuciosidad como Chile.

Por eso no es casualidad que, medio siglo después, seamos el primer país en firmar el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos. Y que sigamos siendo un fenómeno para la Escuela de Economía de Chicago y para el american way of life.

Es cierto que el Ministerio de Obras Públicas va a promover la arquitectura francesa y el movimiento moderno y lo va a impulsar en colegios, gobernaciones e intendencias. Es cierto que penetró el “barrio-jardín” norteamericano. Pero son trozos, ficciones de ciudad. No son proyectos de ciudad. Eso de hacer ciudad no lo tomamos, es un fenómeno que nos resulta casi como un dato de la causa. Tenemos la cordillera, tenemos un océano y tenemos ciudades, pero de manera pasiva. Están ahí y están ahí no más...

- ¿Cuál sería un ejemplo de un proyecto de ciudad que a ti te entusiasmaría particularmente?

- Ha habido proyectos, pero han permanecido en el ámbito de urbanistas y de especialistas y no han encontrado eco. Es lo mismo que está pasando con los proyectos del Bicentenario que se están moviendo entre especialistas y a la gente no le llegan.

Ahora, por ejemplo, estaba escribiendo sobre Carlos Carvajal Miranda. Me llamó la atención porque encontré un artículo catalán, muy reciente. Decía que a principios del siglo XX, en todo el mundo, había habido cinco creadores de proyectos visioriarios: Le Corbusier, Mies Van der Rohe, Lucio Costa, Alberto Soria y el chileno Carlos Carvajal.

Entonces, me puse a mirar, y resulta que Carlos Carvajal creó un proyecto de transformación de Santiago para el Centenario, que tenía curiosamente un anillo muy similar al que se está proponiendo ahora para el Bicentenario. Era mejor, porque cruzaba el Mapocho y bordeaba el San Cristóbal y el Cerro Blanco, incorporando Santiago Norte al casco histórico. Proponía una ciudad lineal hasta los ba-ños de Apoquindo, otra ciudad lineal hasta Maipú y otra hacia el sur, hasta San Bernardo. Tres ejes que organizaban el crecimiento, hasta con tranvías para el transporte público. Le daba un ordenamiento a esta ciudad que estaba comen-zando a ensuciarse con periferias inorgánicas. Las parcelas a lo largo de estos ejes generaban espacios públicos, áreas verdes, era una solución muy integral. Incluso presentó su proyecto en la Sociedad de las Naciones y tuvo gran repercusión internacional. Después los rusos utilizaron el mismo modelo como posibilidad de crecimiento, para terrenos subutilizados de la Unión Soviética.

Bueno, Carvajal estaba realmente en ese momento haciendo un proyecto de ciudad que respondía a todo. Llegó a proponer una ciudad ruta de Santiago a Puerto Montt, articulada por el ferrocarril. Un poco también dándose cuenta de los fenómenos de transporte, de circulación de productos y de crecimiento orgánico de la población. Pero eso sucede a un nivel que no nos llega, no se materializa. ¡Eso era un proyecto de ciudad!

- ¿Se puede intervenir realmente una ciudad, planificarla desde una voluntad, desde un proyecto, o las ciudades quizás están más cerca de una teoría del caos? ¿Cómo se da esa tensión entre lo “racionalizable” y aquello que es propio de la ciudad, que es el caos?

- Creo que esto es un poco como la democracia y el libre mercado, que son direcciones a las cuales se apunta en el entendido de que son una ficción, en torno a la cual, o hacia la cual uno trata de organizar la convivencia.

Obviamente que las ciudades perfectamente planificadas niegan la vida urbana. Toda voluntad en esto se paga muy caro, como en el caso de Brasilia. Yo creo que la conversación de la ciudad requiere de las más diversas miradas. Cuando se hablaba de la ciudad del Centenario había poetas, políticos, artistas, periodistas de la época, que discutían de todo. Se entendía que era un tema que pasaba por todos. Y lo mismo sucedía cuando los gobiernos radicales empujaban el urbanismo, se entendía que era una pues discusión pública.

