Entrevista a Rodrigo Fresán
Un estado de la mente hecho ciudad +
Por Manuel Tironi *
La cita fue frente a La Pedrera. Lo primero que me pregunta es si me molestaría acompañarlo a La Central a comprar un libro que necesitaba (Lolita, versión original). Buen arranque: ¿puede haber mejor panorama que comprar libros con un escritor? Sobre todo cuando ese escritor es Rodrigo Fresán, lector compulsivo y POPmoderno y autor de un buen puñado de libros de culto, tales como Historia argentina, Vidas de santos, Trabajos manuales, Esperanto, La velocidad de las cosas, Apuntes para una teoría del lector, Mantra y Jardines de Kensington.
Nos sentamos en un café de la Eixemple a que Fresán –que tiene como inspiración a Marcel Proust y a The Twilight Zone en partes iguales- me explicara qué entiende por la conexión ciudad-literatura. Obviamente, con un entrevistado que define su estilo como “irrealismo lógico” y que se declara a sí mismo fan del “monólogo confesional”, la conversación se fue transformando en un juego de espejos borgeano, donde todo estaba relacionado con todo: Copito de Nieve, las momias de Guanajuato, Bob Dylan, Iowa City, la Patagonia, Bolaño y el peyote. Bienvenidos a Canciones Tristes.
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Esa nómade vida urbana
Manuel Tironi (MT): Si Martín Mantra es el D.F. y J.M. Barrie es Londres 1, ¿cómo sería el personaje para Buenos Aires o para Barcelona?
Rodrigo Fresán (RF): Para Barcelona probablemente sería Copito de Nieve 2. Es un proyecto con el cual alguna vez he jugueteado, escribir la novela de Copito de Nieve. Luego salieron varias cuando murió, así que lo he dejado medio de lado –aunque tengo un cuento con Copito de Nieve que ha salido en la revisión de Vida de Santos que es lo único que he escrito que transcurre en Barcelona. Sí, probablemente sería Copito de Nieve, que fue mi primera referencia a Barcelona de niño. O sea, no tenía idea ni lo que era el boom ni de la agencia Balcells, mi primera preocupación pasaba por Copito.
Y personaje de Argentina, bueno, sería el Federico Esperanto de la novela Esperanto o en “Alejo y el aprendiz de brujo” de Historia Argentina. De todas maneras, mis personajes no transcurren en Londres, Barcelona, México o Buenos Aires, sino que se mueven en una especie de ciudad tipo Twilight Zone que es Canciones Tristes, un sitio que aparece en todos mis libros.
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William Faulkner sitúa gran parte de sus obras literarias en el ficticio condado de Yoknapatawpha, supuestamente localizado al noroeste del Estado de Missisipi. Entre dichas obras se cuentan "El ruído y la furia" (1929), "¡Absalón, Absalón!" (1936) y "A rose for Emily" (1973). Arriba, el mapa del condado, dibujado por el propio autor.
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MT: ¿Y cómo es Canciones Tristes? En alguna parte decías “Canciones Tristes c'est moi”.
RF: Canciones Tristes surge de una necesidad de casi cualquier escritor –le pasa a Faulkner con Yoknapatawpha County, o a John Cheever con Shady Hills o Bullet Park o esos barrios suburbanos- de inventarse un lugar donde trascurran exclusivamente tus cosas. Aunque parezca mentira, inventarte una ciudad o inventarte un barrio o inventarte un país, siendo un lugar imaginario, vuelve mucho más sólidas tus ficciones, porque sabes que es un lugar estrictamente tuyo y donde tú escribes la ley y la rompes.
Canciones Tristes, ya desde el nombre, evidentemente tiene una especie de sonoridad con Buenos Aires –pero no lo es. La inspiración original de Canciones Tristes es una ciudad-pueblo de la Patagonia , Viedma, donde yo iba todos los veranos.
Mi padre nació ahí. Mi tía también. Está a 60 kilómetros de una zona llamada La Lobería, una zona de acantilados, y esa atmósfera aparece en Canciones Tristes. Las primeras apariciones de Canciones Tristes son claramente patagónicas. Incluso en Esperanto también aparece la Patagonia. Pero luego me di cuenta que Canciones Tristes está también contaminada por Buenos Aires. ¿Has estado en Buenos Aires?