En cambio, los proyectos del Bicentenario no están hoy en la palestra pública. Permanecemos pasivos frente a un fenómeno de ciudad que nos resulta demasiado macro, demasiado inmanejable. San Bernardo, por ejemplo, fue la poética de los patriotas. De partida, porque se generó gracias a la terminación del Canal San Carlos, que había sido un proyecto pendiente durante toda la Colonia, porque permitía regar quince mil hectáreas cerca de Santiago. Las conversaciones entre O’Higgins e Eyzaguirre apuntan a una utopía de partida democrática. Va a ser un lugar donde en cada manzana habrá telares, para que la gente fabrique su propia ropa. Cada casa tendrá un huerto para su autoalimentación. Había que inventar un Chile Republicano. Eso es lo que O’Higgins e Eyzaguirre (al margen que después llamaran a un urbanista para hacer trazados) concibieron como la poética de ese lugar. Y eso es lo que hemos perdido.

- ¿Ha habido algún momento en la historia de Santiago en que se haya producido esa convergencia entre un proyecto, una idea, y ésta haya encarnado en la realidad?

- Yo creo que siempre estuvimos en el “casi”. Siempre se habla de Vicuña Mackenna, pero lo de él fue un proyecto limitado, acotado. Fue darle forma a un casco casi señorial y aristocrático, no era la ciudad. Al margen de que él estuviera preocupado de viviendas populares, transporte, mercados higiénicos, cementerios y agua potable. Se preocupó de todo, pero como poética urbana no estaba pensando en la ciudad de todos, estaba pensando en la ciudad cristiana y noble.

El centenario casi fue. Con Carvajal estuvo a punto de aprobarse. Desgraciadamente Pedro Montt, que estaba muy entusiasmado, murió y no lo pudo llevar a cabo. Otra vez el “casi”. Lo mismo va a pasar en los años treinta, cuando esto se asuma como una tarea de arquitectos, ingenieros y de urbanistas profesionales, hubo respaldo del gobierno y tuvimos urbanistas visitando La Moneda todas las semanas. Y hubo algo que después no va a haber nunca más: un Presidente preocupado de los proyectos de ciudad.

En la primera imágen, un proyecto de renovación de ºSantiago; en la segunda, la idea de ciudad lineal que quería imponer Carvajal para la capital. Fuente

- ¿Tenemos en Chile un problema con lo público, una dificultad para habitar los espacios públicos?

- Uno está tan acostumbrado que se olvida. Me molestó mucho la semana pasada una polaca joven, de veintisiete años, que me dijo que éramos aburridos. Porque los santiaguinos –decía- lo pasan mal. Bueno, hay restoranes, hay cafés, pero la gente no lo está pasando bien. Andan unos jóvenes buscando, pero es como si estuvieran buscando a la mamá (risas). Como que les cuesta la vida; parece que están buscando una oreja donde desahogarse.

El espacio público en Chile tuvo mejores momentos. Momentos que corresponden a la época en que hubo una utopía política, una sensación de que había un país en construcción, un país que avanzaba.

Pienso en la Alameda tal como la concibió O’Higgins: un “campo de la libertad civil, un espacio para la ciudadanía”. Por eso las casonas de la Alameda empezaron a sacar mesas a la calle y generaron una vida pública muy rica. En ese espacio corrían las gacetas de humorismo político, la gente las compraba y se reían del gobierno. Se reían de todo y bueno, ahí había vida y un eje público donde la gente podía converger.

Pero ya en el siglo XX la ciudad se va disgregando y ese calor urbano no se vuelve a repetir. Perdura ese esquema de gente con vidas puertas adentro, lo que llama mucho la atención a los visitantes. Y que muy probablemente tenga que ver con un estudio, del año 93, que afirma que un tercio de los santiaguinos tenemos, o hemos tenido, problemas psiquiátricos.

Hay una dificultad para la convivencia, para la interacción, para el placer colectivo. El poeta Floridor Pérez decía: “Nosotros no somos un país de equipos, no somos un país con otros, no sabemos jugar fútbol en equipo. Jesucristo pudo haber nacido en Chile, pero nunca habría encontrado doce apóstoles” (risas).

Hay un desarrollo de lo individual y eso es una característica que no es necesariamente negativa. Cuando uno vive en otros países, muy posiblemente va a extrañar la profunda individualidad que hay en cada chileno. No hay un proyecto, hay una vida adolorida, melancólica, pero todo ser humano en Chile es interesante.

- ¿Qué tipo de ciudad se debiera trabajar, pensar o imaginar, a partir de nuestras virtudes y defectos?

- Antonio Bentué, el teólogo, decía muy bien que tendremos que asumirnos en el presente, porque no nos seduce ni el futuro ni el pasado. Hay que asumir, entonces, que tenemos que trabajar con el presente como signo. Hacer ciudad desde una sociedad que está volcada al presente, “presentizada”. Tenemos que pensar quizás cómo hacer una “ciudad del individuo”.

Yo escribí una columna en que decía que nos olvidáramos del Bicentenario, que aceptáramos que no nos importa 1810, que no tenemos ninguna imagen del 2010, y que sencillamente construyéramos espacios abiertos libres, para lo que sea, espacios de generación de vida urbana futura y de arquitectura efímera.

La misma España, la difunta España del siglo XVI lo hizo y vino todo ese mundo barroco que generó teatro, danza y música riquísima. El mejor momento de la cultura española fue dentro de esa pobreza y entre esas efímeras arquitecturas barrocas, a bajo costo, que reemplazaban la ciudad real por unos días, por unas semanas y después desaparecían.

Yo estuve jugando con esa idea de “asumámonos así y que se generen esos espacios”. Pero a lo largo del año me he ido dando cuenta que no podemos darle la espalda a un fenómeno tan masivo, puesto que no ha habido en la historia de la humanidad un problema como el que tenemos entre manos en este momento. El año 1900 había doscientos sesenta millones de habitantes urbanos, hoy somos tres mil millones de habitantes urbanos. Si estamos hablando del problema de tres mil millones no podemos decir “hagamos espacios libres para que haya arte”. Vamos a tener que plantearnos esto, tenemos que construir puntos “ases”.

La próxima semana tres ministros: Insulza, Etcheverry y Ravinet van a anunciar, en Valdivia, oficialmente los proyectos del Bicentenario. Yo creo que hay que trabajar con eso, porque ya no es tiempo de estar creando un discurso nuevo. Hay que partir de ahí y hay proyectos muy buenos. El esfuerzo de abrir Antofagasta hacia el mar, Valdivia y Concepción hacia sus ríos; abrir Puerto Montt al mar, abrir Valparaíso al mar, de recuperar los cascos históricos y de ordenar el crecimiento de esas ciudades, me parece muy bien orientado. Desgraciadamente no hay prensa, no hay una discusión pública que vaya haciendo que la gente comparta esos proyectos.

Lo mismo vale para Santiago. Se está hablando del “Anillo Interior”, de la “Plaza de la Ciudadanía” y del “Portal Cerrillos” como los tres megaproyectos. Creo que hay que trabajar con eso, eso es lo que tenemos que compartir, porque la actitud pasiva, de dejar que lo haga el ministerio respectivo, nos va a hacer mucho daño. Necesitamos molestar a los ministerios con críticas, con demandas, porque es demasiado lo que está en juego. Al margen que nos motive o no el año 2010, es una instancia para repensarnos, para remirarnos y es una posibilidad de mejoramiento de las ciudades.