MT: Sí.
RF: Es como el primer parque temático del mundo. Una ciudad psicótica donde una avenida parece España, otra Francia, otro barrio parece Inglaterra. Entonces, inspirado en esa especie de urbanismo esquizofrénico que es Buenos Aires, se me ocurre la idea que Canciones Tristes podía ser una ciudad que no tiene porqué estar sujeta a un lugar o territorio, sino que podía moverse por todo el mapa. Por eso va mutando a lo largo de mis libros; hay una Sad Songs cuando está en Inglaterra o una Chansons Tristes cuando está en Francia, incluso a veces es un campo de concentración en Alemania, otras veces es un suburbio de Hollywood. A mí me gusta esa idea: no tanto que mis personajes viajen, sino que viaje la ciudad que los contiene. Una especie de ciudad nómade.
De todas maneras también es cierto que Canciones Tristes no es una referencia urbanística muy tangible ni muy sólida, porque la mayoría de mis libros transcurren adentro de las cabezas de los personajes. Muy difícilmente vas a ver en mis libros a alguien que coja una taza de té o que gire sobre sus talones o que vaya de tal a tal lado. Son todos procesos mentales, lo que tienen que ver con los autores que a mí me interesan, que son los que yo llamo los “escritores del monólogo confesional”, que pueden ser Nabokov en Lolita o Marcel Proust en En busca del tiempo perdido o John Banville, para citar algo más reciente. Entonces Canciones Tristes es un estado de la mente hecho ciudad.
MT: Que es, finalmente, como uno habita cotidianamente la ciudad; una ciudad medio real, medio imaginada, pero siempre definida por nuestros estados de ánimo, algo así como un hábitat psicosomático.
RF: Sí, y en este sentido la profesión de escritor es bastante contradictoria. A menos que seas uno de estos action writers como pudo haber sido Jack London o Hemingway en algún momento, escritores vitalistas que primero tenían que vivir la acción para luego ponerla por escrito, el hábitat del escritor es muy ceñido, muy transferible, muy fácil de reproducir en cualquier lugar del mundo. Ahí hay una contradicción, porque la escritura es una profesión muy sedentaria pero de hábitos muy nómades: se está constantemente viajando, de algún modo u otro.
De México a Nueva York (con escala en Londres)
MT: Da la impresión que la literatura de Fresán es muy urbana: televisión, música pop, ciencia ficción. ¿Podría Fresan vivir en la campiña? O puesto de otra manera, ¿cuánto influye el lugar donde vives en tu literatura?
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Nabokov en el balcón del hotel. Fuente
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Desde 1961 a 1977, año de su muerte, Vladimir Nabokov vivió con su esposa Vera en un hotel en Montreaux, a las orillas del lago Geneve (Suiza). Durante ese tiempo ocuparon todas las habitaciones del sexto piso del hotel que daban al lago, incluyendo el último tiempo una habitación extra para guardar el exceso de libros. |
RF: Evidentemente mucho. Tal vez no tengo claro cuál es la influencia puntual. Yo soy una persona muy de ciudad. Probablemente el paradigma/arquetipo/Shangri-la absoluto sea Nueva York, ciudad a la que cada vez que voy, la sensación que tengo es que vuelvo a casa después de unas largas vacaciones.
Lo de la campiña es una suerte de chiste entre mis amigos, que dicen que si piso césped me sale una erupción cutánea. Hace algunos años atrás te hubiese contestado terminantemente que de ningún modo viviría en la campiña. Ahora, la verdad es que cuando van pasando los años se vuelve una opción más atractiva. Mi mujer es muy de campo. Nació en Guadalajara, su familia tiene tierras y monta a caballo, lo que para mí es una aberración, algo que jamás haré en mi vida. Cada vez que veo a mi mujer sobre un caballo empiezo a temblar, me transformo en una especie de Woody Allen, “¡no quiero ver, no quiero ver!”, y me tapo los ojos. Pero yo creo que a medida que van pasando los libros y los años, y a medida que vas poblando tu cerebro y tus ficciones, vas necesitando menos de una estructura urbanística alrededor. O sea, como uno está todo el tiempo electrificado, tal vez estaría bien tener un contexto unplugged, al menos por un tiempo. Supongo que la versión ideal de esa posibilidad la llevó a cabo Nabokov cuando se fue a ese hotel frente al lago Ginebra, donde tenía lo mejor del hotel y del servicio urbano con el lago Ginebra ahí al frente.