El “Anillo Interior” es un proyecto que consiste en un círculo de trece comunas. Si efectivamente se construye –como se está trabajando en cuatro universidades- va a modificar por completo la ciudad. No podemos permanecer al margen de esa discusión, tenemos que preguntarnos y demandar: ¿va a haber lugar para lo majestuoso? ¿Va a haber lugar para áreas verdes? ¿Va a haber lugar para el arte? ¿Cómo se va solucionar el transporte público?

Pza. Ciudadania
Antofagasta
Anillo
La nueva Plaza de la ciudadanía. Fuente: www.presidencia.cl
Plan de renovación del puerto de Antofagasta. Fuente: www.obrabicentenario.cl
Parte del proyecto Anillo Central. Fuente: www.obrabicentenario.cl

- Un proyecto que está modificando esta ciudad es el proyecto “Costanera Norte”. ¿Qué piensas de él?

- No puede hacerse un tajo tan relevante sobre la trama urbana, a un costo de millones de dólares, pasando por el Mapocho –eje articulador de la ciudad-, si los que lo llevan a cabo se niegan, sistemáticamente, a explicarse y a compartir ese proyecto.

Ese proyecto fue presentado en un congreso en Italia, por unos ingenieros italianos que habían trabajado en él. Pero nunca lo presentaron en Chile. La Dirección de Obras de Providencia ha estado golpeando las puertas del Ministerio y no la escuchan. Toda Dirección de Obras tiene que visar un proyecto que se va a realizar en su territorio. Pero para seguir adelante con el proyecto ni siquiera esas comunas han podido enfrentarlo, para preparar los empalmes de la obra con el resto de su trama. No habían previsto el semáforo que hay en José Miguel de la Barra, es decir, va a venir un río de autos por el túnel de la Costanera y se va a ir acumulando en el Parque Forestal, a la espera de que cambie la luz. Eso, en noviembre de 2002, no estaba considerado. El gobierno ha sido culpable de no generar ningún tipo de participación ciudadana, lo que supondría llevar los detalles a la prensa y abrirlos a la discusión pública.

CN
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Fuente: Ricardo Greene
Fuente: Juan Pablo Arias

La Costanera Norte es uno de los proyectos urbanos más imponentes y más polémicos que se han construido en Santiago. Pronto a ser entregada, la Costanera Norte es una autopista urbana concesionada que recorre la ciudad por dentro -abajo y arriba- del cauce del Río Mapocho.

- Al parecer, uno de las actitudes fundamentales para habitar y crear ciudad pasa por mirar primero el territorio.

- Hay una fuerza geográfica que ha marcado duramente nuestra historia. En Chile nada fue fácil. Basta ver, por ejemplo, lo que significó construir Copiapó, a miles de kilómetros, en un desierto, al lado de un riachuelo, fue una tarea titánica. Construir Punta Arenas, allá, al lado del Estrecho de Magallanes, lejos de todo, también fue una tarea titánica. Pensemos en lo que significó todo el regadío del valle central. La tarea de ir humanizando el territorio ha hecho de Chile un caso único en la historia del planeta. Nuestras costas son violentas, las bahías amplias y cómodas son muy pocas. Ha habido que inventar; Valparaíso ha crecido cinco veces para ir conquistando su límite.

El territorio ha sido tremendamente difícil. Pero al mismo tiempo hay una poética en eso, hay una belleza del paisaje, del desierto, de la montaña, del valle, de la costa, de la maravillosa belleza austral. En ese sentido somos muy ricos y también somos ricos en ciudades. La Serena, Valdivia, Punta Arenas, Iquique, son creaciones especiales, ciudades que vale la pena conocer. Lograron en su aislamiento (porque fueron muy localistas, muy encerradas en la región), lejos de todo, crear una manera de pararse frente a ese paisaje. Yo creo que las regiones tienen más vida, más futuro y están más resueltas en cuanto a su camino que Santiago. Tienen una ruta de crecimiento más ordenada.

Tú me preguntabas cómo mirar el territorio. La cordillera no ha estado presente en nuestro ordenamiento y para que la viéramos, tuvo que venir, en 1930, un alemán y decir: “Pero esta ciudad tiene una cordillera espectacular, esta ciudad debería ser una ciudad mirador y estar focalizada en función de ese paisaje espectacular”. Lo mismo vale para la riqueza de los cerros al interior de la ciudad.

¿Cuantas ciudades tienen esta variedad de cerros enquistados tan ricamente? Invité una vez a un arquitecto argentino a pasear por Santiago y después a la costa, porque quería conocer Ritoque. Y me decía: “Pero qué maravilla. Nosotros, en Buenos Aires, estamos abandonados a esa planicie y tenemos que inventar el lugar del ser humano en el espacio, tratar de levantar algunos hitos, una cierta verticalidad que dialogue con esa feroz horizontalidad. Y ustedes tienen todo resuelto para instalarse en este lugar”.

Y claramente lo sabemos, pero no lo hemos hecho. El cerro Manquehue está ahí, pero uno difícilmente puede decir que haya sido un generador del ordenamiento urbano de Vitacura. Se olvida que el San Luis está ahí, cuando es un lujo de millonario poder vivir en un cerrito con excelente vista y a corta distancia del Metro. En una ciudad alemana habría que ser multimillonario para poder vivir en el cerro San Luis y aquí está ese maravilloso cerro casi como un accidente. Lo mismo el río Mapocho; hay tantas ciudades que se van alineando con departamentos caros, porque tienen ese espacio y esa vista de un curso natural. Aquí no ha tenido ningún impacto en el precio del suelo; da lo mismo construir frente al Mapocho o a dos kilómetros. Es mucho más importante el transporte. No nos hemos posicionado y eso es parte de una geografía que se nos viene encima y que nos ha costado mucho comenzar a enfrentar.

- Tú escribiste un hermoso libro sobre el mundo mapuche: “La selva fría y sagrada”. ¿Podemos enriquecer nuestra manera de habitar estudiando su cultura?

- La lengua mapuche es una de las más ricas del mundo, para los lingüistas es un fenómeno y los etnólogos la consideran una de las más creativas del mundo. La medicina arbolaria es una de las más ricas del mundo, incluso como cosmovisión. Me fui dando cuenta que era criminal estar en Chile y desconocer ese mundo y estuve diez años en eso.

Ese libro tuvo una muy buena recepción en el mundo mapuche. Elicura Chihuailaf le hizo un homenaje en el diario “La Época”, una página completa, diciendo que era el libro más representativo de la cosmovisión mapuche, pero se vendieron 80 ejemplares, y quedaron 920 en bodega.

La presencia del paisaje, del territorio, en la cultura es tan fuerte, que los mapuches, en los siglos que habitaron aquí, fueron creando una manera, un modo de ser frente a ese paisaje, frente a ese territorio. Y lo que ellos habían comenzado lo continuaron Alonso de Ovalle, los cronistas de la Colonia y la poesía chilena. Me di cuenta que eso que llamamos cultura chilena, poco a poco se ha ido “mapuchizando”, en un sentido más lato, se ha ido poniendo cada vez más en sintonía con el paisaje. Por lo tanto, en ese sentido esa cosmovisión ha sido nuestra maestra.

Para los mapuches, la lucha del bien y el mal sucede al interior de cada ser humano. Y cada uno tiene que enfrentar, por su libre albedrío, el desafío, la tarea, de decidir hacia donde se va a inclinar el universo. Eso es de una belleza comparable a la poesía sufí de los árabes y está inscrito en la nota ética, que yo veo en la historia de Chile. ¿Cómo es posible que nos sea tan desconocida la cultura mapuche? Esto mismo genera, en ese casi millón de individuos que se sienten parte de esa cultura mapuche, un enorme resentimiento. ¡Y con toda razón!