MT: Volviendo a Bielma, hay un tema que cruza toda la literatura fresaniana, que es el de la niñez. ¿Cuál es el paisaje de tu niñez?
RF: Mi niñez fue muy de interiores. Creo que debo haber ido cuatro veces a un parque o una plaza en mi vida; luego fui a un colegio al que entraba a las ocho de la mañana y salía a las seis de la tarde; y los fines de semana iba a la casa de mi abuela, con lo cual había un poco más de salidas, con mis primos a alguna plaza o algo por el estilo. Mis padres se casaron y se separaron entre ellos unas ocho veces, lo cual multiplicaba mucho los departamentos a donde ir. Y en el verano iba cerca de tres meses a Bielma, donde sí todo era más sauvage, más tarzanesco. Estaba la playa de Bielma, esas playas patagónicas enormes donde el mar esta cada vez más lejos... y sí, supongo que todo eso me influye. Creo que no podría definir un paisaje de mi niñez puntual, pero sí a mí en ese paisaje, con un libro leyendo. Con esto te quiero decir que los paisajes de mi niñez son mucho los paisajes de los libros que leía.
MT: Eso es de verdad interesante. En Jardines de Kensington dices al final que nunca has ido a Londres, y en alguna parte leí que escribiste Mantra sin haber ido nunca a México...
RF: En Londres había estado dos días pero no había conocido los jardines de Kensington, y esto hace veinte años. De hecho, tuve la posibilidad de haber ido a Londres a terminar el libro, pero decidí no hacerlo precisamente porque me interesaba más la idea, en plan Julio Verne o Emilio Salgari, de que Londres fuese un Londres completamente sublimado. Por otro lado, como la novela está narrada por un personaje completamente bombardeado, tanto por la química como por la culpa, también me interesaba que la novela tuviese esos contornos un poco imprecisos, que tuviese inexactitudes, faltas en el recuerdo o incluso erratas. El libro está lleno de erratas deliberadas.
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El 2003 la novela de Rodrigo Fresán 'Jardines de Kensington' (Mondadori, 2003) fue elegida por la Revista Lateral -una de las publicaciones sobre literatura más reconocidas que se editan en español- como la mejor novela en español publicada-no-premiada del año, siéndole otorgado el I Premio Lateral de Narrativa. |
MT: Y además se tienen estas imágenes casi prototípicas, semi-míticas de las ciudades, imágenes construidas por las lecturas, por la música, por el advertising, por las películas. Entonces uno dice “D.F.” o “Londres” y aparece todo un imaginario hiper-real...
RF: Sí, pero el caso de México es totalmente distinto. México, para intentar comprenderlo –porque es imposible hacerlo- hay que verlo. Para el caso de Nueva York o de París o de Londres, incluso las simplificaciones del Hollywood más ingenuo y banal te alcanzan para darte una noción de estas ciudades. No para el D.F.
En México había estado un par de veces por muy pocos días. Viajé a México cuando me hicieron el encargo del libro, porque es un libro por encargo 3. Volví a viajar para ver el Día de los Muertos y ver las momias de Guanajuato, que eran una obsesión de mi infancia, así como también lo eran las luchas de los enmascarados... pero bueno, lo que realmente me interesaba era que la arquitectura del libro fuese semejante a la de México; es decir, una arquitectura completamente imposible y casi gaseosa, o al menos más gaseosa que sólida.
Y para cerrar el tema de mi infancia, probablemente mi generación –yo ya tengo 42 años- sea la última donde todavía nos vimos obligados a ejercer algún tipo de trabajo de imaginación sobre el extranjero. Estaban las películas y la televisión, pero estaba todo mucho más acotado... ahora a un niño de diez años le dices “Nueva York” y puede dibujarte un mapa. Está este Google Earth por ejemplo, cosas que yo no uso para escribir –ni se me pasa por la cabeza- porque evidentemente no tengo, ni tendré nunca, el entrenamiento o crianza en ese tipo de herramientas. Entonces no haber estado en el D.F. o en Londres no me parece una tara.
MT: No, todo lo contrario. Lo que me parece fascinante es cómo se van construyendo las imágenes sobre las ciudades.
RF: Sí, y además lo que también ocurre es que cuando finalmente conoces Londres, estando ahí te armas una ciudad que es tuya y que a veces no intersecta en absoluto con la de tu mujer, por ejemplo.
MT: No puedo dejar de preguntarte sobre Bolaño, ¿cómo queda la literatura Latinoamericana después de Bolaño? ¿Habrá una literatura post-Bolaño?
RF: Me interesa mucho Bolaño pero lo que significa Bolaño en el contexto latinoamericano, o lo que significo yo, me tiene absolutamente sin cuidado. Sí me parece que, más allá de lo personal y de lo amistoso y de la admiración como lector y como escritor, la muerte de Bolaño tiene un side-effect doloroso. ¿Murió a los 50 años Roberto, no? Lo que pasa es que con Bolaño a mí me parecía que, por primera vez, había aparecido entre los popes de la literatura Latinoamérica de los García Márquez, Fuentes, Vargas Llosa, etcétera, un tipo que estaba a mitad de camino con mi generación. O sea: estaba en el centro de ese inmenso abismo, pero más cerca de mi generación y de la generación de alguien de 25 ó 20 años. Entonces me parece que Roberto hubiese producido un efecto interesante porque con tres años más, con Bolaño publicando en vida 2666, y conociéndolo además como era... hubiese estado interesante, hubiese generado algún tipo de actividad sísmica, sobre todo en los estratos superiores. Habría aparecido alguien incluso reconocido en el contexto internacional, cosa que está ocurriendo ahora con Roberto. Habría movido por primera vez el terreno, lo que hubiese sido muy saludable inclusos para lo popes del boom, que hubiesen dicho “joder, tenemos que ponernos a trabajar y con renovadas energías porque se viene algo con fuerza detrás”.
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Rodrigo Fresán y Roberto Bolaño se encontraban, hasta la muerte de este último, preparando un proyecto sobre escritores no convencionales, el que llevaría el nombre de Fricciones o Freakciones. Una interesante conversación entre ambos sobre el escritor de ciencia ficción Philip K. Dick fue publicada en la revista Letras Libres (presionar aquí para bajar la entrevista en formato pdf).
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Vía crucis urbano: de Santiago a Buenos Aires
MT: ¿Y cuál es el Buenos Aires que te gusta? ¿Dónde vivirías en Buenos Aires, por ejemplo?
RF: En Buenos Aires siempre viví en zonas céntricas. No concibo vivir en otros sitios de Buenos Aires. Pero ocurre una cosa muy curiosa, los mecanismos de la memoria... yo me fui de Buenos Aires en el ‘99 para vivir aquí 4. Volví una vez por unos días a presentar Mantra, pero lo curioso es que cuando tú me dices “Buenos Aires”, mi primera imagen, la ciudad que yo recuerdo, no es la de 1999, sino la ciudad de mi infancia más primera. Incluso la recuerdo como siempre en otoño, en tonos ocres. Y después también me acuerdo de un día muy puntual de 1982 ó 1983, cruzando la Avenida 9 de Julio. No tengo una imagen del último Buenos Aires de los shopping centers, “menemizado”, como dicen. Es muy interesante cuál es la ciudad que uno decide recordar, por más que uno haya pasado ahí muchos años. A eso hay que sumarle que nunca tuve auto, no sé conducir, entonces las ciudades terminan convirtiéndose en módulos en las que lo máximo que puedes domesticar es una equis cantidad de manzanas. Además a mí me gusta muchísimo andar en metro, entonces, por ejemplo, cuando viajo a una ciudad que no conozco me preocupa muchísimo más conocer el metro que el parque o el museo famoso.