¿Qué piensas tú del modo de habitar español, del urbanismo español?

El español también se las vio duras con el paisaje y con los mapuches. No hay que olvidar que más del cuarenta por ciento de los recursos económicos de la Colonia se fueron a la guerra. Con ese mismo porcentaje, en otros países latinoamericanos se hicieron catedrales y palacios virreinales.

Después fuimos criminales en no tener el cuidado de mantener fuertes y fortalezas como el “San Alfonso de Arauco”, para dos mil personas. Tuvimos construcciones espectaculares, de esa soberbia arquitectura militar de origen medieval, y las perdimos. Si no hubiese sido por Roberto Montandón, hasta nos hubiésemos quedado sin las muestras de Valdivia, que se estaban deshaciendo. Los españoles tuvieron que enfrentar esta dura geografía y a la etnia más resistente a la dominación, la única que los obligó a contratar un ejército profesional. Y eso, por supuesto, empobreció las ciudades.

El gran proyecto colonizador de la Conquista, que se extendía ordenadamente por el territorio, fue arrasado, y eso fue un golpe mortal a la cultura urbana. Durante ciento cincuenta años se paralizó la vida urbana y lo que creció fue la cultura de la hacienda, protegida, cautelada, con casas patronales muy herméticas para evitar malones y asaltos. Aprendimos a vivir puertas adentro y en eso obviamente no hay una culpa española, fueron esos hechos históricos objetivos los que le dieron a la hacienda, en los siglos XVIII y XIX, el rol protagónico.

¿Crees que la cuadrícula española es la causante de muchos de nuestros males actuales como ciudad?

Yo no soy resistente a la cuadrícula. Creo que hay una propuesta ahí del siglo de las luces, de la razón, una propuesta grecorromana occidental que culmina en ese modelo, que es parte de todo un discurso de la Ilustración en el siglo XVIII y encuentro improcedente renegar de ella.

Es cierto que en algunas partes uno puede decir que cabía una mejor integración topográfica, un mejor reconocimiento a los hechos de la geografía, pero aún eso yo lo disculpo. Uno ve, en proyectos del siglo XVIII, cómo interactuó ese siglo con los hechos de la geografía. No es lo mismo la cuadrícula de San José de Maipo, en un cajón precordillerano, que la cuadrícula en Osorno, a orillas del río, donde se maneja de manera bastante efectiva.

Valparaíso acaba de ser declarado patrimonio cultural de la humanidad. ¿Cuál es tu visión de la historia de Valparaíso como ciudad, a la luz de lo que hemos conversado?

Para que haya proyecto social urbano se requieren tres cosas: reglas del juego de un Estado de derecho, un Estado capaz de desenvolverse en el tiempo y capacidad para aco-meter grandes proyectos; todo eso lo tenemos. Se requieren recursos económicos, una economía capaz de generar excedentes para un ordenamiento urbano con obras significativas. También se necesita una memoria histórica, que es como el pegamento social, que permite que una comunidad se vaya proyectando en un cierto continuo. Y obviamente ahí es donde estamos trancados, no tenemos memoria histórica.

paseo peatonal
El Plan
Escaleras
Imágenes del puerto de Valparaíso. Autor: Ricardo Greene F.