MT: ¿Y por qué el metro?
RF: Me encanta. Probablemente es el mejor medio de transporte, y tal vez –tal vez- porque de todos los medios de transporte es el más cómodo para leer. No hay ninguna distracción, no te estás perdiendo de nada, es veloz, estás como en una especie de oscuridad falsa, una especia de noche artificial subterránea. No sé, me gustan mucho.
MT: Cuando uno revisa tus influencias aparecen Bob Dylan, John Cheever, Philippe K. Dick, The Twilight Zone ... hay una carga de americana muy fuerte en tu literatura. ¿Has estado en el Estados Unidos profundo? Por ejemplo, ¿has estado en el mítico Iowa City?
RF: Sí, estuve seis meses en el Iowa Writer's Workshop, en la Universidad de Iowa 5. Estuve escribiendo el libro que después fue La velocidad de las cosas, que de hecho transcurre ahí; Canciones Tristes se traslada a Iowa en algunos relatos.
Fue una experiencia a ratos dura. En momentos les decía en broma a mis compañeros que si las cosas seguían así me iba a suicidar y hacerme alcohólico, en ese orden. Pero fue interesante. A mí me vino muy bien porque yo también tenía completamente endiosada la mística americana y claro, ni Nueva York ni San Francisco, ni siquiera Miami, son los Estados Unidos, son simplemente puertos de entrada. Pero la pasé bien, fue interesante, un poco Fargo, pero bueno. No lo volvería a hacer.
MT: ¿Dónde te instalarías por un tiempo, por otros seis meses por ejemplo?
RF: A mí me gustaría estar en Nueva York por seis meses, con todos los gastos pagos de ser posible. También me gustaría lo que te decía antes, una experiencia de aislamiento campestre. Me llevaría una cantidad de libros y un proyecto de escritura y me lo pasaría bien seguramente. El sur de Francia también podría ser. Tengo muchas posibilidades para quien me quiera invitar.
MT: ¿Conoces Santiago de Chile?
RF: Sí.
MT: ¿Qué te parece?
RF: Me la he pasado bastante bien las veces que he ido. He ido por muy pocos días, la última vez fue un poco traumático porque fue todo este tema del jurado del premio Paula donde estaba la plagiaria ésta, o sea no la pasé en absoluto bien 6. Pero la he pasado bien cada vez que he ido. Tengo recuerdos agradables.
Santiago me recuerda mucho a México y muchas ciudades mexicanas me hacen recordar Santiago. Parece que el catolicismo tiene algo que ver. No es tanto una cosa arquitectónica ni de paisaje, sino que hay una especie de... una cultura bastante conservadora. Muchas veces el paisaje de las ciudades está dado más por un feeling y una vibración que por una determinada arquitectura.
MT: ¿Y esta vibración conservadora la ves menos en Buenos Aires?
RF: ¿Vamos a hablar de los chilenos y los porteños?
MT: ...
RF: Me parece que tanto en los chilenos como los mexicanos, tal vez por esta cosa católica que se confiesan y todo está perdonado el domingo, hay algo sinuoso, que en Buenos Aires es mucho más violento y frontal. Ninguno de los dos extremos me parece bueno ni ideal. No me veo volviendo a vivir en Buenos Aires. No sé. Cuando me decías lo de la influencia norteamericana, todo lo que me mencionaste era norteamericano, pero yo no tengo conciencia que lo sea. Cuando dicen “Fresán, escritor argentino”, a mí me parece rarísimo. Yo siempre digo que nací argentino pero espero morir escritor o morir en mi biblioteca. Con esto te quiero decir que las cosas que me gustan me gustan no por que sean norteamericanas, sino porque me gustan. Es cierto que mis estímulos más poderosos son made in USA, pero bueno, si Kurt Vonnegut hubiese nacido en Rusia serían rusos.
MT: Bolaño dice “mi patria son mis libros”.
RF: Sí, yo pienso lo mismo, la patria de uno es la biblioteca y si bien es incómoda de mudar, la puedes poner en cajas y ya.
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