Entonces, no tenemos desde dónde partir para mirar el Bicentenario. ¿Dónde nos paramos si no tenemos una Historia de Chile compartida, común, consensuada, legitimada; que nos permita decir este es el escenario desde el cual vamos a construir, esta es nuestra primera piedra? Falta esa primera piedra que es la memoria histórica. Valparaíso es un muy buen caso. Es la ciudad de más impacto internacional, la más célebre, con resonancias poéticas, con presencia en la poesía mundial, en el cine mundial, en todos los ámbitos. Además es parte de ese imperio inglés que quiso penetrar en el Océano Pacífico y que nos actualizó en términos técnicos, tecnológicos y de ideas, haciendo de Valparaíso el gran polo mercantil y cultural del Pacífico. En 1820 estábamos exportando cobre a la India. Éramos capaces de echar cobre en un barco y llevarlo hasta el Golfo de Bengala en la India y traer marfil y seda, capaces de situarnos en el Océano Pacífico. Y eso tuvo mucho que ver con la cultura inglesa, que nos dio el know how para navegar y vender. Navegar y vender en este país lejano y lleno de costa, eran dos claves espectaculares para poder movernos en el mundo. Sin embargo, cortamos eso y Valparaíso, esa joya del Pacífico, empieza a deshacerse. Y uno dice: “¿Cómo pudimos darle la espalda a esa tradición naviera y mercantil, tan necesaria en este país distante, y cómo pudimos dejar que se viniera abajo la ciudad inglesa, alemana, cosmopolita del Valparaíso del siglo XIX, que estaba ahí para atraer cruceros y cruceros, miles de visitantes?”. Ya estaba hecho el marketing. Estaba posicionado el producto. Hay un movimiento cada vez más grande de cruceros, la manera más segura de viajar es hoy por mar, y sin embargo Valparaíso, cuando podría tener un ingreso de millones de dólares y financiar a lo menos la cautela de ese patrimonio y su desarrollo urbano, no lo tiene. Es impresentable como hemos cortado con la historia una y otra vez.

Valpo
Una panorámica del puerto de Valparaíso. Autor: Ricardo Greene F.

Acabas de publicar Contra mi voluntad, una biografía del poeta Julio Barrenechea. De alguna manera, con ese libro parecieras estar haciendo el gesto de devolverle un eslabón a la memoria a Chile.

En Colombia, Barrenechea es muy famoso, aparece en todas las antologías colombianas como poeta colombo-chileno y sus poesías de Bogotá, de Cali, siempre se publican. Está muy vivo allá y es considerado uno de los grandes poetas colombianos del siglo XX, a pesar de que sea chileno y Premio Nacional de Literatura, y aquí se olvidó.

Me invitaron a su homenaje, con televisión y con radio, Germán Arciniegas escribió el artículo; ya tenía como noventa años, no escribía hace mucho tiempo y se dio el trabajo de escribir a propósito de él. Me pidieron dar una charla y yo no lo conocía. Era mi suegro, pero yo sólo conocía su trayectoria poética y me tuve que preparar y en ese prepararme fui descubriendo el Santiago de los años treinta y cuarenta, cuando florecieron una bohemia y una cultura chilena muy vitales.

Además se dio el caso de que su padre, don César Barrenechea, perteneció, en 1910, a un grupo del comité de directivos del Partido Radical, donde estaban Samuel Lillo, Víctor Domingo Silva y Enrique Molina, fundador de la Universidad de Concepción. Toda una generación que me permitió conocer el ambiente del Centenario.

Más allá de la geografía, Barrenechea empieza a preguntarse por el hombre en Chile. Frente a este escenario natural, se pregunta cómo se para el ser humano, quién es el hombre frente a esto, cómo se generan las maneras de estar y de ser de una generación bohemia, intelectual, de tertulias, fiestas y poesía. Es muy importante a la hora de crear ciudades, preguntarse: ¿para quién, para cautelar qué formas de vida, para hacer qué? La revista “América Economía” decía recientemente que Santiago tiene los mejores índices de todo en América Latina. Pero no lo pasamos bien los santiaguinos. ¿Para qué les sirve a los santiaguinos tener los mejores índices? Esa es la pregunta final, de fondo: el “¿para qué?”. Y ahí es donde los poetas –como Julio Barrenechea- son los que abren fronteras.

Las ilustraciones y los comentarios asociados a ellas no son parte del artículo original, y su responsabilidad es exclusiva de bifurcaciones

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